(RV) Antes de saludar a los presentes, en su alocución previa al rezo del Ángelus, Benedicto XVI ha evocado la parábola evangélica de hoy que lleva a meditar sobre la humildad. En este sentido, ha recordado la figura del Papa Juan Pablo I, de quien hoy precisamente se recuerda el trigésimo aniversario de su fallecimiento. “Él eligió como lema episcopal el mismo que san Carlos Borromeo: Humiltas”, ha señalado el Santo Padre, “una palabra que sintetiza la esencia de la vida cristiana e indica la virtud indispensable de quien, en la Iglesia, está llamado al servicio de la autoridad”.
Recordando la humildad de Juan Pablo I, el Papa ha reflexionado sobre una de las cuatro Audiencias generales celebradas durante su breve pontificado, en la que dijo, con el tono familiar que lo caracterizaba: “Me limito a recomendar una virtud, tan querida por el Señor quien dijo, ‘aprended de mi que soy bondadoso y humilde de corazón … incluso si habéis hecho grandes cosas decid: somos siervos inútiles’. Y observó: ‘En vez de la tendencia, en todos nosotros, de ponerse en muestra, es más bien todo lo contrario’ (Enseñanzas de Juan Pablo I, p.51-52). Podemos considerar la humildad como su testamento espiritual”.
Gracias precisamente a esta virtud, le bastaron 33 días para que el Papa Luciani entrara en el corazón de la gente, como ha evocado Benedicto XVI, señalando que en sus discursos “utilizaba ejemplos extraídos de la vida concreta, de sus recuerdos de familia y de la sabiduría popular”. “Su sencillez –ha proseguido el Papa- era el vehículo de una enseñanza sólida y rica que, gracias al don de una memoria excepcional y de una amplia cultura, él embellecía con numerosas citas de escritores eclesiásticos y profanos”.
Esto hizo de él, un incomparable catequista, siguiendo las huellas de Pío X, su predecesor en la cátedra de san Marcos y después en la de Pedro. “Nos tenemos que sentir pequeños ante Dios”, dijo en una Audiencia, añadiendo después: “No me avergüenzo de sentirme como un niño ante la madre: si cree en la madre, yo creo en el Señor, y lo que Él me ha revelado”.
“Éstas palabras muestran todo el espesor de su fe. Mientras agradecemos a Dios por haberlo donado a la Iglesia y al mundo, hagamos tesoro de su ejemplo, comprometiéndonos en cultivar su misma humildad, que le hizo se capaz de hablar a todos, especialmente a los más pequeños, y a los que estaban lejos. Invoquemos por esto a María Santísima, humilde Servidora del Señor”.