(163) De Cristo o del mundo –V. Jesús, el hombre más sufriente de este mundo
–Perdone, pero yo creo que cuando se inicia una serie de artículos, lo que hay que hacer es…
–Ya, ya, sí: escribirlos en forma continua. Pero hay circunstancias que a veces aconsejan lo contrario. Tranquilo.
En esta serie tratamos de conocer bien cómo debemos los cristianos pensar y sentir del mundo en el que vivimos, y cómo debemos situarnos en él. Para ello lo que más nos importa es ver la relación de Cristo con el mundo, pues ésa ha de ser la nuestra. Hemos de sentir sus mismos sentimientos. Él nos ha dado el ejemplo para que sigamos sus pasos. Y ya vimos (162) que Jesús es el hombre más feliz del mundo. Hoy completamos nuestra contemplación considerando que Él ha sido el hombre más sufriente de toda la humanidad. Y cuando los cristianos pensamos en los dolores de Cristo los concentramos con frecuencia en su Cruz, pero no pensamos tanto en los sufrimientos permanentes de su vida. El amor que le tenemos nos obliga ahora a contemplarlos.
El Verbo divino se anonada en la Encarnación y entra en el mundo pecador sabiendo lo que le espera.La Pasión de Cristo se inicia en Belén, en el exilio de Egipto, y continúa in crescendo majestuoso y acelerado hasta la Cruz. Sabe Jesús que por ser Él la Luz divina, hecha visible por la Encarnación, el Padre dela Mentira y las tinieblas del mundo no la soportarán y tratarán de apagarla como sea, cuanto antes (Jn 1,5). Sabe que va a ser despreciado por su origen temporal humilde: «¿acaso de Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46); «¿no es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13,55).
Prevé con toda certeza, antes incluso de iniciar su vida pública, que muchos le tendrán por loco, también entre sus familiares: «se ha trastornado» (Mc 3,21). Conoce el choque que especialmente sus más santas obras ocasionarán: «se escandalizaban de él» (Mc 6,3), pensaban que estaba endemoniado (Mc 3,22). Sabe que va a ser «escándalo para los judíos y locura para los gentiles» (1Cor 1,23). Conoce el odio y la persecución contra Él que su Evangelio va a ocasionar en fariseos, saduceos, escribas, sacerdotes y poderosos de Israel: todos, ya muy pronto –la purificación del Templo–, se unirán para procurar su muerte. Sabe que «se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán. Y que tres días después, resucitará» (Mc 10,32).
«Siendo rico, se hizo pobre por amor a nosotros, para enriquecernos en su pobreza» (2Cor 8,9: siendo Dios se hizo hombre, para divinizarnos por su Encarnación. Siendo Omnipotente, se hizo niño, pobre, hombre vulnerable. Siendo el Eterno, acepta encarcelarse en las coordenadas del espacio y del tiempo. Siendo el Santo, entra en el barro del pecado del mundo: entra en una gusanera, en una podredumbre pestilente. Y todo esto lo hace para manifestarnos y comunicarnos el amor de Dios, para ser «la epifanía de la bondad y del amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4). Para reconciliarnos con Dios, salvarnos y divinizarnos.
Jesús vive continuamente crucificado con el pecado del mundo. Para decirlo con palabras de San Pablo, Cristo está «crucificado con el mundo y el mundo con él» (Gal 6,14).
1.-El pecado del mundo es casi totalmente ignorado o inadvertido por los hombres. Y esto se debe a que en él han vivido sumergidos desde siempre; y también a que, en mayor o menor medida, ellos son cómplices de ese mal, y están, por decirlo así, con-naturalizados con él. La mayoría de los hombres son carnales, y esto trae consigo que ni siquiera tienen ojos para ver realmente el pecado del mundo.
2.-Los hombres no se duelen por el pecado del mundo. La inmensa mayoría de ellos, también de los que son cristianos, son carnales. Y no hay en ellos un amor a Dios y a los hombres suficiente como para que de verdad les duelan los pecados. Se duelen, por ejemplo, al saber que anualmente en su nación hay unos cien mil abortos «legales», contabilizados. Pero su dolor es mínimo. Mucho más les hace sufrir un dolor de muelas, advertir un inicio de calvicie, verse afectados por un revés económico: éstas son las cosas que realmente les preocupan mucho y que les duelen incomparablemente más. Consecuentemente, los esfuerzos que hacen los hombres para vencer por la oración y el apostolado los pecados propios y los del mundo son muy débiles. Sus empeños más constantes y decididos los ponen para superar esos males temporales que de verdad les afligen. Pero todo eso no tiene nada que ver con la actitud de Jesucristo ante el pecado del mundo.
