(ZENIT/InfoCatólica*) La multitudinaria celebración en la Plaza de San Pedro acogió a los jóvenes de la diócesis de Roma, así como a dos grandes grupos procedentes de Sydney (Australia) y Madrid (España) para la ceremonia de entrega de la Cruz y del Icono de la Jornada Mundial de la Juventud, que tuvo lugar después de la Misa, durante el Ángelus.
“Quien quiere quedarse su vida para sí, vivir sólo para sí mismo, quedarse con todo para sí y disfrutar todas las posibilidades – precisamente este pierde la vida. Ésta se convierte en aburrida y vacía”, explicó en Papa a los jóvenes, durante la homilía. La Cruz por tanto revela el misterio del amor, pues éste “significa abandonarse a sí mismos, donarse, no querer poseerse a sí mismos, sino ser libres de sí mismos: no replegarse sobre sí mismos – qué será de mí –, sino mirar adelante, hacia el otro – hacia Dios y hacia los hombres que Él me envía”.
Esta verdad no debe verse como algo abstracto, explicó, sino que “en la realidad concreta, no se trata simplemente de reconocer un principio, sino de vivir su verdad, la verdad de la cruz y de la resurrección”. “El gran “sí” del momento decisivo en nuestra vida – el “sí” a la verdad que el Señor nos pone delante – debe ser después cotidianamente reconquistado en las situaciones de todos los días, en las que, siempre de nuevo, debemos abandonar nuestro yo, ponernos a disposición, cuando en el fondo querríamos en cambio agarrarnos a nuestro yo”, añadió.
A una vida recta, afirmó el Papa, “le pertenece también el sacrificio, la renuncia. Quien promete una vida sin este siempre nuevo don de sí, engaña a la gente. No existe una vida lograda sin sacrificio”. Aceptar, por tanto, la cruz en la propia vida, explicó Benedicto XVI a los jóvenes, supone que “la gloria de Dios, su señorío, su voluntad es siempre más verdadera que mi pensamiento y mi voluntad”.
La oración consiste por tanto en “aprender este orden justo de la realidad, aceptarlo íntimamente; confiar en Dios y creer que Él está haciendo lo justo; que su voluntad es la verdad y el amor; que mi vida llega a ser buena si aprendo a adherirme a este orden”.
“La vida, muerte y resurrección de Jesús son para nosotros la garantía de que podemos verdaderamente fiarnos de Dios. Es de esta forma como se realiza su Reino”. Este signo de la cruz, añadió el Papa a los jóvenes, “va de camino de un lado al otro del mundo, de mar a mar. Y nosotros la acompañamos. Progresamos con ella en el camino y encontramos así nuestro camino”.
“Cuando tocamos la Cruz, es mas, cuando la llevamos, tocamos el misterio de Dios, el misterio de Jesucristo”, añadió, pero “también la ley fundamental, la norma constitutiva de nuestra vida, es decir, el hecho de que sin el “sí” a la Cruz, sin caminar en comunión con Cristo día a día, la vida no puede salir bien”.
“Quien quiere reservar su vida para sí mismo, la pierde. Quien entrega su vida -cotidianamente, en los pequeños gestos que forman parte de la gran decisión- éste la encuentra. Esta es la verdad exigente, pero también profundamente bella y liberadora, en la que queremos entrar paso a paso durante el camino de la Cruz a través de los continentes”, concluyó.