12.04.20

Fray Raniero Cantalamessa predica con errores sobre la Pasión de Cristo

Como es costumbre en el Vaticano en los últimos años, el franciscano Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, pronunció el pasado viernes la homilía en la ceremonia de la Pasión del Señor, celebrada en la Basílica de San Pedro. El texto entero de la mima se puede consultar en este enlace.

En homilía de este año del P. Cantalamessa se vierten afirmaciones que no se pueden conciliar con la doctrina católica. Cito y comento:

La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. De todo sufrimiento, físico y moral. Ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimida en raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí…

Y no sólo el dolor de quien tiene la fe, sino de todo dolor humano… Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido también, a su manera, en una especie de “sacramento universal de salvación” para el género humano.

No hay una sola evidencia en la Escritura ni en el Magisterio de la Iglesia que avale semejantes afirmaciones. El sufrimiento del hombre que lo sufre rebelándose y blasfemando contra Dios no es un “sacramento de salvación".

¿Cómo puede decir que es igual el sufrimiento del cristiano, sea por castigo que busca su corrección y santificación o por cruz o prueba, que puede ofrecer al Señor con carácter expiatorio, tiene el mismo efecto que el de quien no tiene fe?, ¿Acaso los sufrimientos de los condenados en el infierno son “sacramento universal de salvación"? ¿es lo mismo el sufrimiento del que está en el purgatorio que el del que está en el infierno?

San Juan Pablo II enseña en la Carta Apostólica Salvifici Doloris:

Cuando se dice que Cristo con su misión toca el mal en sus mismas raíces, nosotros pensamos no sólo en el mal y el sufrimiento definitivo, escatológico (para que el hombre « no muera, sino que tenga la vida eterna »), sino también —al menos indirectamente— en el mal y el sufrimiento en su dimensión temporal e histórica. El mal, en efecto, está vinculado al pecado y a la muerte. Y aunque se debe juzgar con gran cautela el sufrimiento del hombre como consecuencia de pecados concretos (esto indica precisamente el ejemplo del justo Job), sin embargo, éste no puede separarse del pecado de origen, de lo que en San Juan se llama « el pecado del mundo», del trasfondo pecaminoso de las acciones personales y de los procesos sociales en la historia del hombre.
Salvifici Doloris, 15

De hecho, el sufrimiento punitivo, el castigo incluso en forma de muerte física, puede ser provocado expresamente por Dios. Que nos explique Fr. Cantalamessa qué hacemos con el relato de Ananías y Safira del capítulo 5 del libro de Hechos. Si Dios llega a obrar así con quienes son parte de su Iglesia, ¿qué no podrá hacer con los incrédulos?

¿Ha dejado de tener vigencia lo que enseña el apóstol San Pablo cuando indica que Dios paga con “ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo” (Rom 2,8-9)?

¿Quizás ya no tiene sentido preguntarse con el Catecismo Romano (Trento) lo siguiente?

¿De qué castigo seremos dignos, si después de haber entrado en la Iglesia, conocido la voluntad y leyes de Dios, y haber recibido la gracia de los Sacramentos, viviéremos según las leyes y máximas del mundo y demonio, como si al ser bautizados nos hubiéramos dedicado al demonio y mundo, y no a Jesucristo Señor y Redentor nuestro?
Catecismo romano 64

¿Y qué no decir respecto a la profanación del Santísimo Sacramento que está siendo promovida por quienes enseñan que pueden acceder al mismo los que viven en adulterio? ¿quedará sin castigo? Cito de nuevo el Catecismo romano en su artículo 393:

Así como entre todos los sagrados misterios que como instrumentos ciertísimos de la divina gracia instituyó nuestro Señor y Salvador, ninguno hay que se pueda comparar con el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, así tampoco hay que temer de Dios castigo más severo por alguna maldad, como de que no se trate por los fieles santa y religiosamente un sacramento lleno de toda santidad, o más bien que contiene en sí al mismo Autor y fuente de la santidad. Con gran perspicacia advirtió esto el Apóstol, y nos lo previene con igual’ claridad. Porque habiendo declarado de cuán grave maldad se hacían reos los que no discernían el Cuerpo del Señor, añade al punto: “De aquí es que hay entre vosotros muchos enfermos y sin fuerzas, y muchos que mueren”.

