(189) Fin de la Cristiandad. Santa Teresa de Jesús
(189) De Cristo o del mundo -XXXI. Fin de la Cristiandad. 4 -Santa Teresa de Jesús
–El mundo está visto por Santa Teresa desde la clausura.
–El mundo está visto por Santa Teresa desde Dios.
San Ignacio y Santa Teresa. Fin de la Cristiandad. El protestantismo y el lado paganizante del Renacimiento –que también tiene otros lados buenos– ponen fin en la Iglesia a una situación de Cristiandad, que ya en la baja Edad Media se iba deteriorando. Dios suscita en ese tiempo muchos santos, que combaten por la gloria de Dios y el honor de la santa Iglesia. San Ignacio de Loyola se pone a la cabeza de una Compañía que quiere conquistar el mundo para Cristo –y si quiere conquistarlo, será porque en parte se ha perdido; y recuerdo de paso que lo que la Iglesia Católica pierde en Europa lo gana ampliamente en América–.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582) está movida por ese mismo Espíritu. Funda y reforma monasterios 1) porque ve lo mal que está el mundo cristiano en general y ciertas órdenes religiosas en particular, y 2) porque sufre indeciblemente los males tan grandes causados por los luteranos. «Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, pues le levantan mil testimonios y quieren poner su Iglesia por el suelo» (Camino Escorial 1,5).
En estas penas, «como me vi mujer y ruin, e imposibilitada de aprovechar en nada en el servicio del Señor, toda mi ansia era, y aun es, que, pues tiene tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos; y así determiné a hacer eso poquito que yo puedo y está en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo… Todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y predicadores y letrados que la defienden, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen a los que ha hecho tanto bien» (Camino Esc. 1,2; cf. Vida 32,9).
Los escritos de Santa Teresa valen tanto para los religiosos como para los laicos. Podría pensarse, por ejemplo, que los combates de Ignacio, al ser interiores, pero también exteriores, serían más asequibles para los seglares, ya que éstos viven en el mundo. Pero los libros de Teresa valen también perfectamente para los laicos, pues aunque ella escribe ante todo para sus hermanas de clausura, describe su conversión y crecimiento espiritual muy especialmente como una liberación del mundo, que la tenía cautiva. Y de hecho los escritos de Santa Teresa, Doctora de la Iglesia, han tenido siempre, hasta hoy, entre los laicos cristianos una gran clientela.
Santa Teresa describe su itinerario espiritual como una progresiva liberación del mundo, causada por el amor al Señor, que va creciendo en ella por la vida de oración. Podría decirse que es ésta la trama continua de su vida. Ella sabe que «los ya perfectos tienen el mundo bajo los pies» (Camino Esc.37,4), según aquel «dejarlo todo y seguir a Cristo» del Evangelio. «En muchas partes lo hallaréis escrito; en todos los más libros no se trata otra cosa sino cuán bueno es huir del mundo» (13,4). A ello se va Teresa al Carmelo con todos sus ánimos, que no son pocos. Y a ello anima a los laicos, en sus libros y cartas, aunque ellos han de vencer al mundo viviendo en él. Seguiremos su liberación de Egipto y su introducción en la Tierra Prometida, que son dos movimientos simultáneos, ateniéndonos sobre todo al texto de su Vida.
–La entrada en el Carmelo. Después de unos años infantiles de insólita precocidad religiosa, la Teresa adolescente, entre libros de caballerías, malas compañías y conciencia de su personal atractivo, se hace mundana, no sin «harta quiebra de su honra» (?). Ella tiene gran afición a «traer galas y a desear contentar en parecer bien», y cuida con esmero cabellos, manos, limpieza, adornos y perfumes. Piensa, como estiman los más, que todas aquellas vanidades no son ningún pecado. Han de pasar no pocos años para que llegue a conocer «cuán malo debía ser» todo eso (Vida 2,1-6).
Aunque era «enemiguísima de ser monja» (2,8), Dios, que es la luz, le hizo ver la verdad, que era «todo nada, y la vanidad del mundo, y cómo acaba breve», y que ser monja es «mejor y más seguro estado» (3,4-5). Es el mismo Dios quien se lo hace ver. Y en año y medio se siente «harto mejorada», y con tener poco más de veinte años de edad, ya le parece que «trae el mundo debajo de los pies» (4,7). Mucho, muchísimo le faltaba todavía para que esto fuera del todo verdad.
