(VI/InfoCatólica) Romero es mártir. Fue asesinato «in odium fidei». Lo repetía con voz débil en 2003 Juan Pablo II en noviembre de 2003, al recibir a los obispos de El Salvador en visita «ad limina». Lo confirmó ayer con voto unánime el Congreso de teólogos de la Congregación para las causas de los Santos, reconociendo el martirio formal y material del arzobispo asesinado en el altar mientras celebraba misa el 24 de marzo de 1980.
Al recorrer todas las etapas del proceso, la autora del artículo subraya que el pronunciamiento sobre el martirio de Romero «marca sin duda el culmen de una causa difícil». En la que las objeciones y los intentos por retrasar o entorpecer el camino del obispo mártir hacia la beatificación habían sido aderezados con argumentaciones teológicas y doctrinales. Por ello, el pronunciamiento de los teólogos que colaboran con el Dicasterio vaticano que se ocupa de las Causas de los Santos parece crucial, mucho más que el próximo (y casi descontado) «nihil obstat» de los obispos y de los cardenales de la misma Congregación.
El reconocimiento del martirio de Romero confirma definitivamente que el arzobispo salvadoreño fue asesinado «in odium fidei». Lo que impulsó a sus agresores no fue la simple intención de cancelar a un enemigo político, sino el odio contra el amor por la justicia y contra la predilección por los pobres que Romero manifestaba como eco directo de su fe en Cristo y de su fidelidad al magisterio de la Iglesia. En el delirio sangriento que convulsionaba El Salvador durante esos años atroces, Mons. Romero fue el buen pastor dispuesto a ofrecer la vida para seguir la predilección por los pobres que es propia del Evangelio. La fe, reconocieron los teólogos del dicasterio vaticano, era la fuente de sus acciones, de las palabras que pronunciaba y de los gestos que llevaba a cabo en el contexto difícil en el que se vio obligado a operar y a vivir como arzobispo.