(Portaluz/InfoCatólica) Mauro es un monje feliz de la vocación que comenzó a recorrer a los 21 años, por la invitación de un amigo a un ‘retiro’ en el Monasterio Benedictino. Ríe y hace bromas con picardía inteligente al narrar las vicisitudes de su historia, las verdades que considera inmutables o al opinar sobre temas álgidos de la contingencia…
Nacido en Osorno, al sur de Chile, como hijo de una madre católica y un padre protestante –ambos de origen alemán-, su educación sería humanista y laica. Así la escolar, en el Internado Nacional Barros Arana donde tendría como profesores al destacado filósofo Luis Oyarzún y al anti poeta –entonces profesor de Física- Nicanor Parra. Referentes que hicieron gustar a Mauro un elixir irresistible… la búsqueda contemplativo-reflexiva de aquello que existe y da sentido a la vida… ir más allá de la luz que enceguece a las mayorías. Quizás por ello el joven Mauro Matthei optó por estudiar Pedagogía en Castellano, en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Y aprendería por cuatro años latín, cuestión que sería bien valorada a su ingreso en el Monasterio.
Aún recuerda como si fuere ayer a su amigo de la época universitaria, el escritor y cineasta Alejandro Jodorowsky con quien se fue de gira por Chile montando juntos un espectáculo de teatro con títeres.
Mauro estaba en búsqueda. Pero jamás imaginó que su vida a partir del 31 de marzo de 1951 estaría sumergida en oración, silencio, celebrando desde la madrugada la liturgia y el canto del oficio, dejándose impregnar por la Lectio Divina, inspirado en la tradición recibida de sus mayores. Súmese a esto las horas del día en que los monjes trabajan en el mismo monasterio para cumplir el mandato de ganarse el pan con el sudor de su frente… Ora et labora no es un chocolate que todos puedan comer, aunque muchos románticos lo anhelan. Menos si a los dos días de haber ingresado el joven candidato experimenta «ilusiones diabólicas»… como le ocurrió a padre Mauro, según nos confidencia durante la siguiente entrevista.
¿Padre Mauro, por qué eligió un monasterio para su vida?
Cuando un amigo de la universidad me llevó para hacer un retiro, me fascinó la manera de vivir. Levantarse temprano, hacer oración, estudios bíblicos, eucaristía, trabajo… Encontré un sistema de vida que, claramente, facilita las experiencias espirituales. Estaba allí palpando qué produce siete veces al día la oración… dos horas grandes, tres chicas y dos secundarias. Qué se experimenta cuando uno imita a Cristo, quien rezaba de noche. También nosotros nos levantamos temprano y rezamos cuando todo el mundo está durmiendo. Es una manera de vivir, fuerte, que produce resultados. Uno normalmente se queda ahí desde que ingresa hasta la muerte; toda la vida empeñado en practicar nítidamente un ritmo de santificación. Y así es posible un crecimiento espiritual sistemático. Los monasterios son un grupo de hombres o de mujeres que se juntan para vivir plenamente el Evangelio lo mejor posible, lo más concentradamente posible. La dirección del monacato cristiano -hay que decirlo- es Cristo, que es el Dios de la vida. Nosotros estamos destinados a la vida en Dios, a la vida eterna aquí en el mundo, pero también en la eternidad. Nos fascina el tema vida… por eso también estamos en contra del aborto, por supuesto.
Habrá sido un proceso complejo para alguien que provenía del humanismo laico…
Primero uno entra en un cierto ambiente que le parece atractivo. Más tarde oye la voz divina que dice: «Ahí te quiero». Porque hay varios meses en que uno no es llamado. Está ahí nomás. Pero nítidamente se diferencia la primera etapa de la segunda porque en esta última uno duda, se resiste; y yo claramente dije bastantes veces que no. Pero finalmente Dios gana, porque Él espera que uno capte.
¿Algún hecho significativo en esa etapa de dudas coronadas por el triunfo de Dios?
Bueno, el llamado de Dios viene en la oración. Al rezar sientes ese llamado, que consiste en percibir mucho amor, tienes entusiasmo, gran ebullición interior y escuchas un «Aquí te quiero, quédate aquí». Es como le ocurrió a Moisés… «Acércate a la zarza ardiente y quédate junto a ella, pero sácate los zapatos», algo así. Y esto se produce varias veces, porque uno primero dice que no, siempre.
¿Dudó de su decisión?
A los dos o tres días de estar en el monasterio, llegué a pensar que me había equivocado. Totalmente. Mi único pensamiento era «¡Cómo salir de aquí!». Eso fue muy fuerte. Los superiores se dieron cuenta… Bueno, yo era la primera vocación de Chile -ese es otro detalle-, después de la llegada de los padres extranjeros. Entonces el superior -padre Odón-, me dijo: «Hermano, ¿Qué le cuesta?», yo le dije con mucha franqueza -(puntualiza entre risas padre Mauro)-: «Todo me cuesta aquí, todo, no hay nada que me guste».