–Monasterios mundanizados. No está, sin embargo, Teresa en el claustro tan libre del mundo como ella piensa. El Carmelo de la Encarnación, donde ingresa, estando bajo una Regla mitigada, no implica en aquellos años una ruptura total con el mundo, y si en él es difícil la virtud excelente, es muy fácil en cambio la relajación. Viene entonces Teresa a conocer las miserias de una vida religiosa en la que «están autorizadas las honras y recreaciones del mundo»… «Es lástima de muchas que se quieren apartar del mundo y, pensando que se van a servir al Señor y a apartar de los peligros del mundo, se hallan en diez mundos, que ni saben cómo se valer ni remediar» (7,4).
«¡Oh grandísimo mal, grandísimo mal de religiosos, adonde no se guarda religión!» (7,5). Y lo más terrible es que nadie parecer ver este relajamiento de monasterios y conventos. Así que los pocos que lo vean, tendrán que unirse para ayudarse. «Andan ya las cosas del servicio de Dios tan flacas que es menester hacerse espaldas unos con otros los que le sirven, para ir adelante, según [hasta en los monasterios y conventos] se tiene por bueno andar en las vanidades y contentos del mundo» (7,22).
–Desgarrada entre Dios y el mundo. Así las cosas, Teresa, durante casi veinte años, va a padecer, como ella confiesa, «una vida trabajosísima, porque en la oración entendía más mis faltas: por una parte me llamaba Dios, por otra yo seguía al mundo; me daban gran contento todas las cosas de Dios, me tenían atadas las del mundo; parece que quería yo concertar estos dos contrarios, tan enemigo uno de otro como es vida espiritual, y contentos, y gustos y pasatiempos sensuales» (7,17).
Es un tal desgarramiento del alma, dice, «que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro» (7,18). «Ni yo gozaba de Dios, ni traía contento en el mundo» (8,2). Lazos invisibles de apegos desordenados siguen atándola a personas y cosas, y no le dejan volar. Por eso cuanto más entiende el amor de Dios, más insufrible se le hace estar sujeta al mundo. Y desde lo más profundo suplica: «ordenad, Señor, cómo no tenga ya cuenta en cosa del mundo o sacadme de él» (16,4). Libertad para amar o muerte. Ya Teresa ha dejado el mundo exteriormente, pero no interiormente, en su corazón.
–Principio de libertad por la oración. Cristo bendito va a sacar totalmente del mundo a Teresa por el camino de la oración. Por ahí va a liberarla de la cárcel mundana. Altísimas visiones de su sagrada Humanidad, que a veces la dejan durante días fuera de sí, visiones muy frecuentes de Cristo en la sagrada Hostia (38,19), y otras gracias especiales, la van encendiendo en la llama de un amor, que quema la escoria de los apegos mundanos. Así comienza –aún queda mucho– a verse libre del mundo: «¡Oh gran libertad, tener por cautiverio haber de vivir y tratar conforme a las leyes del mundo!» (16,8). Ahora el alma «comienza a aborrecer el mundo, y a ver muy claro su vanidad» (19,2). Si los reyes y principales comprendieran la vanidad del mundo, no consentirían en él tantos males, ni dejarían de hacer grandísimos bienes (21,1-2).
–Libre del mundo, enamorada de Cristo, más y más transfigurada en Él. Es en la oración donde Dios le hace ver a Teresa con claridad ciertísima que la verdad está arriba, y la mentira abajo; que la vida, la realidad, hay que buscarla en el cielo, atravesando aquí en la tierra las apariencias engañosas y la muerte. Introducida por la contemplación altísima en el misterio de Dios, el alma «quisiera estarse siempre allí, y no tornar a vivir, porque fue grande el desprecio que me quedó de todo lo de acá. Parecíame basura, y veo yo cuán bajamente nos ocupamos los que nos detenemos en ello» (38,3)… De esas contemplaciones, le queda al alma «un gran señorío, tan grande que no sé si lo entenderá sino quien lo posee» (38,4).
