(Aica) El arzobispo se refirió al octavo mandamiento que exige «no levantar falso testimonio ni mentir», un mandamiento que está salvaguardando valores humanos fundamentales. En este caso, protegiendo un valor profundo, que tiene que ver con la personalidad moral del hombre, su relación con la verdad, la relación de la palabra humana con la verdad».
El prelado platense sostuvo que es importante recordar esto «porque se trata de un valor que no debe ser traicionado: el valor de la verdad y de la relación del hombre con la verdad. A cualquier costo debe defenderse esa relación del hombre con la verdad, no se la debe malbaratar por un interés, por un juicio pragmático, o por una razón utilitaria. Lo contrario de la afirmación de la verdad, de ese permanecer en la verdad, es la mentira».
Recordó que «entre las tantas ofensas de la verdad la más grave es la mentira. Todos sabemos de qué se trata. Es decir una falsedad con la intención de engañar. En realidad lo que estamos haciendo es negándole a nuestro prójimo, a nuestro interlocutor, la verdad que le debemos, la verdad que él debe conocer. Estamos diciendo otra cosa en lugar de la verdad, y esto la tradición cristiana, la moral cristiana, consideró siempre una cosa muy grave, una cosa muy seria».
«Podríamos decir -acotó- que la mentira ‘es cosa de’ Mandinga’. Y esto lo saco del Evangelio porque Jesús dice que el Diablo es mentiroso y padre de la mentira. Cuando miente dice lo que tiene dentro, habla de su bagaje propio. El relato del primer pecado, en las primeras páginas de la Biblia, muestra al Diablo mintiendo, es decir engañando al hombre y a la mujer. Por eso, según la moral cristiana, la mentira es mala por su propia naturaleza. Es decir que siempre es mala».
«Se suele decir que hay mentiras piadosas cuando en realidad no hay mentiras piadosas. Si bien la mentira no siempre es pecado mortal es seguro que nunca es piadosa, porque estamos estafando esa necesidad de trasmitir la verdad», señaló.
Y explicó que «es cierto que la mentira no siempre tiene el mismo grado de gravedad, de pecaminosidad, hay mentiras más graves y otras más leves; eso depende de la naturaleza de la verdad que está en juego, la verdad a la cual se traiciona mintiendo, y también depende del daño que se produce al pronunciar una mentira. Pienso en casos de personas que tienen o tenemos más responsabilidad, por ejemplo los sacerdotes, los políticos, especialmente si están en función de gobierno, los periodistas o los responsables o los dueños de los medios, hacia aquellos con los cuales están en relación, porque pueden producir un daño muy grande».
«Monseñor Aguer manifestó que «le llama la atención que el Catecismo de la Iglesia Católica presenta dos notas acerca de la mentira que son muy serias. Dice por un lado que es una profanación de la palabra y también que es una violencia hecha a los demás. Son palabras muy cargadas, es un juicio muy cargado respecto de la malicia de la mentira. Se habla de la ‘profanación de la palabra’ y de ‘violencia hecha a los demás’, porque ese negarles la verdad a quienes se la debemos constituye una falta contra la justicia y contra la caridad y, de algún modo, podemos decir que también rompe la confianza que debe reinar en una comunidad determinada. Eso hace difícil cuando no perjudica gravemente la amistad social».
«Santo Tomás de Aquino enseñaba que los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, si no se manifestasen en la verdad. Es decir que la mentira, sobre todo cuando se hace masiva y cuando la ejerce alguien que tiene gran responsabilidad produce un daño a la convivencia social y resulta funesta para toda la sociedad. Eso lo afirma también el «Catecismo de la Iglesia Católica».
«Suele decirse que ‘la mentira tiene patas cortas’ y es verdad pero lo que pasa es que a veces se ha adiestrado enormemente para correr a gran velocidad y es difícil alcanzarla. Y sí, ‘tiene patas cortas’, pero siempre somos responsables de la mentira que decimos y entonces tenemos la obligación de reparar el daño que con la mentira se produce. ¿A qué viene todo esto? A que me parece que en la sociedad argentina hay una fuerte tendencia a vivir menoscabando la verdad».
«¿Cómo se corrige eso? No es fácil de corregir sobre todo si se convierte en un hábito cultural. Me parece que hay que empezar por sostener la verdad y decir la verdad en las relaciones cotidianas. No tenemos que mentir simplemente porque pensemos que es una mentira piadosa, porque cuando lo hacemos estamos estafando al prójimo con el cual hablamos. En esas pequeñas cosas de cada día se va fortaleciendo una virtud cristiana muy bella que es la veracidad», concluyó monseñor Aguer.