El martirio continuo de Jesús. Ése es el titulo el capítulo primero de mi libro El martirio de Cristo y de los cristianos (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2003, 156 pgs.). Durante su vida temporal, Jesucristo es mártir permanente de Dios en el mundo. Esta condición martirial y dolorosa de Cristo siempre ha sido conocida por los santos, primero, porque ellos son quienes mejor lo han comprendido y, segundo, porque ellos son los que más profundamente han participado de sus pensamientos y sentimientos. Así afirma Santa Teresa, cuya conversión culminó contemplando una imagen de Cristo muy doliente:
«¿Qué fue toda su vida sino una cruz, siempre delante de los ojos nuestra ingratitud y ver tantas ofensas como se hacían a su Padre, y tantas almas como se perdían? Pues si acá una que tenga alguna caridad le es gran tormento ver esto, ¿qué sería en la caridad de este Señor?» (Camino, Esc. 72,3).
Santa Teresa ve la vida de Jesús como un via Crucis permanente. Y lo entiende así perfectamente por experiencia, por connaturalidad con Cristo, por «tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5). El Señor está viviendo en ella plenamente, y por eso Teresa siente sus mismos sentimientos. Cuando afirma que toda la vida de Jesús fue una cruz lo dice no sólo fundamentándose en la Escritura, sino por su propia experiencia personal. Es el mismo conocimiento por connaturalidad que San Pablo tenía de Cristo cuando confesaba: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál 6,14). El Apóstol, efectivamente, igual que Jesús, estaba crucificado en la cruz diaria de «el pecado del mundo». No exageraba, pues, al afirmar: «cada día muero» (1Cor 15,31).
El horror de Cristo ante el pecado del mundo es continuo y creciente, a medida que va creciendo en edad y sabiduría. Nosotros no podemos imaginarlo ni de lejos. Es un horror que llega a su culmen en Getsemaní y en el Calvario, donde sufre con «pavor, angustia y sudor de sangre» (Mc 14,33; Lc 22,44). ¿No habrá sufrido Jesús por el pecado del mundo todo y más que lo que sufren los santos?
Y los santos han sufrido mucho por el pecado del mundo y por los pecadores. Veamos un ejemplo. En la Tercera Memoria (1941) de las apariciones de Fátima, escrita porla Hna. Lucía, narra ella la visión que los tres niños tuvieron del infierno. «Visteis el infierno –les dice la Virgen– a donde van las almas de los pobres pecadores». La Beata Jacinta, la menor, «se horrorizó de tal manera, que todas las penitencias y mortificaciones le parecían pocas para salvar de allí a algunas almas… Algunas personas no quieren hablar a los niños pequeños sobre el infierno, para no asustarles. Pero Dios no dudó en mostrarlo a tres, y una de ellas contando apenas seis años, y Él bien sabía que había de horrorizarse». ¿Habrá que pensar que lo que «ven» los Beatos niños de Fátima no lo alcanza a «ver» el Niño Jesús y el Cristo adulto?
El mal que sacerdotes y rabinos, tan expertos en las Escrituras, no alcanzan a ver, pues ellos mismos lo hacen, Jesús niño, que a los doce años asombra a los doctores con su sabiduría, lo ve con toda claridad desde que tiene uso de razón. Dice Jesús niño al Padre celestial: «arroyos de lágrimas bajan de mis ojos por los que no cumplen tu voluntad» (Sal 118,136). ¿Y cuántos en el mundo son los que no cumplen la voluntad de Dios y les trae sin cuidado?