Le queda también «poco miedo a la muerte» (38,5). Y otro don inapreciable: «conocer nuestra verdadera tierra y ver que somos acá peregrinos». Hay en esto «mucha ganancia, porque sólo mirar el cielo recoge el alma»… Quien ha contemplado los bienes celestiales comprende que son «aquéllos verdaderamente los vivos, y los que acá viven, tan muertos que todo el mundo me parece no me hace compañía, en especial cuando tengo aquellos ímpetus» de amor y de oración (38,6).
–Santa Teresa está en el mundo como lo estuvo Cristo. Recuerden artículos iniciales de esta serie: (162) Jesús, el hombre más feliz de este mundo, (163) Jesús, el hombre más sufriente de este mundo, (164) A Jesús le duele el mundo, y es libre de él. Todo lo que vimos en Jesús a través de los evangelios lo vemos en Teresa a través de sus escritos. Lo comprobaremos en lo que sigue.
–Mundo bello y grandioso. Nadie contempla la bondad y la hermosura de la creación como el cristiano que a la luz de la fe y de los dones del Espíritu Santo contempla a Dios en el mundo visible, pues «desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas» (Rm 1,20; cf. Sab 13). Pone Teresa a sus hermanas como ejemplo la tarea del gusanillo o de la abeja: «para un rato de meditación basta esto, hermanas, aunque no os diga más que en ello podéis considerar las maravillas y sabiduría de nuestro Dios. Pues ¿que será si supiésemos la propiedad de todas las cosas?» (Moradas V,2,2). No pensaban así en tiempo de Santa Teresa algunos pseudomísticos, contra los que ella escribe:
«Esto de apartarse de lo corpóreo bueno debe ser, cierto, pues gente tan espiritual lo dice; mas, a mi parecer, ha de ser estando el alma muy aprovechada, porque hasta esto, está claro se ha de buscar al Criador por las criaturas». Y por lo demás, «no ha de entrar en esta cuenta la sacratísima Humanidad de Cristo» (Vida 22,8), que en todas las edades espirituales es siempre camino perfecto para llegar a Dios, como ella afirma apasionadamente (ib. 22 entero). Teresa sigue en esto el itinerario espiritual de Agustín: «para buscar a Dios en lo interior (que se halla mejor y más a nuestro provecho que en las criaturas [exteriores], como dice San Agustín que le halló después de haberle buscado en muchas partes), es gran ayuda cuando Dios hace esta merced» (Moradas IV,3,3).
–Mundo vano. Jesús le hace ver a Teresa, como a santa Catalina de Siena, que el pecado es un no-ser, menos que la nada. El «pecado del mundo», es decir, el mundo en cuanto pecador, apenas tiene ser. El Señor le dice a Teresa: «Todo es mentira lo que no es agradable a mí» (40,1). El mundo, pues, en la medida en que no recibe a Cristo como Señor –en pensamiento y cultura, en personas e instituciones–, es pura mentira, vanidad y miseria. ¡Cuántos cristianos lo ignoran, cuántos, Obispos y teólogos, sacerdotes, laicos y religiosos!… Esta verdad del mundo-pecador, que es así, Santa Teresa la ha visto, porque Jesús se la ha mostrado:
«Y así lo he visto, sea el Señor alabado, que después acá tanta vanidad y mentira me parece lo que yo no veo va guiado al servicio de Dios, que no lo sabría yo decir como lo entiendo, y lástima que me hacen los que veo con la oscuridad que están en esta verdad» (40,2). Todos los teólogos del mundo no hubieran podido darle la claridad con que Dios le hace ver esta verdad: «esta verdad que digo es en sí misma verdad, y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de esta verdad» (40,4). «¡Oh miserable mundo! Alabad mucho a Dios, hijas, que habéis dejado cosa tan ruin… Cosa donosa es ésta para que os holguéis cuando hayáis de tomar todas alguna recreación, entender cuán ciegamente pasan su tiempo los del mundo» (Camino 22,5).