Se refiere a estas palabras de San Pablo en su primera epístola a los corintios:

Porque cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga. Así pues, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, por tanto, cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y débiles, y mueren tantos.
1 Cor 11,26-30

El Predicador de la Casa Pontificia niega tajantemente que los sufrimientos provocados por la pandemia del coronavirus puedan ser un castigo de Dios, con argumentos ciertamente peculiares Dice:

Si estos flagelos fueran castigos de Dios, no se explicaría por qué se abaten igual sobre buenos y malos, y por qué los pobres son los que más sufren sus consecuencias. ¿Son ellos más pecadores que otros?

¿Qué hacemos con las palabras de Benedicto XV: quien en la Cuaresma de 1917 dijo que “los flagelos públicos son expiaciones de las culpas por las cuales las autoridades públicas y las naciones se han alejado de Dios”? ¿Es casual que, a día de hoy, dos de las naciones que más están sufriendo la pandemia son precisamente Italia y España, que apostataron desechando el Reinado Social de Cristo bajo el que no hace tanto tiempo se gobernaban?

Por otra parte, ¿dejaremos de creer que es doctrina católica que los sufrimientos de los justos que vive en gracia pueden satisfacer las deudas contraídos por otros?

Pero en lo que debemos engrandecer con sumas alabanzas y acciones de gracias la inmensa bondad y clemencia de Dios, es en haber concedido á la fragilidad humana, que pueda uno satisfacer por otro. Esto únicamente conviene a esta tercera parte de la penitencia. Pues tocante a la Contrición y Confesión ninguno puede dolerse ni confesarse por otro, pero todos los que están en gracia de Dios pueden satisfacer unos lo que otros deben a su Majestad, y de este modo vienen a llevar unos las cargas de los otros 
Catecismo Romano, 598.

El asombro que produce semejante alejamiento de la doctrina católica por parte del P. Cantalamessa aumenta considerablemente cuando vemos lo que afirma sobre el sacrificio de Cristo en la Cruz:

Dios participa en nuestro dolor para vencerlo. “Dios —escribe san Agustín—, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar del mal mismo el bien”

. ¿Acaso Dios Padre ha querido la muerte de su Hijo, para sacar un bien de ella? No, simplemente ha permitido que la libertad humana siguiera su curso, haciendo, sin embargo, que sirviera a su plan, no al de los hombres.

¿Cómo se puede decir que Dios Padre no ha querido la muerte del Hijo en la Cruz para sacar de ella el mayor de todos los bienes, que es la salvación de nuestras almas? ¿acaso la Cruz fue fruto de la libertad del hombre y no de la voluntad expresa de Dios? ¿En dònde deja el P. Cantalamessa la oración de Cristo en Getsemaní? ¿Acaso no fue el mismo Cristo quien dijo “no se haga mi voluntad sino la tuya"? ¿cómo se atreve a afirmar que la Cruz no fue voluntad del Padre? 

De hecho, dado que hace esa pregunta blasfema tras una cita de San Agustín, en la que el santo obispo de Hipona dice que Dios no permite ningún mal en sus obras, ¿debemos pensar que la muerte de Cristo es un mal que no forma parte de las obras de Dios? ¿se puede considersar un mal la obra de la salvación por la muerte de Cristo en la cruz?

Recordemos la advertencia de San Pablo:

Porque —como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos— hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo.
Fil 3,18

Sobre la doctrina de la Cruz como parte de la voluntad divina recomiendo la lectura de estos dos artículos del P. José María Iraburu:

 La Cruz gloriosa –I. El Señor quiso la Cruz

La Cruz gloriosa –II. Por qué Dios quiso la Cruz 

No es de extrañar que quien se separa tanto del evangelio de Cristo, acaba atribuyendo a la naturaleza una cualidad personal:

Esto vale también para los males naturales como los terremotos y las pestes. Él no los suscita. Él ha dado también de la naturaleza una especie de libertad, cualitativamente diferente, sin duda, de la libertad moral del hombre, pero siempre una forma de libertad.

Decir que la naturaleza inanimada tiene una cierta forma de libertad es obviamente una gran falsedad. Que no todas las catástrofes naturales, pestes y epidemias son voluntad positiva de Dios no se discute. Pero que pueden serlo tampoco cabe discutirlo, a menos que queramos abolir toda la Biblia. Desde el Pentateuco (Diluvio, plagas de Egipto, etc), hasta el Apocalipsis. Lo realmente patético es pretender que la naturaleza sea un sujeto con capacidad volitiva para obrar así. A menos, claro, que consideremos a la naturaleza como esa Pacha Mama a la que se rindió culto en los jardines del Vaticano el año pasado, como si fuera un ser con alma. Entonces sí es un sujeto: concretamente Satanás.

