(Intereconomía/Santiago Mata /InfoCatólica) El obispo de la diócesis madrileña recordó que los allí enterrados «eran sacados de las cárceles, lo sabéis vosotros mejor que yo, y sin juicio, eran traídos aquí, engañados, algunos sabiendo exactamente lo que estaba pasando, los cargaban en camiones, los llevaban atados con alambres, los bajaban de los camiones en los pinos y los conducían a las zanjas donde eran fusilados y enterrados, algunos permaneciendo todavía vivos».
Mons. Reig Pla recordó que «ninguno de ellos apostató. Y todos, como había presencia de religiosos, de sacerdotes, acudían a la confesión, rezaban juntos el rosario, lloraban y se animaban juntos, y todos ellos acababan perdonando, todos ellos acababan gritando ¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva España!».
Para el prelado el cementerio de Paracuellos «es un santuario y una tierra para orar, para suplicarle a Dios y un lugar de peregrinación, donde nosotros podamos recibir la misma fortaleza de nuestros hermanos mayores, testigos de la fe, el mejor patrimonio para la Iglesia».
El obispo aseguró que «este es el testimonio de los mártires de la fe. Este es el déficit que ahora mismo sufrimos en España, déficit de fe, ausencia de Dios, déficit de arte de vivir y déficit de esperanza. Por tanto este es un lugar, dentro de lo que es nuestra geografía, privilegiado, para proponer la fe, para proponer un arte de vivir y para proponer la virtud de la esperanza, don que Dios nos tiene que conceder».
Mons. Reig Pla aifrmó que «aquí hay una constelación de estrellas que nos alumbran en este momento para que viéndoles a ellos nuestros niños, nuestros jóvenes, aquellos que están escolarizados y que pueden venir aquí en peregrinación, aquellos que quieren sentir el dolor de la descristianización de su pueblo, vengan aquí para aprender la lección de la fe, para aprender la lección de una vida generosa hasta el derramamiento de la sangre y para vigorizar nuestra esperanza».
«Paracuellos de Jarama», aseveró D. Juan Antonio, «es primavera para España, constelación de estrellas que nos anuncian el cielo, fulgor del firmamento que nos anuncia nuestra verdadera patria, sin ella no podríamos vivir, sin ellos no tendríamos intercesores, nos olvidaríamos, estaríamos perdidos en el camino sin saber la meta, pero ellos están aquí advirtiéndonos, intercediendo por nosotros».