–Mundo feo. «Después que vi la gran hermosura del Señor, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien, ni me ocupase [el corazón]; que con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma, he quedado con tanta libertad en esto [¡lejos estaba antes de tenerla!] que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía». Bastaba con «oir una sola palabra dicha de aquella divina boca» para que se produjere en ella ese efecto (Vida 37,4). Después de aquellas visiones, confiesa Teresa, «se afrentaba mi alma de ver que pueda parar [fijarse] en ninguna cosa creada, cuánto más aficionarse a ella, porque todo me parecía un hormiguero» (39,22).
–Mundo espantoso.En ocasiones, el horror de un mundo absorto en las criaturas y olvidado de Dios, y más aún, contrario a Él, produce en Teresa verdadero espanto:«Bonico esel mundo para gustar de él quien ha comenzado a gozar de Dios» (Camino 72,5).«No hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la ceguedad que traemos» (Vida 21,4)… A la luz gloriosa de la visión contemplativa, «¡oh, qué es un alma que se ve aquí, haber de tornar a tratar con todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan mal concertada!… Todo le cansa, no sabe cómo huir, vese encadenada y presa; entonces siente más verdaderamente el cautiverio que traemos con los cuerpos y la miseria de la vida» (21,6).
«Anda como vendida en tierra ajena, y lo que más la fatiga es no hallar muchos que se quejen con ella» (21,6). Esto es lo que más le duele: que no lo vean apenas los cristianos, y los que deben guiarlos. «Veo tanta perdición en el mundo que, aunque no aproveche más decirlo yo de cansarme de escribirlo, me es descanso, que todo es contra mí lo que digo» (27,21).
–Mundo-cruz. Han pasado los años, ha obrado la gracia, y ahora ya para Teresa el mundo, más que una tentación, es una cruz inmensa: está crucificada con el mundo, y el mundo con ella (cf. Gál 6,14). «Quedóme muy grande gana de no hablar sino cosas muy verdaderas, que vayan adelante de lo que acá se trata en el mundo, y así comencé a tener pena de vivir en él» (Vida 40,3). Habiendo recibido tan altos secretos de Dios, «deseaba huir de gentes y acabar ya de en todo en todo apartarme del mundo» (32,8). Le duele el mundo, y viéndolo tan ajeno o incluso tan contrario a Cristo, todo le daña: «cuanto hay en el mundo parece tiene armas para ofender a la triste alma» (39,18). Siente, pues, ella un dolor tan insoportable, que el mismo Señor ha de consolarle: «Parecióme tenía lástima el Señor de los que vivimos en el mundo; mas que no pensase yo me tenía olvidada, que jamás me dejaría» (39,20).
–Mundo alucinante, puro sueño. Pasan aún más años, y Teresa, introducida ya en la perfección mística más alta, ve suavizarse estas penas, que se cambian en el sentimiento de una indecible distancia. Cada vez ve más claro que «es burlería todo lo del mundo, si no nos ayuda» a buscar al Señor (Moradas VI,4,10). Es burlería, alucinación y puro sueño. Ella lo describe genialmente, poco antes de terminar el libro de su Vida:
Ahora el Señor «me ha dado una manera de sueño en la vida, que casi siempre me parece estoy soñando lo que veo: ni contento ni pena que sea mucha no la veo en mí. Si alguna me dan algunas cosas, pasa con tanta brevedad que yo me maravillo, y deja el sentimiento como una cosa que se soñó. Y esto es entera verdad, que aunque después yo quiera holgarme de aquel contento o pesarme de aquella pena, no está en mi mano, sino como lo sería a una persona discreta tener pena o gloria de un sueño que soñó; porque ya mi alma la despertó el Señor de aquello que, por no estar yo mortificada ni muerta a las cosas del mundo, me había hecho sentimiento, y no quiere Su Majestad que se torne a cegar» (Vida 40,22; cf. 38,7).
–Amor verdadero y eficaz al mundo pecador. Podría parecer que, así las cosas, enajenada Teresa del mundo, quedaría completamente incapaz para actuar sobre él. Pero los datos, perfectamente comprobables, una vez más nos indican justamente lo contrario. La potencia activa de Teresa para actuar en el mundo secular llega a su plenitud precisamente cuando ella está ya, por la contemplación divina, perfectamente libre y desengañada del mundo. Y es que «llegada un alma aquí, no es sólo deseos lo que tiene por Dios; su Majestad le da fuerzas para ponerlos por obra» (21,5). Ella, que antes, cuando todavía sufría la fascinación del mundo, apenas había logrado en muchos años aprovechar en los caminos de oración a dos o tres, logra ahora la transformación de muchas en dos o tres años (13,8-9). Es algo prodigioso, que a ella misma le asombra: centrada en Dios y libre del mundo, «comienza a aprovechar a los prójimos, casi sin entenderlo ni hacer nada de sí» (19,3; cf. S. Juan de la Cruz, Cántico 29,3).