Entonces me mandó a un padre consolador, que se les llama, quien me leyó el prólogo de la regla de San Benito que dice: «Todo lo que al principio te parece duro y áspero, con el tiempo se te va a transformar en natural y por costumbre y vas a recorrer los caminos de Dios con el corazón dilatado hasta que llegues a la caridad perfecta». Entonces dije: «¡Bueno, será pues!». Pero con nada de ganas -(ríe nuevamente padre Mauro)-... Y agregué: «Voy a esperar hasta el jueves»… ¡Y era lunes! Un desastre, ¿no?… Pero al poco tiempo de esto, comencé a tener la sensación interior tal como si en un paisaje donde todo era nebuloso se fuere disipando esa neblina y salen pedacitos de cielo azul. Luego más azul, hasta que sale el sol. Eso es lo que me pasó y fue una experiencia muy valiosa, porque ahí aprendí que existen las ilusiones diabólicas… imágenes diabólicas. Dios me dio una prueba dura al principio porque era una sensación de prisión, pena… ¡terrible! Yo estaba seguro que estaba equivocado y de repente vi y dije «¡Pero qué tonto!». Para mí fue muy importante saber desde el principio que hay -como dicen los Padres del Desierto- trampas del diablo, ilusiones, mentiras, proyecciones mentirosas. Es muy importante porque esto le pasa a todo el mundo. Pero son nada más ilusiones, no hay que asustarse. Hay que ser firme, no hay que asustarse.
¿Padeció nuevas crisis de fe?
Nunca, a excepción de la primera.
¿Y esta certeza de la acción del demonio que señala, es una sabiduría que ha continuado desarrollando?
Es elemental en la espiritualidad monástica conocer las trampas del demonio. Desde el principio tuve esta sensibilidad para lo demoníaco… Cómo se muestra lo demoníaco y cómo se muestra lo santo… Hay realidades que experimenta el ser humano que son diabólicas, siempre, sin excepción. No hay nadie que no tenga una experiencia de prueba. Por ejemplo, en la cuestión del sexo desde luego la concupiscencia sexual, pero también la concupiscencia del orgullo, de la envidia… hay muchos demonios en eso. Los Padres del Desierto hablan de ello. Los grandes maestros, San Juan Clímaco, y todos los grandes autores hablan de las experiencias espirituales negativas y positivas. Experiencias sobrenaturales positivas son las de oración, carismas, gracias, alegrías espirituales. Pero al final de la carta a los Efesios, San Pablo dice: «Nuestra lucha no es solamente contra la carne y sangre, sino contra los principados y potestades, contra los rectores de este mundo tenebroso, contra los espíritus en los aires»… las experiencias negativas. Y es muy importante saberlo. Hoy que tenemos 321 millones de personas deprimidas en el mundo, pocos saben que la depresión claramente es de origen demoniaco. Muchos psiquiatras no tiene idea de estas cosas; los psiquiatras católicos sí, en el sentido que se puede establecer una colaboración entre el psiquiatra y el hombre de oración.
¿Cree -como el exorcista padre Luis Escobar- que el demonio está muy activo en nuestro tiempo?
Si, absolutamente de acuerdo con el padre Luis. Y también con algo muy hermoso que él nos dijo… «Uno es exorcista por amor». Es decir, porque ve el sufrimiento inmenso de la humanidad por causa de sus pecados. La gente sufre, pero ante todo sufre por sus propios pecados. Y entonces, al ayudarle a liberarse se hace una obra de caridad, de alivio, muy grande. En esto creo firmemente. Es una ingenuidad pensar que no existe el demonio.
El Evangelio nos muestra que Cristo primero tiene la visión de la Trinidad… Padre, Hijo y Espíritu Santo en perfecta armonía, circulando. Dios no es un individuo aislado, sino comunión de tres personas. Mutuamente el Padre da testimonio del Hijo, el Hijo del Padre, el Espíritu Santo no habla por sí mismo, sino aquello que Dios Padre le dice. Cristo tiene esa experiencia…
Después en el Evangelio de San Marcos dice que a continuación fue llevado inmediatamente por el Espíritu al desierto para encontrarse con la Anti Trinidad, es decir, el Demonio que es la causa de la división, de la incomprensión, de la incomunicación, del odio, del rechazo. Uno tiene que conocer a la Anti Trinidad tan bien como a la Trinidad. Porque si uno solamente cree en la Trinidad y no toma en cuenta que hay una potencia del mal, entonces estás mal informado. La potencia del mal existe, y bueno, entonces uno se pregunta ¿Por qué existe? Bueno, eso es otra cosa; pero existe por algo que Dios estima necesario y bueno.