Jesús, a medida que crece, pero ya desde muy niño, ve y entiende que reyes y autoridades religiosas, en lugar de servir a sus súbditos, «los tiranizan y oprimen» (Mc 10,42). Ve, en el mismo Pueblo elegido, la generalizada profanación del matrimonio, que ha venido a ser una caricatura de lo que el Creador «desde el principio» quiso que fuera (Mt 19,3-9). Ve, lo ve en el mismo Israel, cómo una secular adicción a la mentira, al Padre de la Mentira, hace casi imposible que los hombres, criaturas racionales, capten la verdad (Jn 8,43-45). Ve cómo el hombre, habiendo sido hecho a imagen de Dios, ha endurecido su corazón en odios, ambiciones, venganzas, avaricias, y en los castigos rigurosos, ignorando el perdón y la misericordia; y cómo escribas y fariseos, los hombres de la Ley divina, han venido a ser una «raza de víboras», unos «sepulcros blanqueados», que «ni entran, ni dejan entrar» por el camino de la salvación (Mt 23,13-33). Ve claramente que están «llenos de codicia y desenfreno, llenos de hipocresía y de iniquidad» (23,25.28), y cómo, por la avidez económica de unos y la complicidad pasiva de otros, el Templo de Dios se ha convertido en una cueva de ladrones (21,12-13)…
Ese enorme abismo mundano de pecado lo ve Jesús toda su vida con plena claridad. Concretamente lo ve en el Pueblo elegido, y especialmente en sus dirigentes. Y al mismo tiempo se da cuenta de que todo eso no lo ven las autoridades, ni los sacerdotes, ni tampoco los teólogos de Israel; y que más aún, lo niegan. Conoce también que Él ha sido enviado por el Padre para revelar a Israel, cuando ya sea adulto, la plena verdad de todo y para denunciar completamente la mentira, rescatando de ella por el Evangelio a todos los hombres, cautivos más o menos del Padre de la Mentira. Y es consciente de que no podrá cumplir esa misión sin grandes sufrimientos, sin sufrir un rechazo total, una persecución a muerte.
Sabe siempre Jesús que su vida camina derechamente hacia la Cruz del Calvario. Por eso, dice al Padre «entrando en el mundo: “no quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. Los [antiguos] holo-caustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: Heme aquí que vengo –en el volumen del Libro está escrito de mí– para hacer, oh Dios, tu voluntad”» (Heb 10,5-9; cf. Sal 39,7-9).
Jesús es consciente de que todas las Escrituras se refieren a Él continuamente. En consecuencia, se reconoce a sí mismo en el sacrificio de Isaac: «Dios proveerá el cordero para el holocausto» (Gén 22,8). Conoce Jesús que Israel mata a los profetas que Dios le envía, y sabe que Él es profeta máximo de Dios (Mt 23,27). Se reconoce en el Siervo de Yavé, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ofrecido en sacrificio para salvación de los hombres (Is 42, 49, 52). Se reconoce en todo aquello que los Salmos o el libro dela Sabiduría (2,12-20) anuncian sobre la persecución a muerte del justo. Sabe que, como sucedió en tiempos de Moisés, un día 14 del mes de Nisán será Él sacrificado como «cordero de Dios» para quitar el pecado del mundo (Éx 12). Es evidente que su precursor Juan Bautista no le descubre nada nuevo cuando lo presenta al pueblo como «cordero de Dios que quita el pecado del mundo». En su vida pública anuncia en varias ocasiones su pasión y muerte a sus discípulos, hablándoles «con toda claridad» (Mc 8,31); otras veces en parábolas (los viñadores infieles, el buen Pastor, etc.). Por eso rechaza duramente a Simón Pedro, cuando éste se opone al plan de Dios (Mt 16,22-23). «Era necesario que el Mesías padeciera todo esto», explica a los apóstoles, recordándoles todo lo anunciado en las Escrituras (Lc 24,26-27).
Por tanto, todo eso que algunos exegetas o teólogos dicen hoy acerca de que Jesús ignoraba su muerte en la Cruz, y que se fue enterando poco a poco en el curso de su vida pública –posible, probable, seguro–, son puras falsedades, que solamente pueden ser afirmadas por quienes no creen en la historicidad de los Evangelios, como es su caso.
¿Como podemos afirmar al mismo tiempo que Cristo fue el hombre más feliz y el más sufriente del mundo? ¿Cómo conciliar en Él la plena felicidad de la visión beatífica y el sufrimiento extremo por el pecado del mundo? No intentaré aquí siquiera dar las explicaciones teológicas que suelen darse acerca de este gran misterio. Me limitaré a afirmarlo: fue Jesús el hombre más feliz de la historia; y ningún hombre ha sufrido tanto como él por el pecado del mundo. Ésa es la verdad. También afirmamos la trinidad de personas en un solo Dios o la presencia real de Cristo en el pan consagrado, y no sabemos explicarlo: lo creemos. Pero la experiencia de los santos, que conocemos bien, sí puede ayudarnos a conocer este misterio del corazón de Cristo. Recuerdo algunos testimonios que recogí en la serie de este blog La Cruz gloriosa (137-158).
