(AFP/InfoCcatólica) «Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en su noche (...) Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto», afirmó.
La Iglesia católica pierde terreno en Brasil desde hace más de tres décadas. Los católicos representaban el 64,6% de la población en 2010, contra 91,8% en 1970.
Los evangélicos, en tanto, no paran de crecer, apoyados por su hábil manejo de la televisión y las redes sociales y una extensa red de templos. Aumentaron de 5,2% de la población en 1970 a 22,2% en 2010.
En una clara autocrítica, el papa dijo que «tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido».
«Tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta», señaló.
Francisco, que defiende «una Iglesia pobre y cercana a los pobres», minimizó asimismo a la Teología de la Liberación (TL), que nació en la región hace más de cuatro décadas, a la cual se refirió -sin mencionarla directamente- como una de las «enfermedades infantiles» que ha superado Brasil.
«La Iglesia en Brasil ha recibido y aplicado con originalidad el Concilio Vaticano II, y el camino recorrido, aunque ha debido superar algunas enfermedades infantiles, ha llevado gradualmente a una Iglesia más madura, generosa y misionera», dijo el papa.
Para referirse a esta corriente teológica, el papa utilizó una expresión del líder revolucionario ruso Vladimir Lenin, que en 1920 publicó su libro «El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo».
Brasil fue laboratorio de varias experiencias después del Concilio Vaticano II, principalmente de la TL, que resaltó la opción preferencial de Dios por los pobres en una de la región con mayores desigualdades del planeta.
El Vaticano, bajo el pontificado de Juan Pablo II (1978-2005), acusó de marxista a la TL, y sancionó a varios sacerdotes vinculados a ella, como el brasileño Leonardo Boff.
Como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio criticó la TL, aunque se esperaba que en este viaje, su primero a América Latina como pontífice, hiciera algún gesto de reconciliación hacia esta corriente, mencionando quizás a alguna de sus figuras históricas como el fallecido arzobispo de Recife y Olinda Helder Camara.
El papa criticó asimismo la globalización que lleva a fracturas en la familia y a «intentos fallidos de encontrar respuestas en la droga, el alcohol, el sexo, convertidos en otras tantas prisiones», aunque destacó que ésta también tiene «algo realmente positivo».
El papa pidió a cardenales y obispos no tener miedo de involucrarse más políticamente, en temas como «la educación, la salud, la paz social» que son «las urgencias de Brasil».
El discurso de seis páginas dedicó unas líneas dedicadas a las mujeres, en la que pide que no se reduzca su papel en la Iglesia sino que se promueva «su participación activa en la comunidad eclesial».
Francisco llamó asimismo a fortalecer el «rostro amazónico» de la Iglesia, y dijo que es preciso no sólo enviar misioneros a la selva sino consolidar la formación de «un clero autóctono».