–Servir al Señor o morir(Vida 40,20). Es ésta la necesidad apremiante que ahora siente Santa Teresa, y así le pide a Dios «o me lleve consigo o me dé cómo le sirva» (Vida 40,23). Ya no tiene, ya no quiere vida para otra cosa. Y es ahora –no antes, ahora justamente– cuando el Señor le concede una enorme fuerza para actuar en el mundo, para reformar y fundar en él monasterios.
Es la misma experiencia espiritual de San Ignacio de Antioquía (+107): «Ahora os escribo vivo con ansias de morir. Mi amor está crucificado y no queda ya en mí fuego que busque alimentarse de materia; sí, en cambio, un agua viva que murmura dentro de mí y desde lo íntimo me está diciendo: “Ven al Padre”» (Romanos VII,2).
–Heroicidad de la vida santa en el mundo secular. La Santa es bien consciente de que la gracia de Dios es poderosa para santificar plenamente a los cristianos en el mundo. Lo sabe por la fe y por la experiencia de ciertos laicos santos. Y ella a todos llama a ser santos, también a los laicos, como se ve sobre todo por sus cartas. Pero comprende al mismo tiempo que esta obra grandiosa de la gracia no podrá ser colaborada por los cristianos si no asumen con frecuencia actitudes heroicas.
Refiriéndose, por ejemplo, a los «capitanes» de Cristo en la vida apostólica dice: «Han de vivir entre los hombres, y tratar con los hombres y estar en los palacios, y aun hacerse algunas veces con los de los palacios en lo exterior. ¿Pensáis, hijas mías, que es menester poco para tratar con el mundo y vivir en el mundo y tratar negocios del mundo, y hacerse, como he dicho, a la conversación del mundo y ser en lo interior extraños del mundo y enemigos del mundo, y estar como quien está en destierro, y, en fin, ser no hombres sino ángeles? Porque a no ser esto así, ni merecen el nombre de capitanes, ni permita Dios salgan de sus celdas, que más daño harán que provecho… Así que no penséis, hijas, que es menester poco favor de Dios para esta gran batalla adonde se meten, sino grandísimo» (Camino Esc. 3,3-4).
–Valor inmenso de la vida religiosa. Siempre apreció muchísimo Teresa el don de la vida religiosa. Ella ve que los cristianos que entran sin el debido cuidado espiritual en el camino mundano, en realidad entran en un despeñadero, en el que muchos caen y se hacen pedazos, las más de las veces sin enterarse y sin alarma de nadie. En cambio, dejar el mundo y todo lo del mundo, para seguir a Cristo, «camino real veo que es, que no senda; camino que quien de verdad se pone en él, va más seguro» (Vida 35,13). La vida religiosa, en efecto, es «mejor y más seguro estado» (3,5; +13,5), que el Señor concede a quienes «quiere para más» (Fundaciones 26,8). Es en ese camino de perfección donde se da no sólo la pobreza y la virginidad, sino sobre todo la obediencia religiosa, y «no hay camino que más presto lleve a la suma perfección que el de la obediencia» (Vida 5,10). Por todo ello, las personas que han sido llamadas a tan maravilloso camino, deben vivir gozosas y agradecidas, conscientes de «la gran merced que Dios les ha hecho en escogerlas para Sí», librándolas de tantas sujeciones a criaturas (Fundaciones 31,46).