¿Qué cabe hacer ante quien predica ideas ajenas o contrarias al Evangelio? Cumplir el mandato de la Escitura:

Rechazarles:

Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema!
Gal 1,8-9

Combatirles:

Queridos míos, al poner todo mi empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación, me he visto en la necesidad de hacerlo animándoos a combatir por la fe transmitida de una vez para siempre a los santos.
Jud 3

Que la Virgen María, Destructora de todas las herejías, interceda por nosotros ante el Señor para que se nos conceda llevar adelante eficazmente esa tarea.

Laus Deo Virginique Matri

Luis Fernando Pérez Bustamante

10.04.20

Coronavirus: ¿quién ha hablado con Dios para decir algo con certeza?

Desde hace algunas semanas parece que se ha puesto en marcha una competición para ver qué eclesiástico, especialmente si es obispo, dice de forma más contundente que la actual pandemia provocada por el coronavirus no es un castigo de Dios. Y a su vez, aunque en mucha menor medida, han aparecido aquellos que dan por hecho, con certeza dogmática, que sí estamos asistiendo a un castigo divino.

Me van a permitir que les pregunte a unos y otros: ¿acaso han recibido alguna revelación especial? ¿quizás han marcado en sus móviles (celulares), el número de teléfono del cielo y Dios Padre les ha respondido a sus preguntas?

Los que niegan que lo que está ocurriendo es un castigo divino dan argumentos realmente peculiares:

- Dios no castiga nunca.

- Dios es bueno y no castigaría a inocentes. Si esto fuera un castigo de Dios, entonces Dios sería malo.

- Es la naturaleza quien nos castiga.

Quien dice que Dios no castiga nunca no se ha leído la Biblia o, lo que es peor, se la ha leído pero ha decidido que lo que él cree saber de Dios es más verdadero que lo que aparece en la Revelación escrita. Son casi todos hijos de Marción, aquel hereje que decía que el Dios del Antiguo Testamento era malo a diferencia del Dios del Nuevo Testamento. 

Son también aquellos que han desechado la enseñanza bíblica y tradicional que nos muestra que todos han caído en Adán y:

… según está escrito: “No hay un justo, ni siquiera uno."  "No hay un sabio, no hay quien busque a Dios."  ”Todos se desviaron, se corrompieron a la vez; no hay quien haga el bien, ni siquiera uno”
Rom 3,10

Incluso los que hemos recibido el don de la fe, éramos por naturaleza hijos de la ira:

Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
Efe 2,1-3

De hecho, ¿no nos advierte el apóstol sobre la necesidad de no vivir como viven los sin Dios?

Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas.
Col 3,5-7

Y si, como ocurre a menudo, vivimos como viven los que no tienen fe, ¿creemos acaso que el Señor nos va a dejar sin castigo?

Pues si la palabra comunicada a través de ángeles tuvo validez, y toda transgresión y desobediencia fue justamente castigada, ¿cómo escaparemos nosotros si desdeñamos semejante salvación, que fue anunciada primero por el Señor, confirmada por los que la habían escuchado, a la que Dios añadió su testimonio con signos y portentos, con milagros varios, y dones del Espíritu Santo distribuidos según su beneplácito?
Heb 2,2-4

¿Qué parte no se entiende de esta advertencia del Señor?

Yo, a cuantos amo, los reprendo y castigo; ten, pues, celo y conviértete.
Ap 3,19

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6.04.20

Mi amor se fue con el Señor

Lidia, la mujer que Dios me regaló como esposa, partió ayer, Domingo de Ramos, a encontrarse con el Señor. Y lo hizo en mis brazos, en una cama de la habitación 108 del hospital universitario de Puerto Real, en el que su vida terrenal se fue apagando poco a poco en las últimas dos semanas. Casi tres largos años de lucha contra un cáncer no detectado a tiempo, con una primera “victoria” que nos dio una tregua de meses antes de volver a aparecer.