El hombre cree que el mal se elimina negándolo. Pero Dios no lo elimina, sino lo deja y lo desarma -todos los días-, lo modifica y lo dirige -como Él quiere- para el otro lado. Porque la gloria de Dios es que Él sabe sacar cosas buenas de las malas… Nosotros somos al revés. Nosotros las cosas las echamos a perder. Una de estas transformadas por Dios es el sufrimiento, que es una cosa mala, pero por medio de la fe y los sacramentos, de la unción a los enfermos, se transforma en algo bueno.
La experiencia del mal es absolutamente necesaria como necesario es tenerla desde una visión cristiana. La lucha entre el bien y el mal es de cada día, sin excepción y para eso hay que saber cómo funciona el mal y cómo funciona el bien. Y esto no se sabe sin oración, sin estudios, sin vida sacramental.
¿Y que podría agregar de sus experiencias personales con el Demonio?
En primer lugar la experiencia difusa de un mal que funciona y que yo lo reconozco. Por ejemplo cuando uno hace algo bueno no es extraño que suceda lo que Pierre Teilhard de Chardin llama «potencia de disminución» en su libro El medio Divino. Se refiere a que existe en el mundo una fuerza invisible, que intenta que las cosas salgan menos buenas de lo que usted quiere, menos efectivas, menos durables, tendiendo al mal. Esa es la «potencia de disminución». Ese es el nombre que él da al Diablo.
Luego hay también experiencias que son semi-visibles. Ocurren cuando de repente uno se encuentra con personas que lo tratan con mucho odio. Personas malas o que tienen malas intenciones, malos impulsos y uno lo siente. Después vienen las cosas… pero suceden más bien al final de la vida, que son vivencias físicas del demonio. Por ejemplo, una persona endemoniada que le habla cosas terribles y usted empieza a rezar y la figura se desvanece o se viene abajo. Uno debe permanecer claro porque Cristo dice: hay que expulsar los demonios. Esas experiencias sí las he vivido. Uno no debe asustarse, sino que debe rezar y enfrentarlo. La fe cristiana nos dice… Cristo, siempre, es más fuerte que el Demonio. Por eso no hay que tener miedo. Yo puedo más, no porque sea «Harry Potter», sino porque Cristo está conmigo. Esas son experiencias bien feas y desagradables.
¿Las crisis espirituales provienen del demonio?
Sí, en la mayoría de los casos. Actualmente se las ve como un fenómeno sicológico. Que uno se aburrió de la rutina, o que uno enmendó rumbo, se encontró con que no era su camino, después que se sintió muy solo… cosas así. Es decir se explica la defección por aspectos psicológicos, y creo que sí, son parte. Pero también son tentaciones. Porque ellas son parte de la vida cristiana. Cristo las tiene inmediatamente después del bautismo. ¿Por qué existe el mal y por qué Dios no elimina el mal? Son preguntas grandes… ¿En qué consiste el mal? Pero ante todo, ¿Por qué Dios no dice «basta, fuera» y se solucionó el problema? ¿Por qué deja al mal funcionando? La respuesta es porque sucede por nuestro bien, por amor a nosotros. Las tentaciones dentro del plan de Dios están para fortalecernos.
¿En nuestra debilidad Dios acude y se muestra como Padre?
Sí.
¿Qué otros consejos daría a los formadores de futuros sacerdotes, monjes, de personas que consagran sus vidas a Dios?
Muchos formadores inmediatamente dicen: «Bueno, entró en crisis por tal y tal cosa, y es mejor que se vaya». Eso está muy difundido. Poco menos que le hacen una fiesta cuando se va. Suponen que tiene otro camino… Es decir, pocos formadores saben decirle al joven: «¡Esta es la hora de la prueba!, aquí vas a salir como campeón, pero tienes primero que transpirar mucho». Falta esa valentía de decir: «No tengas miedo, porque vas a salir bien de esto, pero aguántate en la fe».
Padre… ¿qué es ser un monje?
Es un hombre que se decide por el servicio y la consagración a Dios. En primer lugar (a través de conocer y fundirse en) el misterio de Dios. Es decir, el culto divino, todos los días meditación de la escritura, la palabra de Dios; y entre medio trabajo como necesario ejercicio para la dimensión humana. Pero en el monasterio y en el monje lo central es el Misterio Divino… que sea adorado, alabado, conocido, profundizado, meditado a través de la Escritura y por ahí entonces también el apostolado del monje es darse mucho en las confesiones, las direcciones espirituales. La gente necesita este apoyo espiritual y en los monasterios hay tiempo de Dios para ello.
¿Qué hacen los monjes?
