(VIS) Giacomo Galeazzi entrevista a Mons. Vincenzo Paglia:
¿Surgió en el Sínodo una parte de la jerarquía que se opone a la obra de renovación de Francisco?
Quisiera, antes que nada, aclarar una cosa. La Iglesia, con el Sínodo, se tomó la responsabilidad de reflexionar sobre la difícil situación que están pasando las familias en el mundo. Es importante aprovechar esta perspectiva para comprender lo que está en juego y también la importancia del debate franco. Espero que en las demás instituciones políticas, sociales y económicas hagan lo que hicimos nosotros en el Sínodo. Frente al enorme caudal de problemas, era evidente que surgiera un debate articulado y vivaz. Usted habla de algunas oposiciones a la renovación que quiere Papa Francisco. El mismo Papa advirtió sobre dos tentaciones: la de enrocarse para defender posturas autoreferenciales y la del «buenismo» superficial.
El Sínodo fue convocado para escuchar la situación de las familias reales de hoy y para salir a su encuentro apasionadamente y no sombríamente. No fue y no debía ser una simple repetición de la doctrina. Francisco pide una Iglesia que se ponga en marcha para acoger a todos y para recibir a los necesitados. Jesús, en primer lugar, recordó Papa Francisco, puso el ejemplo. La asamblea sinodal, incluso con todos sus límites, trató de afrontar los problemas de la gente, de las familiar, y de interrogarse sobre cómo responder. En mi opinión, es necesario seguir escuchando y buscando respuestas todavía. El texto final ha abierto, de cualquier manera, el camino que ahora debe proseguir en las diócesis hasta que llegue el Sínodo ordinario del año próximo. No podemos encerrarnos en un fuerte que se atrinchera en la rigidez de los preceptos.
¿Hubo frenos para las novedades?
Repito, el camino ya ha comenzado. Francisco está frente a todos nosotros y abre el sendero. Aunque algo no haya funcionado como hubiera debido, ejerció su misión de pastor universal. Podríamos decir, con una metáfora automovilística, que en el debate franco no todos los pistones del motor se movieron armónicamente. El «coche» sinodal tuvo por este motivo algunos sobresaltos; pero el resultado es que siguió avanzando: salió de la cochera y ahora está en las calles. No se encuentra en un circuito cerrado y protegido, sino en las calles del mundo, las que recorre el Buen Samaritano, quien, a diferencia del sacerdote y del levita, se detuvo para cargar al herido, es decir a las incontables familias heridas. Es indispensable dejarse herir. Por aquí pasa el camino sinodal que recorreremos durante este año.
Y no solo los obispos, los 191 del Sínodo, sino todos, incluidas las familias cristianas. Espero que en todo el mundo se dé una especie de despertar, de debate, de discusión, de ayuda para las familias. Si en un principio esto era un cuestionario y después se transformó en un Sínodo extraordinario, espero que ahora comience una acción más clara que identifique vías y soluciones operativas.
Entonces, ¿hay que evitar la lógica del enfrentamiento?
Por supuesto que sí. No quiere decir que disminuya el debate; al contrario, quisiera que aumentaran la preocupación y el compromiso. Es así que espero poder ayudar, como Pontificio Consejo para la Familia. Nuestra labor de pastores (y de todos, incluidas las familias) es salir de las sacristías y de los muros de las Iglesias para salir al encuentro de las personas de carne y hueso. No debemos perder tiempo defendiendo posturas o posiciones abstractas. Hemos sido llamados a la «salus animarum» más que a la «salus principiorum». Debemos salir a las calles con el Evangelio y con esa «inmensa simpatía» por el hombre de la que hablaba el beato Pablo VI.
¿Pero no hay un cierto retraso cultural?
Diría que hay un retraso tanto cultural como espiritual, un retraso al amar y comprender apasionadamente a los demás. El individualismo rampante puede desembocar en una sociedad de soledades. El Sínodo, al volver a proponer que la familia es el motor de la sociedad, pide a todos volver a descubrir la fuerza cultural de esa frase que se encuentra al principio de la Biblia: «No está bien que el hombre esté solo». Este principio está sufriendo hoy una crisis debido al culto del Yo. Mi amigo Giuseppe De Rita habla de «egolatría», un culto en cuyo altar se sacrifica todo, incluso los afectos más amados. Volver a descubrir la dimensión familiar de la vida significa ayudar a la sociedad a que sea más firme y fuerte, menos «líquida» y más solidaria.
Todos, sin exclusión, necesitamos un amor más robusto, más generoso, que nos haga extender los brazos, que nos haga abrir los corazones. Desde la Cruz, Jesús no se ve a sí mismo, no llora por sí o por sus problemas. Ve al joven discípulo y a la anciana madre, nos ve a cada uno de nosotros. A los jóvenes sin esperanza y a los adultos endurecidos por la vida.