El inmenso dolor que sufro ahora no me impide dar gracias a Dios por todo el bien que nos ha hecho en 32 años de vida juntos. Tres hijos han sido el fruto de nuestro amor. Y uno de ellos, el primogénito, nos hizo abuelos de un angelito hace casi 5 años. También pudo hacer de madrina en la boda de nuestro segundo hijo.

La foto que encabeza este post es del día de su graduación en la Universidad de Navarra, tras realizar la licenciatura de Ciencias Religiosas y el Máster en Familia y Vida. Ello le permitió desarrollar su vocación como profesora de religión. Lo hizo en el Colegio Juan Pablo II - María Milagrosa de Cádiz. Otro de los grandes regalos que me ha dado el Señor en estos días ha sido, además de constatar el cariño que le tenían sus compañeros de claustro, ver el gran impacto que causó entre sus alumnos (entre ellos, durante un año, nuestra hija). He podido leer mensajes dirigidos a mi esposa que no podré ovlidar jamás. Ella ha sido instrumento para llevar a no pocas almas a Cristo y darse cuenta de eso no tiene precio. Quiera Dios que la semilla que sembró a través de ella frucifique en vidas entregadas a Él.

Doy gracias también a Dios por haberme permitido estar con ella en estas últimas semanas de su vida. Dada la actual situación en España con la pandemia del coronavirus, son muchas las personas que mueren sin estar rodeados de sus seres queridos. Aunque ni sus padres -a quienes quería con locura- ni dos de nuestros hijos han podido estar, sí hemos estado mi hijo mayor y yo.

En estas últimas semanas hemos orado juntos más que nunca. Nos hemos puesto en manos del Señor más que nunca. Nos hemos querido más que nunca. Hemos estado rodeados de oraciones más que nunca. Hemos comulgado a diario hasta que ella ya no pudo. Y habiendo muerto mi amada Lidia tras haber recibido los santos sacramentos, espero que el Señor me conceda el mismo don el día de mi partida, para así poder encontrarme con ella para adorar a Dios juntos toda la eternidad. Mientras llega ese día, pido al Señor que me permita servirle fielmente en esta vida.

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4.04.20

Petición expresa al papa Francisco respecto a la Virgen María

Ayer, 3 de abril, el papa Francisco dijo lo siguiente en su homilía en Santa Marta (negritas mías):

Honrar a la Virgen y decir: «Esta es mi Madre», porque ella es la Madre. Y este es el título que recibió de Jesús, justo ahí, en el momento de la Cruz. Tus hijos, tú eres Madre. No la nombró primer ministro ni le dio títulos de «funcionalidad». Sólo «Madre». Y luego, los Hechos de los Apóstoles la muestran en oración con los Apóstoles como una madre. Nuestra Señora no quiso quitarle ningún título a Jesús; recibió el don de ser su Madre y el deber de acompañarnos como Madre, de ser nuestra Madre. No pidió para sí misma ser cuasi-redentora o una co-redentora: no. El Redentor es uno solo y este título no se duplica. Sólo discípula y madre.

No es la primera vez que Francisco niega que María es corredentora. No es la primera vez que Francisco, tal y como hacen los protestantes, sostiene la idea de que reconocer los títulos que adornan a la Madre del Señor le puede quitar algo de gloria u honra al Salvador. No es, por tanto, la primera vez, que Francisco arremete contra el honor debido a la Madre del Señor. 

Para empezar, es evidente que ser corredentora no es sinónimo de ser redentor, de la misma manera que ser copiloto no es ser piloto. San Pablo dice de sí mismo que es colaborador de Dios (1 Cor 3,9) y a nadie se le ocurre decir que el apóstol le resta gloria a Dios al afirmar tal cosa.

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14.03.20

La carta de Mons. Mazuelos sobre el coronavirus

Por circunstancias de la vida, desde hace unos meses vivo con la mayor parte de mi familia en una localidad gaditana que pertenece a la diócesis de Asidonia-Jerez. Por tanto mi actual obispo es Mons. José Mazuelos Pérez. Y esta es la carta que ha escrito para todos los fieles de nuestra diócesis (negritas mías):

 

CARTA DEL SR. OBISPO CON MOTIVO DEL CORONAVIRUS

14 marzo, 2020

Queridos hermanos:

Todos estamos preocupados por la situación de desconcierto que estamos viviendo ante la incidencia del Coronavirus. Desde nuestra diócesis hemos dado unas medidas con las que queremos contribuir a evitar las consecuencias de este mal. Ahora, con estas letras, quiero ofrecer una visión de lo que nos está ocurriendo con los ojos de la fe. Los cristianos tenemos una manera de mirar la vida y la historia distinta del mundo, tratamos de ver nuestra realidad y la de nuestra sociedad leyendo los signos de los tiempos y la presencia de Dios en ellos (Mt 16,23).

