(ACIPrensa/InfoCatólica) «Hagamos que nuestro amor por los inmigrantes se vuelva concreto. Pueden ir a www.justiceforimmigrants.org para hacer oír su voz, para que sus líderes en Washington sepan que ha llegado el momento de una reforma migratoria», dice el prelado en su última columna enviada a Aci. En su artículo, Mons. Gómez advirtió que el tema de la reforma migratoria no se ha agotado, pues sigue afectando a millones de personas que con su trabajo contribuyen con el crecimiento del país.
«Como sociedad, hemos llegado a aceptar una subclase permanente de hombres y mujeres que viven en los márgenes de nuestra sociedad. Los miembros de esta subclase realizan gran parte del trabajo manual y de los servicios básicos que son esenciales para nuestra sociedad: el cuidado de nuestros hijos, la construcción de nuestras casas y oficinas, la cosecha de los alimentos que comemos. Ellos pagan millones en impuestos y seguridad social, y sin embargo, no tienen derechos y no tienen seguridad ellos mismos», expresó.
El Arzobispo de Los Ángeles advirtió que los que más sufren con la falta de esta reforma son los niños cuyos padres son deportados o encerrados en una cárcel de inmigración.
La verdadera globalización
«Benedicto XVI dijo que la globalización puede hacer que todos seamos vecinos, pero no puede hacernos hermanos y hermanas. Para eso necesitamos a Dios. Porque si no creemos que Dios es nuestro Padre, entonces nunca tendremos ninguna razón para tratar a los demás como nuestros hermanos. Por eso sigo creyendo firmemente que la reforma migratoria es tanto un asunto espiritual como una cuestión de derechos humanos y de valores familiares», afirmó.
Ante los argumentos de quienes justifican las deportaciones y la negación de los derechos fundamentales, Mons. Gómez señaló que «el estado de derecho es importante para el bien de la sociedad. Pero la ley del amor de Dios nos llama siempre a tener un estándar más elevado».
Una persona sin papeles sigue siendo un hijo de Dios
«A los ojos de Dios nunca podremos justificar el ser fríos o indiferentes a los sufrimientos de los demás. Una persona sin los ‘papeles adecuados’ sigue siendo un hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza, una persona con dignidad y que merece nuestro respeto», expresó.
El Arzobispo recordó que Cristo fue específico «acerca de ‘a quiénes’ tenemos que amar y servir: a los hambrientos, a los sedientos y a los desnudos, al extranjero, al inmigrante, al prisionero».
«Jesús parece haber especificado deliberadamente los tipos de personas que más nos cuesta amar: los pobres que nos piden que compartamos con ellos nuestro tiempo y nuestras posesiones, el inmigrante que pide ser recibido en nuestro país y en nuestra forma de vida, el prisionero que ha quebrantado nuestras leyes. Se trata de ‘casos difíciles’. Pero las exigencias del amor cristiano no son fáciles. Un santo dijo: amamos a Dios tanto como amamos a la persona que menos amamos», explicó.
Por ello, alentó a los fieles a hacer concreto el amor por los hermanos inmigrantes y transmitirles esta necesidad a sus representantes en el ambiente político, así como orar «por nuestros líderes y por todos nosotros como ciudadanos. Que todos encontremos el valor político y moral que necesitamos para hacer frente a esta crisis de nuestra sociedad».
«Pidámosle a nuestra Santísima Madre María, que junto con San José y el Niño Jesús fue una refugiada en Egipto, para que nos ayude a acoger a los demás, no como extranjeros ni como una amenaza a nuestra forma de vida, sino como nuestros hermanos y hermanas», concluyó.