(InfoCatólica) Monseñor Munilla ha resaltado que «desde postulados materialistas y racionalistas se ha negado la existencia de la vida después de la muerte. Pero paradójicamente, de esta negación no se ha derivado una existencia más humana y feliz, como cabría esperar de quien propugna aquello de ‘comamos y bebamos, que mañana moriremos’…»
«Y es que el hombre está hecho para la transcendencia», ha proseguido. Ha recordado su homilía en la última fiesta de San Ignacio de Loyola en la que señaló «tres de los efectos generados en nuestra cultura, por motivo de un planteamiento intranscendente de la existencia». Estos eran el materialismo, la frivolidad y la idolatría política.
Respecto al materialismo, ha señalado que «sólo quien consigue librarse de la idolatría del materialismo podrá percatarse de que el ser humano es un ser espiritual. En efecto, ¿cómo justificamos que el hombre está por encima de la materia, cómo entender su originalidad, si solo es materia?, ¿qué explicación dar a la insatisfacción e infelicidad en la que quedamos atrapados?»
En relación a la frivolidad, ha dicho que «se llegan a sustituir las grandes preguntas del hombre –‘¿de dónde venimos y adónde vamos?’, ‘¿qué sentido tiene esta vida?’– por las preguntas más triviales que nos podamos imaginar: ‘¿qué plan tienes para esta noche?’, ‘¿te has comprado ya la última versión del iphone?’ , etc.». Y ha señalado que «la frivolidad no suele empeñarse en la negación de la existencia de Dios, sino que simplemente se reduce a la indiferencia». Aliados de la frivolidad son «el pansexualismo, el hipererotismo y en definitiva, el culto al cuerpo».
En cuanto a la idolatría política, ha explicado que «consiste en sustituir la aspiración a la vida eterna –es decir, a la vida en plenitud–, por la adscripción orgullosa a un pueblo, a una raza, a una utopía política, etc. Su formulación suele formularse en oposición a ‘los otros’, a los que no son ‘de los nuestros’. La fraternidad universal es anulada en la práctica, en favor de una autoestima forjada en clara contraposición a los oponentes. En definitiva, se termina por sustituir el amor a la patria celestial, a la cual estamos llamados todos, por una especie de adoración por lo terreno, particular y caduco».
Frente a este análisis, ha afirmado que no hay que entender que el cristiano ha de evadirse de la vida presente ni desentenderse de la vida pública, sino que «la Iglesia invita a sus fieles a que inspirados por los principios de la doctrina social católica, y desde una legítima pluralidad en su sensibilidad política, participen en la vida pública. Ahora bien, se trata de una vocación propia de los laicos; mientras que lo específico del Magisterio de la Iglesia es contribuir al bien público desde la iluminación de los de valores morales».
Aquí se ha referido al hecho de que la ciudad de San Sebastián haya sido elegida «como sede de diversas conferencias e iniciativas internacionales por la paz». Espera que «el término ‘paz’ no sea devaluado ni manipulado» y para ello ha expresado tres reflexiones:
-El diálogo sobre la paz solo tiene sentido en el supuesto de que se inicie y se concluya con una condena explícita al terrorismo, así como a todo tipo de violencia.
-La existencia de diversos tipos de víctimas y de violencias, no debe ser utilizada como una maniobra de distracción, que le libere a cada uno de su obligación moral de arrepentimiento y de petición de perdón hacia las víctimas que él ha generado, o de las que ha sido cómplice.
-Los foros de diálogo por la paz que excluyen a las víctimas del terrorismo, o que simplemente no son capaces de recabar su apoyo, carecen de la necesaria autoridad moral.
Finalmente ha encomendado a la Virgen de la Asunción «las alegrías y los sufrimientos de todos los donostiarras» y ha terminado con la siguiente oración:
«Santa María, ayúdanos a elevar nuestro corazón al Cielo, nuestra patria definitiva, adonde tú ya has sido asunta en cuerpo y alma. Que todos y cada uno de los aquí presentes completemos nuestra peregrinación, la peregrinación hacia la vida eterna. Amén.»