(Vatican Insider)
Duró unas tres horas y fue la audiencia más espontánea de los últimos años en El Vaticano. Puro estilo sudamericano. No se trató de un encuentro formal, aunque sus protagonistas son dos jefes de Estado. Francisco, el Papa, y Cristina Fernández de Kirchner, presidente de Argentina, almorzaron este lunes a solas en una salita de la Casa de Santa Marta. En un contexto totalmente distendido.
La mandataria llegó hasta territorio vaticano con unos 10 minutos de retraso y pasada la una de la tarde fue recibida primero por el prefecto de la Casa Pontificia, Georg Gänswein, quien la acompañó por unos metros hasta el ingreso de la residencia donde ya la esperaba el pontífice. En ese momento tuvo lugar la primera sorpresa: Fernández de Kirchner tenía una bota ortopédica en su pierna izquierda. “¿Qué le pasó?”, le preguntaron los periodistas. “Me esguincé en el hotel”, respondió. “¿Cómo?”, replicó un cronista. “Jugando a la rayuela”, ironizó ella.
Según informaron después fuentes diplomáticas, la presidente tuvo un percance el domingo en el hotel Edén de la ciudad de Roma, aunque no se especificó el contexto. Sí se pudo saber que fue llevada al servicio de traumatología del hospital “Umberto I” donde se le hizo una resonancia magnética, se le diagnosticó un esguince y se le colocó una férula de protección. Eso no le impidió acudir a su encuentro con el Papa.
El saludó entre los dos fue afectuoso. Doble beso, a la italiana. Luego entraron al ingreso de la Casa donde los esperaba el “número dos” del Vaticano, el secretario de Estado Pietro Parolin. Tras un breve intercambio de palabras ambos se trasladaron a un salón especialmente preparado. No estaban solos, la delegación argentina era numerosa. La comitiva oficial era de 14 personas y el “grupo de apoyo” otros 31, para un total de 45 integrantes. A ellos se sumaron periodistas y fotógrafos.
Una vez dentro de la sala, bajo un cuadro de la Virgen de los Desatanudos (advocación muy querida por Jorge Mario Bergoglio), el Papa saludó a algunos funcionarios argentinos. Entre ellos el canciller Héctor Timerman, el secretario de Culto Guillermo Olivieri y el embajador ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero.
Inmediatamente después se acercaron a una mesita contigua para un improvisado intercambio de regalos. A esa altura de la audiencia la espontaneidad había pasado totalmente por encima del protocolo. Los pocos integrantes de la Gendarmería Vaticana presentes controlaban desde lejos, pero no intervenían.
Frente a la mesa Cristina Fernández ilustró sus obsequios. Entregó a Francisco un termo celeste y blanco con una inscripción que recuerda el bicentenario del primer gobierno patrio argentino. Sobre ese tema eran dos grandes libros color celeste. Un volumen más se refería a la Casa Rosada.
Especial atención tuvieron los restantes dos regalos: una fotografía de Bergoglio muy joven en la villa 21-14 de Barracas, en Buenos Aires. En la imagen se ve al actual Papa acompañado por Lorenzo Devedia, el padre “Toto”. “Me la dieron cuando visité el barrio, la pasamos súper con ellos”, comentó la mandataria. Luego se giró y mostró un cuadro de Santa Rosa de Lima color bordó. “¡Parece vino!”, exclamó el pontífice. “Es vino, acá tiene el certificado, está pintada en vino y va a tener un proceso de oxidación”, señaló la invitada.
Tras entregar a cada uno de los miembros de la delegación un rosario papal, la delegación salió de la sala y ellos se quedaron unos minutos a solas. Más tarde se trasladaron a otro reservado junto al comedor de Santa Marta. Allí almorzaron cara a cara, el menú fue ligero, a petición de ambos. Entre otras cosas evitaron la pasta.
Mientras ellos dialogaban, en una sala contigua la delegación pudo degustar un bufet. Un gesto sin precedentes. Un detalle solicitado especialmente por el Papa.
Pocos minutos después de las 4 de la tarde la mandataria y el obispo de Roma reaparecieron en el ingreso de Santa Marta. Tras un saludo final de Francisco al resto de la delegación, los dos se dirigieron hasta la salida donde tuvo lugar la despedida final. Allí, en la puerta de la Casa, Bergoglio se quedó parado, esperando, hasta que los automóviles oficiales se alejaron. Un gesto de delicadeza del pontífice argentino.