(Efe) La euforia se desató de inmediato en la cairota plaza Tahrir, copada por decenas de miles de seguidores de Mursi, que celebraron el anuncio como si se tratara de una reedición de la «Revolución del 25 de Enero» que acabó con Mubarak.
Muchos otros egipcios respiraron aliviados, más que eufóricos, ante la derrota de Shafiq, percibido por buena parte de la población como un garante de la continuación del antiguo régimen. Shafiq, pese a todo, contó con el respaldo de casi la mitad de los electores, lo que evidencia la ingente tarea que le espera a Mursi para tratar de cerrar heridas y de espantar el fantasma de un estado islamizado.
No hizo falta esperar a que el presidente de la Comisión Electoral, Faruq Sultán, leyese el resultado de Mursi. Nada más pronunciar el número de votos conseguido por Shafiq, 12.347.380, la sala de prensa donde comparecía estalló en gritos, al constatar que el exmilitar no había llegado a los 13 millones que se consideraban necesarios.
A duras penas, y tras un sinuoso discurso de más de media hora de duración, Sultán consiguió terminar su intervención, en la que defendió la neutralidad de su comisión y acusó a todos aquellos que la habían criticado al entender que habían «cocinado» los resultados.
El anuncio estaba previsto para el pasado jueves, pero el retraso de más de tres días dio pie a todo tipo de especulaciones, azuzadas por muchos medios de comunicación egipcios, que llegaron a hablar de que los Hermanos Musulmanes preparaban «la masacre del siglo».
Después de 84 años de existencia, la Hermandad, perseguida e ilegalizada durante gran parte de su historia, alcanza así la jefatura de Estado del país. Poco después de oficializarse su victoria, Mursi honró su compromiso y abandonó su pertenencia a la Hermandad y a su Partido Libertad y Justicia (PLJ), que él mismo preside.
Pese a ello, el poco carismático Mursi es muy consciente de que su presidencia nace vacía de un buen número de prerrogativas ejecutivas, arrancadas por la Junta Militar en una veloz maniobra nada más cerrarse los colegios electorales el 17 de junio.
Seguirán las protestas en Tahrir
Por esa razón, los Hermanos Musulmanes dijeron este viernes que mantendrán en Tahrir la protesta iniciada el pasado martes contra las enmiendas constitucionales aprobadas por los generales y contra la disolución del Parlamento -donde también tienen mayoría- ordenada por el Tribunal Constitucional el 14 de junio.
Mursi ya ha lanzado su primer envite a la cúpula castrense al anunciar que solo jurará su cargo ante el Parlamento, y no ante el Tribunal Constitucional, como estipula la constitución provisional en caso de que el Legislativo haya sido disuelto.
Mientras, en Tahrir era momento para la alegría desbordante, pero también para insistir en las demandas. «Estamos muy felices pero seguiremos reivindicando, porque hasta ahora hemos conseguido nuestra libertad gracias a la fuerza del pueblo», dijo a Efe Mohamed Abu Leila, uno de los acampados en Tahrir.
El canto más entonado en Tahrir fue «Una sola mano», eslogan de la revolución contra Mubarak y ahora recuperado por los manifestantes, aunque en la plaza la única mano que se veía era básicamente la islamista. Otro partidario de Mursi, Badaui Saui, profesor en la prestigiosa institución islámica de Al Azhar, consideraba que el triunfo de Mursi equivale a la victoria de la revolución, y que, de no haberlo hecho los egipcios hubieran sido «una burla para todo el mundo».
Significativamente, la primera felicitación pública para el presidente electo vino del jefe de la Junta Militar, el mariscal Husein Tantaui, en un claro aval a la legitimidad de los resultados. Tras él, los principales actores de la religión, la política y la sociedad egipcia congratularon al futuro jefe del Estado, como el gran mufti, máxima autoridad musulmana de Egipto, Alí Gomaa, y el obispo Bajomios, que dirige de forma interina la Iglesia Copta.
También felicitaron a Mursi algunos de los candidatos presidenciales que cayeron derrotados en la primera vuelta de los comicios, como el islamista moderado Abdelmoneim Abul Futuh y el ex secretario general de la Liga Árabe Amro Musa. El reconocimiento global de los comicios llegó asimismo desde gobiernos occidentales como los de Washington, París, Londres o Roma.