Siendo ésta la verdad, dice Santa Teresa, «no puedo entender qué es lo que temen de ponerse en el camino de la perfección. El Señor por quien es [la perfección] nos dé a entender cuán mala es la seguridad en tan manifiestos peligros como hay en andar con el hilo de la gente, y cómo está la verdadera seguridad en procurar ir muy adelante en el camino de Dios… No temen andar entre leones, que cada uno parece que quiere llevarse un pedazo, que son las honras y deleites y contentos semejantes que llama el mundo, y acá [en cambio] hace el demonio temer de musarañas». Y esto a Teresa la deshace: «Mil veces me espanto y diez mil querría hartarme de llorar y dar voces a todos para decir la gran ceguedad y maldad mía», cuando ella todavía andaba en esos engaños, «por si aprovechase algo para que ellos abriesen los ojos. Ábraselos el que puede por su bondad, y no permita que se me tornen a cegar a mí. Amén» (Vida 35,14).
–Falsa vida religiosa, de «camino ancho». Teresa, porque entiende a la luz de Dios el valor de la vida religiosa, por eso alcanza a discernir el horror de su falsificación. «Si la sal se vuelve insípida ¿con qué se la salará? Para nada aprovecha ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres» (Mt 5,13). Ella sabe, porque se lo ha dicho el Señor, que «las religiones estaban relajadas» (Vida 32,11); y, como se ve, lo declara con toda llaneza –realidad que siendo hoy verdadera, casi nadie osa afirmarla–. Y también lo sabe por experiencia propia: «a mí me hizo harto daño no estar en monasterio encerrado», sino abierto y disipado (7,3). Cuántos hoy, como entonces, pierden la fe al ingresar en una congregación religiosa relajada en doctrina y costumbres, mientras que sus hermanos, que se quedaron en su casa, la conservan.
Ahora «están, por nuestros pecados, tan caídas en el mundo las cosas de oración y perfección» que hasta se teme la vida religiosa perfecta, diciendo que no es para hoy» (Fundaciones 4,3). «Ya, ya parece se acabaron los que las gentes tenían por locos, de verlos hacer obras heroicas de verdaderos amadores de Cristo. ¡Oh, mundo, mundo, cómo vas ganando honra en haber pocos que te conozcan!» A este extremo ha llevado la relajación de la vida religiosa: «¡pensamos se sirva ya más Dios de que nos tengan por sabios y por discretos!» (Vida 27,14-15)… Ahora, «según está el mundo, y tan olvidadas las cosas de perfección de grandes ímpetus que tenían los santos», todo lo más santo es visto con recelo, parece locura y causa de escándalo, que debe evitarse. Pero, no: «que no haría escándalo a nadie dar a entender los religiosos por obras, como lo dicen por palabras, en lo poco que se ha de tener el mundo, que de estos escándalos el Señor saca de ellos grandes provechos. Y si unos se escandalizan, otros se remuerden, siquiera que hubiese un dibujo [un vislumbre] de lo que pasó por Cristo y sus apóstoles, pues ahora más que nunca es menester» (27,15).
Y recuerda aquí la admirable ascesis del bendito fray Pedro de Alcántara. Dicen que «no está ya el mundo para sufrir tanta perfección. Dicen que están las saludes más flacas y que no son los tiempos pasados. Este santo hombre de este tiempo era; estaba grueso el espíritu como en los otros tiempos, y así tenía el mundo debajo de los pies. Que, aunque no anden desnudos ni hagan tan áspera penitencia como él, muchas cosas hay para repisar el mundo, y el Señor las enseña cuando ve ánimo» (27,16). Éste era tan recogido que «no alzaba los ojos jamás, y así a las partes que de necesidad había de ir no sabía, sino íbase tras los frailes; esto le acaecía por los caminos. A mujeres jamás miraba, esto muchos años; decíame que ya no se le daba más ver que no ver» (27,18).
–Verdadera vida religiosa, de «camino estrecho». Ya dije al principio que Santa Teresa funda y refunda Carmelos ante todo 1) contra la vida religiosa relajada y 2) contra luteranos protestantes. El mismo Señor es quien anima a Teresa para que no deje de fundar, concretamente, el monasterio de San José: «que, aunque las religiones estaban relajadas, que no pensase se servía poco en ellas, que qué sería de el mundo si no fuese por los religiosos» (Vida 32,11). Ella, con el auxilio del Señor, ha de fundar, pero ha de fundar monasterios que sigan «el camino estrecho que lleva a la vida» (Mt 7,13), conventos que, por seguir los consejos de Cristo con toda perfección, vengan a ser como la sal que preserva de la corrupción al pueblo cristiano y a todo el mundo, y que hagan suyo el lema padecer o morir (Fundaciones 28,43).