Los santos nos ayudan a conocer a Jesucristo, pues son las más fidedigna manifestación del Salvador. Lo que ellos vivieron, eso es lo vivido por Cristo.
San Pablo: «así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación» (2Cor 1,5). San Ignacio de Antioquía: «el que está con las fieras está con Dios. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios» (142). San Cipriano: «en la persecución se cierra el mundo, pero se abre el cielo» (143). San Cirilo de Jerusalén: «la cruz sea tu gozo no solo en tiempo de paz, sino también en la persecución» (143). San Gregorio Nacianceno: «imitemos su Pasión con nuestros padecimientos, subamos decididamente a su cruz» (144). San Agustín: «confesemos claramente que Cristo fue crucificado por nosotros, y hagámoslo no con miedo, sino con júbilo y orgullo» (144). San León Magno: Señor, «tu cruz ahora es fuente de todas las bendiciones y gracias; por ella los creyentes encuentran fuerza en la debilidad, gloria en el oprobio, vida en la misma muerte» (145).
San Francisco de Asís halla en la más extrema adversidad «la perfecta alegría» (Florecillas VII). Beata Ángela de Foligno: «en esta tierra solo es posible hallar la perfecta alegría en la cruz de Cristo… Es absolutamente indecible la alegría que recibe aquí el alma. No me es posible ahora tener tristeza alguna de la pasión: me deleito viendo y acercándome a aquel hombre. Todo mi gozo está ahora en este Dios-Hombre doliente» (147). Jesús le dice a Santa Catalina de Siena: «toma para tu alivio la cruz, como hice yo». Y ella confesaba que «nada la consolaba tanto como las aflicciones y los dolores… Elijo conformarme siempre segú tu santísima pasión y abrazar por tu amor las penas como refrigerio» (148). San Juan de Dios: «No estéis desconsolada, consolaos con solo Jesucristo… Cuando os viereis apasionada [sufriendo], recorred ala Pasión de Jesucristo, nuestro Señor, y a sus preciosas llagas, y sentiréis gran consolación… Solo aquel está contento que despreciadas todas las cosas ama a Jesucristo» (156). Santa Teresa de Jesús: «Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí… En la cruz está la vida y el consuelo». San Juan de la Cruz: «Si el hombre se determina a sujetarse a llevar esta cruz, hallará grande alivio y suavidad para andar este camino… Habríades la grande dicha de llevar la cruz, viendo cómo, muriendo así al mundo y a vosotros mismos, viviríades a Dios en deleites de espíritu». San Pablo dela Cruz: «cuanto más afligida se vea, entonces es cuando más debe alegrarse, porque se halla más cerca del Salvador Crucificado» (149). Santa Rosa de Lima: «Sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo». Si lo supieran los hombres, «sin duda alguna se entregarían con gran diligencia a la búsqueda de penas y aflicciones. Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos» (150).
San Luis-María Grignion de Montfort: «Alegraos y saltad de gozo cuando Dios os regale con alguna buena cruz, porque, sin daros cuenta, recibís lo más grande que hay en el cielo y en el mismo Dios. ¡Regalo grandioso de Dios es la cruz!» (150). Santa Teresa del Niño Jesús: «Desde hace mucho tiempo, el sufrimiento se ha convertido en mi cielo aquí en la tierra… He encontrado la felicidad y la alegría aquí en la tierra, pero únicamente en el sufrimiento» (151). Beato Charles de Foucauld: «Recibamos con amor, bendición, reconocimiento, valentía y gozo, todo sufrimiento, por amor a Nuestro Señor Jesucristo, imitándole y ofreciéndolo todo a Él en sacrificio». María dela Concepción Cabrera de Armida: «El que es el Amor quiere hacernos felices por medio dela Cruz». Santa Teresa Benedicta de la Cruz(Edith Stein): «Ayudar a Cristo a llevar la cruz proporciona una alegría fuerte y pura… Ninguna alegría maternal se puede comparar con la felicidad del alma capaz de encender la luz de la gracia en la noche del pecado. El camino es la cruz». Marthe Robin: «¡Sí, Jesús! Yo quiero tus clavos en mis manos, los quiero en mis pies. Quiero tu corona de espinas en torno a mi frente… Tú has descendido dela Cruzy yo quiero tomar tu lugar. ¡Sí, Señor, yo quiero tu cruz, tú me la has dado como dote!» (155).