La oración al principio, al final y al medio. Siete veces oración. La primera es la oración de vigilia a las 4 de la mañana… porque Cristo rezaba de noche y es una invitación de Cristo, una especie de vigilancia sobre el mundo que duerme… que está en otra (ríe). Bueno, después de las vigilias viene la Lectio Divina que significa ocupación con la palabra de Dios. Es decir, leemos la biblia muchas veces y meditarla. El Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, también algún comentario de la Sagrada Escritura. Puedes estar leyendo y rezando; hay muchos métodos con la Lectio Divina. El monacato antiguo era muy bíblico, mucha biblia. Después viene por supuesto la misa.
Luego vamos a desayunar y después empieza el trabajo, que puede ser el manual, también trabajo cotidiano (lavar la ropa, encerar los pisos, limpiar los vidrios, regar el jardín, cosechar árboles, plantar no se qué), después darle clases a los novicios; también ir a la biblioteca para trabajos intelectuales… el caso de los Benedictinos. Bueno, todos los monasterios tienen alguna fuente de entrada, porque hay que vivir del trabajo, es algo sagrado.
Al mediodía, que es sexta, llega una de las horas (de oración) menores, de diez minutos, cortas. Son tres cortas. Una después de la misa, la segunda a las 12 y la tercera a las 3 de la tarde, porque es la hora de la muerte de Cristo. Después vísperas a las seis y completas cuando uno se va a la cama, como a las nueve. Esas son las horas…
Además tenemos una hospedería –las hay en la mayoría de los monasterios- para gente que está de visita.
¿Y qué es lo característico en la oración del monje… pedir, alabar o sólo estar con Dios?
Todo, sucesivamente. Hay muchas actitudes de oración diferentes, que pueden expresarse con el canto, la recitación o simplemente la escucha.
¿Cuál es la relación entre el silencio que buscan y la soledad?
El silencio es la parte acústica… la soledad es la parte topográfica. Pero lo principal es que el silencio no es un hueco, sino plenitud. Alguna gente no lo comprende, porque cuando hay un silencio, lo tratan de tapar con ruido, música o con cualquier cosa.
Transcurridos sus años de diaria oración, trabajo y estudio ¿Qué puede decir de Dios?
(Se emociona). Que es la suma felicidad, que es la suma belleza, que es la suma verdad. Dios es bondad, verdad y belleza. Y eso se experimenta, según el empeño de cada cual, en toda su plenitud.
¿Cuándo fue la última vez que Dios lo sorprendió?
Bueno, ayer (ríe). Dios es muy fecundo, muy entretenido.
¿Podría narrarnos el suceso?
Por ejemplo, uno dice «Señor, este problema yo no puedo resolverlo. Por favor, no me voy a meter en esto, te lo dejo a ti» (ríe). No pasa nada, no hay una voz que diga «¡Cómo no!», no hay nada. Pero de repente, en la mañana pasa esto, en la tarde pasa lo otro. Al día siguiente sigue con un buen encuentro, un encuentro aparentemente casual, en que viene una persona precisa, que viene el diario preciso, el libro preciso, y usted no sabía de dónde iba a salir la solución. Después uno lo hace según este programa y la cosa sale. Eso es muy interesante. En ese sentido uno dice que Dios le habla. Y también, cuando uno reza y pide algo, hay que tener un poco de training para entender también la respuesta, que viene también de forma invisible.
Hoy el hombre moderno tiene desconfianza a todo lo que sea invisible… los ángeles, los santos, las palabras del cielo. Todo lo que es invisible dicen: «Bueno, pero eso no es real». No es cierto, hay muchísimas cosas que también para el mundo moderno son invisibles pero que son muy importantes, por ejemplo la electricidad o el Internet. Imagínese cómo funciona Internet. ¿Cómo escribo algo y en cinco segundos ya lo tienen en Alemania o Inglaterra? ¿Cómo? ¡Por medios invisibles, totalmente invisibles!
Después la otra cosa invisible son las fuerzas que hay en el mundo que empujan. Por ejemplo ahora… Aborto, aborto, aborto, todos hablan del aborto. Son dinamismos invisibles. En la primera guerra mundial era… guerra, guerra, guerra ¡Ya, vamos a la guerra! Todos hablando de la guerra. Y aunque después les va como la mona (pésimo), en un momento esta palabra, «guerra», era una fuerza invisible. Hay muchas cosas invisibles. También el odio lo es.
Luego, en una jornada de la juventud. ¿Qué es lo verdadero que funciona? Algo invisible. Están todos los jóvenes y todos fervorosos y todos se confiesan y todos cantan. Están ahí, pero ¿qué hay detrás?, ¿una chaqueta?, ¿un sombrero?, ¡No! Algo invisible.