(LSN/InfoCatólica) El Dr. Maike Hickson, colaborador de LifeSiteNews ha entrevistado al cardenal Brandmüller:
¿Podría presentar una vez más a nuestros lectores claramente la enseñanza de la Iglesia Católica, lo que se ha enseñado constantemente a lo largo de los siglos sobre el matrimonio y su indisolubilidad?
La respuesta se puede encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica números 1638 a 1642.
¿Puede la Iglesia admitir a la Sagrada Comunión a parejas vueltas a casar, a pesar de que su segundo matrimonio no es válido?
Sería posible hacerlo si las parejas interesadas tomaran la decisión de vivir en adelante como hermano y hermana. Esta solución vale la pena considerarla especialmente cuando el cuidado de los hijos no les permite separarse. La decisión de tomar este camino sería una expresión convincente del arrepentimiento por la situación anterior y prolongada de adulterio.
¿Puede la Iglesia tratar el tema del matrimonio de una manera pastoral que se aparte de la enseñanza constante de la Iglesia? ¿Puede la Iglesia cambiar su propia enseñanza, sin caer ella misma en herejía?
Es evidente que la práctica pastoral de la Iglesia no puede permanecer en oposición a la doctrina vinculante ni simplemente ignorarla. Con una comparación: Un arquitecto quizás pueda construir un puente más hermoso que los anteriores, pero si no presta atención a las normas de la ingeniería estructural, corre el riesgo de que su construcción se derrumbe. De igual modo, cada práctica pastoral tiene que seguir la Palabra de Dios si no quiere fracasar. Es impensable un cambio de la doctrina, del dogma. Quien, pese a todo, lo hace, conscientemente, o lo exige insistentemente, es un hereje, incluso si lleva la púrpura romana.
¿No es también toda la discusión sobre la admisión a la Eucaristía de los divorciados vueltos a casar una expresión del hecho de que muchos católicos no creen en la presencia real sino que más bien creen que lo que reciben en la Comunión no es más que un pedazo de pan?
De hecho, existe una contradicción interna indisoluble en alguien que quiere recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo y unirse con Él, y al mismo tiempo ignora conscientemente sus mandamientos. ¿En qué consiste? San Pablo dice sobre este asunto: «el que lo come y bebe indignamente, se come y bebe su propia condenación». Pero ¡tiene Vd. razón! No todos los católicos creen en la presencia real de Cristo en la hostia consagrada. Uno puede ver este hecho ya en la forma en que muchos –incluso sacerdotes– pasan ante el Sagrario sin hacer la genuflexión.
¿Por qué existe en la actualidad un ataque tan fuerte de este tipo sobre la indisolubilidad del matrimonio dentro de la Iglesia? Una posible respuesta podría ser que el espíritu de relativismo ha entrado en la Iglesia, pero debe haber más razones. ¿Podría enumerar algunas? ¿Y no son todas estas razones una señal de crisis de la fe dentro de la Iglesia misma?
Por supuesto, si ciertas normas morales que han sido válidas en general, siempre y en todas partes, dejan de ser aceptadas, entonces todo el mundo se hace su propia ley moral. Esto tiene como consecuencia que se hace lo que a cada uno le plazca. Se puede añadir el enfoque individualista de la vida, que la considera unicamente como una oportunidad para la auto-realización, y no como una misión del Creador. Es evidente que este tipo de actitudes son la expresión de una pérdida muy arraigada de la fe.
En este contexto, se puede afirmar que se ha enseñado poco en las últimas décadas la doctrina sobre la naturaleza humana caída. La impresión dominante era que el hombre, en general, es bueno. En mi opinión, esto ha llevado a una actitud laxa hacia el pecado. Ahora que vemos el resultado de una actitud tan laxa –una explosión de conductas inhumanas en todas las áreas posibles de la vida humana– ¿no es razón para que la Iglesia vea que esta enseñanza ha sido confirmada y que por lo tanto, debe proclamarla de nuevo?