Los santos son quienes han vivido a Cristo más plenamente, y ellos, cuanto más han participado de su cruz, más gozo de resurrección han tenido en sus vidas. Éste es un dato cierto e indiscutible. ¿El testimonio unánime de todos esos santos de Oriente y Occidente, a lo largo de veinte siglos, nos permite pensar que estaban locos?… Nosotros somos los que estamos locos, teniendo horror a la cruz, “dando culto a las criaturas en lugar de al Creador” (Rm 1,25), “teniendo el corazón puesto en las cosas terrenas” (Flp 3,19). Por el contrario, los santos más penitentes, como un San Francisco de Asís, han sido los más alegres. Que estas consideraciones nos ayuden a «entender» a la luz de la fe cómo Jesucristo fue al mismo tiempo el más feliz y el más doliente de los hombres. Y que nos ayuden a todos los cristianos a encontrarnos en el mundo presente con “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Flp 2,5): los mismos.
José María Iraburu, sacerdote
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Índice de Reforma o apostasía
15 comentarios
Imagino que la continua visión beatífica del Padre se le eclipsó durante la agonía del huerto, quizás por la absoluta incompatibilidad entre el pecado y el amor de Dios, y porque -como describe de manera estremecedora Ana Emmerich- fue en el huerto donde todos los pecados del mundo, los pasados, los presentes y los futuros, ¡los míos también!, se cebaron con el alma (y el cuerpo) de Jesús, oscureciendo la visión del Padre. Pienso que debió sufrir, en cuerpo y alma, la pena de los condenados al infierno, algo atroz e indescriptible. No puedo entender otra posibilidad. ¡Profundo misterio de amor y de dolor, pero donde al final triunfó, de manera absoluta, el amor!
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JMI.-Misterio inmenso... Quiso Dios (Padre-Hijo-ESanto) que el alma de Jesucristo quedara en ese momento a oscuras de toda luz y sintiéndose realmente "abandonada" de Dios. Quiso Cristo experimentar hasta el fondo más profundo la angustia humana. En la "noche oscura" de los más santos, tal como lo describe muy exactamente SJuan de la Cruz, se experimenta eso mismo que sintió Cristo.
Misterio inmenso: "un ángel del cielo [una criatura] se le apareció para confortarle" (Lc 22,43) (¡¡¡...!!!), a Él, al Primogénito de toda criatura, por quien todo fue hecho...
También sabia que para permanecer en el tiempo y al mismo tiempo en todo lugar iba a ser el hombre mas sufriente de la tierra, no por que su Padre lo quisiera así, sino por la libertad religiosa con la que creo al hombre para que crea o no en su salvación a través de su Hijo muy amado y de su Iglesia.
Las mujeres podemos experimentar en el parto como se es feliz antes y después de sufrir.
Hoy los hermanos de Jesucristo deberíamos estar disfrutando de su viva presencia, en todo y todos, testimoniando su misericordia, recibiendo toda clase de riqueza, con los dones de la gracia en el Espíritu Santo prometido aunque tengamos que sufrir persecución y burlas, por relacionarnos con Cristo como El se relaciono con su Padre, por parte de los que no quieren creer o les parece que creen, pero su corazón esta lejos del Amor y la Verdad, como estaban los fariseos, saduceos, escribas, sacerdotes y poderosos de Israel en el tiempo de Jesús Hombre y Dios en la tierra.
Estamos en la tierra pero somos del cielo.
Gracias Padre por motivar la Fe.
Tanto es así que el rechazo al sufrimiento inhabilita para amar verdaderamente. Por ejemplo, jóvenes hay que evitan comprometerse y "jugarse" por el otro, como decimos aquí, en previsión del dolor que provocaría un desengaño. Es que "asegurarse" el no sufrir es también cerrarle las puertas al corazón.