–«Seguir los consejos evangélicos con toda perfección». Santa Teresa conoce ciertamente, pues es la fe de la Iglesia, que la perfección está primariamente en la caridad, es decir, en los preceptos, y que sólo secundariamente está en los consejos. Lo expliqué al tratar de (185) Santo Tomás y la perfección cristiana. Ella, sin embargo, como tantos otros santos, da suma importancia al cumplimiento estricto de los consejos. Es decir, da suma importancia al modo de vida en que el cristiano ha de situar el crecimiento de su caridad. A Teresa no le da lo mismo, más o menos, que se viva de éste o del otro modo. Para comprobarlo, basta recordar el énfasis extremo de susavisos y advertencias:
«Oigo algunas veces decir de los principios de las Órdenes que, “como eran los cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a aquellos santos nuestros pasados”. Y así es, pero siempre habían de mirar [los de ahora] que son cimientos de los que están por venir… ¡Oh, válgame Dios, qué disculpas tan torcidas y qué engaños tan manifiestos!… Si viere va cayendo en algo su Orden, procure ser piedra tal con que se torne a levantar el edificio, que el Señor ayudará a ello». Que no decaiga ahora en el Carmelo reformado la vida tan perfecta que el Señor les ha dado. En estas casas, felizmente, «si hay una o dos en cada una que la lleve Dios ahora por meditación, todas las demás llegan a contemplación perfecta, y algunas van tan adelante que llegan a arrobamientos; a otras hace el Señor merced por otra suerte, junto con esto de darles revelaciones y visiones, que claramente se entiende ser de Dios. No hay ahora casa que no haya una o dos o tres de éstas. Bien entiendo que no está en esto la santidad, ni es mi intención loarlas solamente, sino para que se entienda que no es sin propósito los avisos que quiero decir» (Fundaciones 4,8). Así pues, «en ninguna manera se consienta en nada relajación. Mirad que de muy pocas cosas se abre puerta para muy grandes, y que sin sentirlo se os irá entrando el mundo». Estas casas están fundadas por «la mano poderosa de Dios, y es muy amigo su Majestad de llevar adelante las obras que Él hace, si no queda por nosotras» (27,11).
Ahora «no nos estorba nadie a servir a nuestro Señor». Ahora, pues, que pasados tantos trabajos, «lo hallan llano todo, no dejen caer ninguna cosa de perfección, por amor de nuestro Señor. No se diga lo que de algunas Ordenes, que loan sus principios. Ahora comenzamos, y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor. Miren que por muy pequeñas cosas va el demonio barrenando agujeros por donde entren las muy grandes. No les acaezca decir: en esto no va nada, que son extremos. ¡Oh, hijas mías, que en todo va mucho, como no sea ir adelante!». Miren «la merced que nos ha hecho nuestro Señor en traernos a esta Orden, y la gran pena que tendrá quien comenzare alguna relajación» (29,32-33).
¡Bendigamos al Señor, que hizo a Santa Teresa de Jesús!
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía
5 comentarios
Queda claro que la santidad, en un convento o fuera de él, siempre da fruto.
"Preguntada por un confesor como podía hermanar tantas ocupaciones con semejante oración, dijo "que no se podía imaginar persona tan enamorada de otra y que no pudiese hallar un punto sin ella, como ella lo era con Cristo, consolándose con El y hablando siempre con El y de El"."
Que afortunada es España de contar como patrona junto con la Inmaculada y Santiago el Mayor a esta santa.
Ruega por nosotros santa Teresa, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo, tu Esposo.
También ella hubo de lidiar contra los malos clérigos y malos consejeros, que trataban de apartarla de sus santos propósitos. Y enfrentó con energía un estado de euforia triunfalista a causa de súbito bienestar material, cosa que pasó también en Europa recientemente, y que tanto alejó a las almas de preocuparse por su destino eterno.
Santa Teresa la Grande, ora por nos.
Gracias, padre, por darnos a conocer estas vidas tan maravillosas que nos ha regalado el Señor, para el bien de tantas Almas.
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