(Archidiócesis de Madrid/InfoCatólica) A continuación ha dado gracias a Dios «al enviarme a través del sucesor de Pedro, el Papa Francisco, a esta porción de la Iglesia para ser padre, hermano y pastor de todos vosotros, de los que creéis y sois parte de la Iglesia, pero también de todos los que vivís en este territorio madrileño al que el Señor me envía a ser su testigo». Y ha pedido al Nuncio que transmita al Santo Padre su «afecto, fidelidad y comunión».
«Hoy me acogéis a mí, ha dicho a los madrileños, como padre, hermano y pastor, gracias. Que sigamos haciendo de Madrid un lugar de encuentro, de acogida, de promoción de todo ser humano, regalándole la dignidad que Dios ha puesto en cada persona». Y les ha invitado «a tener a Dios como valor absoluto y descubrir que es desde Dios desde donde el ser humano alcanza la dignidad más grande, tal y como nos lo ha revelado nuestro Señor Jesucristo». «Vamos a seguir haciendo que la Palabra resuene, que se conozca a Jesucristo, que los hombres lo acojan como el tesoro más grande que cambia la vida y la historia, continuando las huellas de quienes antes que yo os han acompañado como pastores, testigos y maestros».
En este sentido, ha agradecido al Cardenal Rouco Varela «su entrega, sus trabajos y desvelos por hacer llegar a todos los corazones la Noticia de Jesucristo».
«La gran novedad que nosotros hemos de entregar y presentar, ha señalado, es a Cristo mismo, que acoge, acompaña y ayuda a encontrar la buena noticia que todo ser humano necesita y ansía en lo más profundo de su corazón. No defraudemos a los hombres en este momento de la historia, que puedan encontrar las puertas abiertas de la Iglesia, para que puedan percibir que envuelve su vida la misericordia de Dios, que no están solos y abandonados a sí mismos, que tengan la gracia de descubrir en qué consiste el sentido de una existencia humana plena, iluminada por la fe y el amor del Dios vivo: Jesucristo». Y ha exhortado a «vivir todos juntos dejándonos abrazar por el amor de Dios».
Os necesito
«Tenemos el mandato, ha advertido, de hacer recobrar a los hombres la confianza, la esperanza, la alegría del Evangelio, el encuentro entre los hombres, construir la cultura del encuentro». Y «lo hemos de hacer con paciencia, sin reproches, siempre con amor, esperanza, alegría y misericordia, saliendo permanentemente a buscar a los hombres, encontrándonos con los hombres en las realidades en las que están viviendo… Urge anunciar a Jesucristo».
«Os necesito: juntos estamos llamados a construir la civilización del amor, la cultura del encuentro». Porque «no basta solamente con ser buenos y generosos, hay que ser audaces, inteligentes, capaces y eficaces. Pero con la bondad, la generosidad, la inteligencia, la capacidad y la eficacia que nos regala y de las que nos llena Jesucristo. Acoger su gracia, su amor, da a la existencia humana otra sensibilidad y otra manera de afrontar todo… Todo puede cambiarse; se comienza por el cambio de sí mismo, viviendo con una mente abierta y con un corazón creyente». Y ha afirmado que «los santos han hecho las revoluciones más verdaderas y los cambios más grandes».
«Esta es la misión, a esto os invito, a llevar la alegría del Evangelio». Para ello, «hay que tener el corazón de Cristo». Y es que, «sin corazón nos hacemos indiferentes». «No tenemos la solución para todo, pero si prima el corazón y no se cierra, pronto hay soluciones». Todo esto «se puede hacer si cultivamos y construimos la cultura del encuentro, donde el acuerdo es más importante que el conflicto, donde la unidad tiene más fuerza que la dispersión. Estamos llamados, y os invito a descubrir juntos, cómo pasar de una pastoralde mera conservación a una pastoral decididamente misionera, ya que la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia. Seamos audaces y creativos, no caminemos solos». «
Gracias a todos
Por ello, manifestado su agradecimiento «a todo el presbiterio diocesano; sois muchos sacerdotes, pronto estableceré encuentros con vosotros, estoy seguro de que se pueden establecer cauces para poder estar con vosotros». También a los «seminaristas, los del seminario metropolitano y los del seminario misionero. ¡No tengáis miedo! El tiempo que os toca vivir es apasionante para anunciar a Jesucristo. Os acompañaré en vuestro itinerario». Y a los diáconos permanentes.
«Gracias a todos los miembros de la vida consagrada, monjes y monjas, religiosos, religiosas, institutos seculares, sociedades de vida apostólica, nuevas formas de vida consagrada y vírgenes consagradas. Sois un regalo en la Iglesia para todos los hombres. Sois el referente para la oración y la oblación». Y a «todos los misioneros que en diversas partes del mundo habéis salido de esta Iglesia que camina en Madrid para realizar la misión ad gentes».
También ha dado las gracias a los laicos: «Sois la mayoría en el Pueblo de Dios. Estáis presentes en todos los ambientes y estructuras de este mundo. Sed discípulos misioneros allí donde estéis. Sed valientes» y «no caminéis solos». Además, les ha animado a no tener «actitudes de lloro y desaliento, seamos audaces y creativos, hagamos posible que las familias cristianas sean familias misioneras que salen de sí mismas, realizan gestos evangélicos, en las que sus miembros se acompañan en todos los procesos de sus vidas, celebran todos los pasos de su vida cristiana, dialogan, acogen, miran respetuosamente, oran juntos, saben reconocer juntos las huellas de Dios, celebran el día del Señor, el domingo, con expresiones que fortalecen su amor, un amor que ha de expandirse. Una palabra de aliento y esperanza para tantas familias que sufren aún la lacra del paro o que experimentan en sus miembros la enfermedad, la soledad o un sinfín de problemas. Una palabra de acogida a tantas familias emigrantes –en su expresión multirracial y cultural– que buscan en las poblaciones de nuestra diócesis un futuro mejor. Una palabra de respeto y de cariño a los más ancianos».
Se ha dirigido de manera especial a los jóvenes, a quien ha exhortado a «poner en práctica el «mandamiento nuevo». Oponeos a lo que parece hoy la derrota de la civilización, reafirmando con energía la civilización del amor y la cultura del encuentro. Dad un testimonio grande de amor a la vida, don de Dios, luchad contra la pretensión de hacer del hombre el árbitro de la vida del hermano». Y les ha comunicado que todos los meses mantendrá encuentros con ellos, a las 10 de la noche, en la Catedral.
Ha concluido con unas palabras a la Virgen María: «que Ella me comunique el secreto de cómo acoger y presentar a su Hijo en la vida de quienes Él me encomienda para hacer lo que Él nos diga».