Aparte de los evangelios existen muy pocas referencias históricas sobre la vida de Jesús (si es que existe alguna fiable). Los milagros son tan solo relatos evangélicos, no hay ninguna otra prueba. La muerte de Jesús tal y como viene en los evangelios, con el oscurecimiento del sol y temblores de tierra, hubiese salido en alguna crónica de la época, pues esos efectos se hubiesen notado en muchos cientos de kilómetros a la redonda (me imagino), pero no existe nada. Y en cuanto a la resurrección de Jesus, no existe la menor evidencia de ello tampoco, aparte de los evangelios.
Una podría pensar que eso pudo ocurrir a pesar de todo, pero personalmente no puedo creer en algo que contradice además la evidencia cientifica (que además coincide con el sentido común): Una virgen no puede quedar embarazada sin al menos una fecundación artificial, y una persona no puede volver a la la vida si verdaderamente está muerta. ¿No cree que tomar al pie de la letra lo que relata la Biblia, conduce al fanatismo religioso?
En mi modesta opinion, sería mejor hacer ocmo esos exégetas que no toman el evangelio como un relato histórico, sino tal vez como una simbología de algo que subyace dentro de cada ser humano: llamese alma, conciencia, mente o como se prefiera. De hecho muchas religiones hacen relatos similares de sus dioses/as: nacen en circunstancias sobrenaturales (de un loto, o de la lágrima de un bodhisatva en el budismo; pero también Krishna nació de una Virgen según el hinduísmo etc)o son llevados a sus paraisos sin abandonar el cuerpo físico.
En todo caso, si Jesús resucitó y se apareció a sus discípulos, siempre podría aparecerse de nuevo a alguien como yo, como hizo con Santo Tomás, quien me parece el mas científico de los apóstoles al afirmar "si no lo veo por mí mismo, no lo creo". No se extrañe por tanto, si digo lo mismo que él: "Si no lo veo, no lo creo".
Un saludo, señor Iraburu.
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JMI.-Dios le conceda la fe, y pase de la oscuridad a la luz de Cristo.
Creo que es el V capítulo, no el IV.
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JMI.-Non capisco.
Digo en el artículo:
El martirio continuo de Jesús. Ése es el titulo el capítulo primero de mi libro El martirio de Cristo y de los cristianos (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2003, 156 pgs.). Durante su vida etc.
Y doy el enlace.
No creemos en Jesús por el estudio sino por la fe y la oración (aunque el estudio es muy importante, y en mi caso no hace más que reforzar mi fe). Le aconsejo que rece (al verdadero Dios, no a deidades que nada son) y que estudie. Jesús no rechaza a nadie que humildemente se acerca a Él.
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JMI.-Gracias Ricardo. Gracias Jaime.
Ahora caigo. Ya lo he cambiado.
Bueno, yo para los números...
Hice el bachillerato de letras.
Es mi convencimiento que el verdadero Dios se manifiesta constantemente, en todo momento y lugar, y puedo creer que Jesús fue una de sus grandes manifestaciones, pero no la unica. En otro tiempo, las culturas vivian separadas y estancas, pero hoy estamos obligados a entendernos. Debemos abrirnos a otras manifestaciones de Dios, y reconocer como nuestro aquello que hay de verdad en las demas relgiones. Si usted puede admitir esto, Luis, estamos de acuerdo en lo esencial. Afortunadamente muchos cristianos lo admiten ya.
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JMI.-Los cristianos católicos no lo admitimos "ya", ni lo hemos admitido "nunca". Creemos en Cristo, único Salvador del mundo, único Dios verdadero, y en la Iglesia Católica apostólica y romana, única Esposa de Cristo, único cuerpo suyo.
"Afortunadamente muchos cristianos lo admiten ya."
Nina, ¿sabes lo que es el principio de no contradicción, verdad? Bien, quien admite eso que dices y sostienes, NO es cristiano. No puede serlo. Por la mismísima definición de lo que es un cristiano, tal lo respondido por el Padre. O sea que propones un imposible. Técnicamente se denomina "contradicción en los términos". Y popularmente se lo conoce como "disparate".
Otra:" El verdadero Dios está en usted y en mi y en todos, cristianos, budistas, hinduistas o cualquier otra religion, pero tambien agnosticos o ateos."
¿Ah sí? Se ve que de "teología" sabes "un montón"!.
Respondo a ésto con tus propias palabras:"cuando dice esto, usted se coloca en unsa posición arrogante que no ayuda en nada."
Pero nadita de nada.
Tenlo por seguro.
