(EFE/InfoCatólica) La familia de Çypi ofreció gran parte del dinero, así como el terreno sobre el que se erige, desde hace dos meses, la pequeña iglesia de piedra de Shën Koll, considerada un lugar santo por toda la población. La iglesia está situada en Derven, una localidad al norte de Tirana, donde se ha demostrado que la convivencia religiosa, valor que los albaneses heredaron de sus antepasados hace siglos, sigue viva.
Para encender una candela y rezar por la salud de su familia, los martes y los sábados, acude a la iglesia la abuela Hike, de 61 años, con su hijo Ilir y su nieto Irildi, de 5 años, todos ellos vecinos musulmanes de Çypi. «La confesión es la misma para todos. Dios es el mismo para católicos y musulmanes», afirma Hike, cuya familia proporciona luz a la iglesia, mientras su otro hijo, Kujtim Balloku, se encarga del mantenimiento. «Siempre nos hemos respetado, nos hemos casado unos con otros y hemos celebrado las fiestas católicas. Todos somos seres humanos y no tenemos por qué pelearnos», añade Kujtim delante de la iglesia.
Los albaneses, primero católicos y luego ortodoxos, fueron convertidos al islam en el siglo XV cuando el país fue invadido por los otomanos, de los que se independizaron en 1912. En la actualidad, de los 2,8 millones de habitantes de Albania, el 57 % es musulmán, el 10 % católico y el 7 % ortodoxo, según datos de 2011.
«En toda la historia de Albania no se ha registrado ningún conflicto por motivos religiosos», declara a Efe Genti Kruja, sociólogo y director del departamento de Cultura y Diálogo Interreligioso de la Comunidad Musulmana de Tirana. «La tolerancia religiosa no es producto de tiempos modernos, tampoco ha sido aprendida en las escuelas, sino que es una tradición arraigada en la profundidad de los siglos», agrega. Además, Kruja destaca que en la Unión Europea, en la que Albania aspira a ingresar, no esperan competir con la «precaria economía, sino con los valores culturales y sociales, que prácticamente son únicos» en el país balcánico.
Este experto atribuye la armonía religiosa al hecho de que el país ha servido de puente entre Oriente y Occidente por estar ubicado en la frontera entre los dos reinos más poderosos del Medievo: el romano y el bizantino. Más tarde, la conversión al islam fue un proceso lento y gradual en el que, en ocasiones, los miembros de una misma familia pertenecían a diferentes religiones, pero por encima de todo les unía la sangre. En Albania el sentimiento nacional está por encima del religioso, como demuestra la emblemática frase del publicista del siglo XIX Pashko Vasa: «La fe de los albaneses es el albanismo».
Este hecho se debe, en parte, a los religiosos albaneses que han propagado y transmitido a sus fieles el espíritu de colaboración y convivencia durante siglos. «La tolerancia es un patrimonio del pueblo. Los clérigos nunca han puesto a los albaneses unos contra otros», señala Suat Terziu, un anciano musulmán de Tirana. En opinión de Terziu, los problemas religiosos «nacen cuando interviene la política, movida por sus propios intereses, y cuando uno no cree en Dios».
El anciano confiesa que la mayor alegría de su vida se produjo en 1990, cuando se recuperaron las prácticas religiosas abolidas en 1967 por el régimen estalinista de Enver Hoxha, que, inspirado por la revolución cultural china, convirtió Albania en el primer país ateo del mundo. Durante el comunismo las mezquitas y las iglesias fueron destruidas o transformadas en almacenes de cereales, cines y polideportivos, mientras que centenares de clérigos fueron perseguidos, asesinados, encarcelados y enviados a campos de trabajo forzoso.