Es cierto lo que dice. El tema pecado original, con sus consecuencias, la necesidad de la redención a través del sufrimiento, muerte y resurrección de Cristo ha sido suprimido y olvidado en gran medida durante un largo periodo de tiempo. Sin embargo, no se puede entender la historia del mundo –y la propia vida– sin estas verdades. Es inevitable que hacer caso omiso de las verdades esenciales conduce a desórdenes morales. Tiene usted razón: verdaderamente se debe volver a predicar sobre este tema, y con claridad.
El elevado número de abortos, especialmente en Occidente, ha hecho mucho daño, no sólo a los bebés muertos, sino también a las mujeres (y hombres) que decidieron matar a sus hijos. ¿No deberían los prelados de la Iglesia tomar una postura firme sobre esta terrible verdad y tratar de sacudir las conciencias de aquellos hombres y mujeres, también por el bien de su salvación? ¿Y no debería la Iglesia defender con insistencia a los pequeños que no pueden defenderse porque no se les permite vivir? «Dejad que los pequeños vengan a mí...»
Se puede decir que la Iglesia, sobre todo con los últimos papas, también con el Papa Francisco, no deja lugar a dudas sobre el carácter abominable de la matanza en el vientre materno de los niños por nacer. Esto se aplica sin duda también a todos los obispos. Sin embargo, otra pregunta es, si y en qué forma, la enseñanza de la Iglesia ha sido predicada y presentada en el ámbito público. Ahí es donde la jerarquía sin duda podría hacer más. No hay más que pensar en la participación de los cardenales y obispos en las marchas pro-vida.
¿Qué medidas recomendaría usted en la Iglesia para fortalecer la llamada a la santidad y para mostrar el camino para alcanzarla?
Ciertamente hay que dar testimonio de la fe de la manera apropiada para cada situación específica. En qué forma se puede hacer esto, depende de las circunstancias propias. Se abre todo un campo para la imaginación creativa.
¿Qué diría sobre las recientes declaraciones del obispo Franz-Josef Bode de que la Iglesia Católica tiene que adaptarse cada vez más a las «realidades de la vida» de la gente de hoy en día y ajustar en consecuencia su enseñanza moral? Estoy seguro de que usted, como historiador de la Iglesia, tiene ante sus ojos otros ejemplos de la historia de la Iglesia, en la que fue presionada desde fuera para cambiar la enseñanza de Cristo. ¿Podría enumerar algunos, y cómo la Iglesia respondió en el pasado a este tipo de retos?
Está claro y no es una novedad que la proclamación de la doctrina de la Iglesia ha de adaptarse a las situaciones concretas de la vida de la sociedad y del individuo, para que el mensaje sea escuchado. Pero esto sólo se aplica a la forma de la proclamación, y de ninguna manera a su contenido inviolable. No es aceptable la adaptación de la enseñanza moral. «No os conforméis con el mundo», dijo el apóstol san Pablo. Si el obispo Bode enseña algo diferente, se encuentra en contradicción con la doctrina de la Iglesia. ¿Es consciente de eso?
¿Es aceptable que a la Iglesia católica en Alemania se le permitiera seguir su propio camino en la cuestión de la admisión de las parejas vueltas a casar a la Santa Eucaristía y con ello decidir de manera independiente de Roma, como el cardenal Reinhard Marx declaró después de la reciente reunión de la Conferencia Episcopal Alemana?
Las bien conocidas declaraciones del cardenal Marx están en contradicción con el dogma de la Iglesia. Son irresponsables desde el punto de vista pastoral, porque exponen a los fieles a la confusión y la duda. Si él piensa que puede tomar a nivel nacional un camino independiente, pone en riesgo la unidad de la Iglesia. Sigue manteniéndose firme que el magisterio claramente definido es vinculante para la enseñanza y la práctica en toda la Iglesia.
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