Estoy de acuerdo en respetar a las personas -a todas-por supuesto. Pero le digo más, porque soy cristiano no sólo respetarlas sino amarlas (como dice Jesús), aunque sean nuestros enemigos o estén erradas. Pero otra cosa es respetar falsedades. A las personas se les respeta, se les ama, pero al error se le combate.
Por supuesto que hay algo de verdad en otras religiones, pero la Verdad -con mayusculas- sólo está en una. Cristo sólo hay uno, y es el mismo, ayer, hoy y siempre (Hb. 13,8). No es un perenne avatar. Es el Hijo único de Dios, encarnado para nuestra salvación, y que algún día volverá para juzgarnos.
La vida y nuestro destino es algo demasiado serio como para mariposear por demasiados lugares cuando la salvación sólo está en uno solo. Yo también busqué en muchos lugares y creía hace tiempo, como Vd., que el cristianismo era una manera más de ver a Dios. La más sublime, sí, pero una más. Afortunadamente, ese error, que me podría haber costado muy caro, lo he resuelto (mejor, la gracia de Dios lo ha resuelto).
"En ningún otro se encuentra la salvación, pues no se nos ha dado bajo el cielo otro nombre que el de Jesús para salvarnos" (Hch. 4,12). Ahí está todo.
Me quedo con ella por mucho tiempo. Extraña lo bien que imparte. Quisiera colocarla en un formato donde puedo dividir cada cita y estudiarlo en lineas distanciadas - porque es asombroso cómo corresponde-responde tantísimo a la vida cotidiana.
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JMI.-El P. José María Iraburu me dice que le agradezca sus felicitaciones para el "Padre José Luis".
Creo, que todo el daño, proviene del poco AMOR que se tiene a JESUCRISTO.
Quien no daría la vida...por salvar a su hijo en peligro de muerte...Eso hizo Nuestro Señor...Morir para Salvarnos..
Y si nosotros diesemos la vida por un hijo....por el Amor tan grande que le tenemos....¿ Cómo no SE ENTIENDE hoy en día que JESUCRISTO dió la vida por Salvarnos del pecado ...de nuestra muerte Eterna.
Santa Teresa: " El que Ama verdaderamente a DIOS no busca sino el gusto de DIOS, y sólo en esto encuentra Alegría.
EL que no busca sino dar gusto al amado, está contento en todo lo que el amado agrada.......ESTA ES LA FUERZA DEL AMOR....cuando es" Perfecto"...hace que el amante se olvide de toda ventaja propia, y que sus pensamientos únicamente GIREN en torno de lo que puede complacer al amado,..... y qué sólo busque cómo podrá honrarle por sí mismo o por medio de los demás....¡Ah SEÑOR , todo el "Mal" nos viene ....de no tener los ojos fijos en TÍ !!!
¿ SEÑOR QUÉ QUIERES QUE HAGA ?
La Conformidad con el "QUERER DIVINO"........es el Tesoro del Cristiano...y el Remedio para todos los Males.
Saludos
Aun así, esa actitud de los Santos me parece un imposible. Sólo el Espíritu Santo puede lograr tal milagro en las almas. Lo digo porque el sufrimiento puede llegar a ser muy grande y el temor al mismo, por tanto, también... Cristo, de hecho, experimentó ese miedo en su agonía de Getsemaní. Entiendo que sintió horror al pecado, ciertamente; pero debió sentir miedo también a los tormentos horribles que se le venían encima, sin duda. Creo que por eso mismo su valentía fue todavía mayor. Porque vencer al miedo a la hora de hacer lo justo es muy duro. ¡Gracias, Jesús mío..!
A mi juicio, Cristo, podía por su perfecta naturaleza humana, que no asumió en cuanto al pecado mismo pero sí en cuanto a sus penosas consecuencias como son el dolor y la muerte, sufrir al máximo en lo que tenía de humano y pasible, y al mismo tiempo gozar perfectamente de la visión beatífica en cuanto a su naturaleza divina. La perfección con lo que hacía lo uno, sufrir máximamente, no impedía lo otro, gozar perfectísimamente de la visión beatífica.
Pero ciertamente es un gran misterio para nuestra débil mente como se podían simultanear las dos cosas a la vez en la unidad de su persona. La unión hipostática que se da en Cristo es un gran misterio que sólo desvelaremos íntegramente en la eternidad.
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