Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz

«¿Cómo se puede pensar en alcanzar la paz sin tutelar el derecho a la vida de los no nacidos?»

En su mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el próximo 1 de enero, Benedicto XVI ha asegurado que «quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida». El Santo Padre ha insistido en que «cualquier lesión contra la vida, en especial en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables en el desarrollo, la paz y el medioambiente» y ha preguntado: «¿Cómo se puede pensar en alcanzar la paz, el desarrollo integral de los pueblos y la protección del medioambiente sin que se tutele el derecho a la vida de los más débiles, comenzando por los no nacidos?»

Joseph Ratzinger se caracteriza por ser un intelectual lúcido, con un pensamiento bien identificable. Se puede estar o no de acuerdo con él, pero difícilmente se puede dudar sobre cómo piensa. En algunos discursos y mensajes el Papa explaya toda su claridad. Uno de ellos fue dado a conocer este día por la Sala de Prensa del Vaticano. Se trata del texto escrito por Benedicto XVI para la próxima Jornada Mundial de la Paz, que la Iglesia universal celebrará el próximo 1 de enero de 2013 sobre el tema “Benditos los operadores de paz”.

A lo largo de 19 páginas, el pontífice tocó temas clave de la actualidad mundial, del aborto al matrimonio homosexual, del desempleo a la crisis alimentaria internacional. Con un hilo conductor: la defensa de la vida es fundamental para la promoción de la paz. Son valores íntimamente relacionados. No se pueden separar, aunque algunos quisieran. Como cuando líderes “pro-life” en los Estados Unidos defendían a capa y espada a George W. Bush, no sólo por sus medidas a favor de los no nacidos sino también en sus misiones militares, cuyas consecuencias están a la vista. Por su importancia compartimos a continuación algunos extractos del escrito (se puede leer completo aquí).

LA PAZ NO ES UN SUEÑO, NO ES UNA UTOPÍA
Benedicto XVI / 8 de diciembre de 2012

La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible. Nuestros ojos deben ver con mayor profundidad, bajo la superficie de las apariencias y las manifestaciones, para descubrir una realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo.

El camino para la realización del bien común y de la paz pasa ante todo por el respeto de la vida humana, considerada en sus múltiples aspectos, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Auténticos trabajadores por la paz son, entonces, los que aman, defienden y promueven la vida humana en todas sus dimensiones: personal, comunitaria y transcendente. La vida en plenitud es el culmen de la paz.

Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida. Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana y, en consecuencia, sostienen por ejemplo la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo, proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La huída de las responsabilidades, que envilece a la persona humana, y mucho más la muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrán traer felicidad o paz.

En efecto, ¿cómo es posible pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido?

Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo codificar de manera subrepticia falsos derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia, amenazan el derecho fundamental a la vida.

También la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad.

Estos principios no son verdades de fe, ni una mera derivación del derecho a la libertad religiosa. Están inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad.

La acción de la Iglesia al promoverlos no tiene un carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Esta acción se hace tanto más necesaria cuanto más se niegan o no se comprenden estos principios, lo que es una ofensa a la verdad de la persona humana, una herida grave infringida a la justicia y a la paz.

Por tanto, constituye también una importante cooperación a la paz el reconocimiento del derecho al uso del principio de la objeción de conciencia con respecto a leyes y medidas gubernativas que atentan es cada vez más importante que este derecho sea promovido no sólo desde un punto de vista negativo, como libertad frente – por ejemplo, frente a obligaciones o constricciones de la libertad de elegir la propia religión –, sino también desde un punto de vista positivo, en sus varias articulaciones, como libertad de, por ejemplo, testimoniar la propia religión, anunciar y comunicar su enseñanza, organizar actividades educativas, benéficas o asistenciales que permitan aplicar los preceptos religiosos, ser y actuar como organismos sociales, estructurados según los principios doctrinales y los fines institucionales que les son propios.

Lamentablemente, incluso en países con una antigua tradición cristiana, se están multiplicando los episodios de intolerancia religiosa, especialmente en relación con el cristianismo o de quienes simplemente llevan signos de identidad de su religión.

El que trabaja por la paz debe tener presente que, en sectores cada vez mayores de la opinión pública, la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúan la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales.

Para salir de la actual crisis financiera y económica – que tiene como efecto un aumento de las desigualdades – se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo modelo económico.

El que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad.

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