Vivimos un tiempo de Cuaresma, tiempo de oración y de penitencia, tiempo de recordar que «somos polvo y en polvo nos convertiremos». Este momento puede ayudarnos a redescubrir nuestra propia fragilidad y a recordar que somos vulnerables, mucho más de lo que creemos. Así, no podemos olvidar que nuestra fortaleza es sabernos hijos de Dios y «que en la vida y en la muerte somos del Señor» (Rm 14,8).

La realidad que nos golpea con la fuerza de la enfermedad y la muerte nos recuerda que no tenemos todas las respuestas ni la fuerza para vencer al mal por nosotros mismos. «¿Quién de vosotros, por más que se empeñe, puede añadir una hora al tiempo de su vida?»(Mt 6,27); nos dice Jesús, no para asustarnos, sino para llamarnos a la confianza total en Dios, el Padre bueno que nos ama y nos cuida, y para concluir con su llamada: «vosotros buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las cosas se os darán añadidas» (Mt 6,33).

Ciertamente, esta crisis nos debe ayudar a mirar nuestra vida y redescubrir dónde está lo verdaderamente valioso. Con frecuencia nos preocupamos de muchas cosas, demasiadas, y dedicamos nuestros esfuerzos a lo que sólo es pasajero y no permanente. Corremos el riesgo de hacer de lo relativo algo que nos parece esencial, y sin embargo lo esencial lo relativizamos. Es tiempo de volvernos a Dios y de recordar que más allá de la salud de nuestro cuerpo, la salud de nuestra alma también necesita ser cuidada, pues Jesús nos avisa de que más que la muerte del cuerpo hemos de temer a «aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno» (Mt 10,28).

Ahora, más que nunca, necesitamos renovar nuestra confianza en Dios, recordar una y otra vez que el sentido de nuestra vida es la esperanza en su salvación. Sin dejar de cumplir con todos los deberes y cuidados que nos exige la situación, no debemos olvidar que existe un Dios que cuida de nosotros. Como creyentes volvamos ahora nuestra mirada a nuestro Padre bueno para pedirle por los enfermos, por los que los cuidan, por los que han muerto a causa de este virus, por las personas en riesgo y quienes más van a sufrir las consecuencias económicas de esta crisis que nos amenaza. Recemos, como cristianos, para implorar a Dios que nos libre de este mal y nos conceda la salud para que podamos vivir según su voluntad. No podemos, en este tiempo vivir distraídos y dispersos, aumentemos nuestra oración.

Para ello, como signo de esperanza en quien está por encima de todo, sugiero que nuestros templos estén abiertos más tiempo del habitual, de modo que, evitando aglomeraciones, muchos puedan acudir a ellos, entrar a orar y encontrar momentos de recogimiento y de intimidad con el Señor.

Asimismo se debe mantener, mientras sea posible, la celebración de la Eucaristía tanto diaria como dominical en los horarios habituales, o incluso ampliándolos para facilitar la asistencia sin aglomeraciones de personas. Que no se pierda el encuentro con Dios, pidiendo a aquel en cuya mano está nuestra suerte (Sal 31,5) por el fin de este mal que nos atenaza.

Nuestra Iglesia anima a las familias a la oración en casa y a la escucha confiada de la Palabra de Dios. Puede ser un buen tiempo para el rezo del rosario en familia, con la confianza de que la intercesión de la Virgen es siempre poderosa.

No podemos olvidar a las personas más vulnerables que no podrán acudir a la celebración eucarística, hemos de asistirlas cuando soliciten recibir la Sagrada Comunión en casa. Nuestra atención espiritual a los enfermos debe seguir funcionando con la mayor normalidad posible, salvando siempre las medidas higiénicas y sanitarias necesarias.

Este tiempo y el recogimiento que se nos pide, nos ofrece la oportunidad de vivir una cuaresma de mayor intimidad con Dios. Aprovechemos el momento para crecer en la oración y en la confianza con el Señor. ¡Que Él os bendiga!

+ José Mazuelos Pérez

Obispo de Asidonia-Jerez

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