InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Archivos para: Octubre 2014

19.10.14

Santidad o muerte

Santísima Trinidad

Hemos recibido el don de la fe. Hemos recibido la gracia del bautismo. Hemos recibido la gracia de andar en santidad.  Leemos en la Escritura:

Por lo cual, ceñidos los lomos de vuestra mente y apercibidos, tened vuestra esperanza completamente puesta en la gracia que os ha traído la revelación de Jesucristo.
Como hijos de obediencia, no os conforméis a las concupiscencias que primero teníais en vuestra ignorancia, antes, conforme a la santidad del que os llamó, sed santos en todo, porque escrito está: “Sed santos, porque santo soy yo“.

(1ª Ped 1,13-16)

Sabemos que el Beato Marcelo Cardenal Spínola repetía constantemente: “Si no he de ser santo, ¿para qué quiero la vida?”

Y de él leemos:

La santidad no se pide ordinariamente. Pedimos libertad de males temporales, bienes del mismo orden; pero la santidad, no; y sin embargo, nuestra divisa debiera ser: Santidad o muerte. Por eso la santidad escasea tanto.

Ganarla. ¿Por ventura, por suerte? No. ¿ A fuerza de brazos, de táctica y de habilidad, como se gana una plaza? No, tampoco. El Reino de los cielos no es tampoco de los más sabios. La santidad es una especie de comercio. La parábola evangélica lo indica claramente. En este comercio, el capital es la gracia, la negociación es emplearla o convertirla en gloria de Dios; el interés, la gracia misma aumento de ella.


Y este mísero pecador, que se atreve a escribir a sus hermanos, ruega que Dios le conceda esa santidad que lleva tantos tiempo anhelando. Como escribí hace 17 años:

¿Por qué? ¿Por qué no puedo ser más constante? ¿Por qué me parece eterna la lucha entre mi carne y tu espíritu dentro de mí? Como si yo fuera sólo un observador desde afuera, mientras mi alma se parte, se quiebra. Sólo tú sabes que soy sincero cuando te digo que te amo. Me acuerdo cuando era sólo un niño pequeño, cuando tú y yo nos declaramos amor eterno. ¿Te acuerdas? Yo te prometí servirte con mi vida, aunque casi ni de ti yo sabía. Sólo sé que tú me llenaste de amor y de paz. Sólo sé que desde entonces hablar contigo es mi medicina. Yo tenía muy pocos años, era un niño, pero te quería. Y, ¿sabes?, todavía te sigo queriendo con la inocencia de aquellos días. Tú y yo, a solas, sin más testigos que mi cama y mi almohada. Hablamos como dos enamorados se hablan. Mi voz, temblorosa, se calla, tu voz, poderosa me envuelve. Me enseñas mi lugar a tu lado. Me hablas de tus ilusiones y anhelos. Y yo, que no entiendo aún porqué me escogiste, me quedo alelado; no sé que decir. Palabras que el hombre no entiende, que sólo tu Espíritu me ilumina su significado, son las que tú me hablas. ¿Cuando se daran cuenta de que tú quieres ser nuestro amado? ¿Cuando quitarán el velo de sus corazones? ¿Cuando entregarán sus vidas sin condiciones? ¿Cuando mi Dios? ¿Por qué se empeñan en no dejar que tu amor sea el motor se sus vidas? ¿Por qué no perdonan como tú nos perdonas? ¿Por qué no se aman como tú nos amaste? Oh, mi Cristo, ¿dónde están los que te aman? ¿dónde están mis hermanos? quiero amarlos como tú los amas, quiero dar mi vida por ellos como tú la diste por mi, quiero hablarles de ti, de tu paz, de tu amor, de tu llanto al ver que no se aman entre ellos. ¿Quien se acuerda de tus palabras, mi rey? Amaos como yo os he amado, nos dijiste. ¿Qué hemos hecho? Gritamos, danzamos, levantamos nuestras manos a ti, pero, ¿donde dejamos nuestro amor por el hermano? No tenemos tiempo para oír las necesidades de los demás. Todo es correr de aquí para allá, sube, baja, haz esto, haz lo otro… ¿y tú…?

Me acuerdo el día que me dijiste: Despiértate tú que duermes, y te alumbrará Cristo. Yo estaba dormido, revolcandome en mi propio ego…ese ego que es mi mayor enemigo… quisiera no ser nada sino sólo tu luz en mi vida… morir poco a poco a mí mismo… y dejar que tú lo llenes todo con tu presencia. Quiero seguir siendo tu pequeño, no quiero olvidar cómo te amé siendo niño.. .esa especie de fuego que consumía mi pecho mientras sólo te decía: Te quiero. Qué dos palabras tan bellas: Te quiero. Sólos tú y yo, tú mi Dios, yo tu siervo. Gracias por mirarme a los ojos y declararme tu amor. En él está mi fuerza.

Luis Fernando Pérez (1997)

San José y el Niño JesúsSi llevas un tiempo en que te despiertas en la noche rezando, y si tu alma se turba ante tanta batalla por la fe, recuerda el Salmo que dice:

No se ensoberbece, ¡oh Yahvé! mi corazón, ni son altaneros mis ojos; no corro detrás de grandezas ni tras de cosas demasiado altas para mí. 

Antes he reprimido y acallado mi alma como niño destetado de su madre, como niño destetado está mi alma.
Espera, Israel, en Yahvé desde ahora y por siempre.

(Salm 131)

Confiad en Dios. Rezad. Buscad la santidad. Anhelad la santidad. Encomendaos a nuestra Madre. Recogeos en los brazos de San José como el Niño Jesús lo hizo. 

Luis Fernando Pérez Bustamante

17.10.14

África, una vez más, salva a la Iglesia

Cristo y PedroA principios del siglo V de la era cristiana, empezó a darse a conocer la doctrina herética de un monje británico llamado Pelagio. He aquí una de las muchas descripciones que se pueden encontrar en internet acerca de la naturaleza de sus herejías:

El pelagianismo. En el siglo IV, cuando la Iglesia se ve invadida por multitudes de neófitos, surge en Roma un monje de origen británico, Pelagio (354-427), riguroso y ascético, que ante la mediocridad espiritual imperante, predica un moralismo muy optimista sobre las posibilidades naturales éticas del hombre. Los planteamientos de Pelagio resultan muy aceptables para el ingenuo optimismo greco-romano respecto a la naturaleza: «Cuando tengo que exhortar a la reforma de costumbres y a la santidad de vida, empiezo por demostrar la fuerza y el valor de la naturaleza humana, precisando la capacidad de la misma, para incitar así el ánimo del oyente a realizar toda clase de virtud. Pues no podemos iniciar el camino de la virtud si no tenemos la esperanza de poder practicarla» (Epist. I Pelagii ad Demetriadem 30,16). Somos libres, no necesitamos gracia.

A Dios gracias, San Agustín, obispo norteafricano, tuvo la capacidad de enfrentar los errores de Pelagio con la verdad católica. El santo obispo de Hipona nos describe igualmente la herejía pelagiana:

«Opinan que el hombre puede cumplir todos los mandamientos de Dios, sin su gracia. Dice [Pelagio] que a los hombres se les da la gracia para que con su libre albedrío puedan cumplir más fácilmente cuanto Dios les ha mandado. Y cuando dice “más fácilmente” quiere significar que los hombres, sin la gracia, pueden cumplir los mandamientos divinos, aunque les sea más difícil. La gracia de Dios, sin la que no podemos realizar ningún bien, es el libre albedrío que nuestra naturaleza recibió sin mérito alguno precedente. Dios, además, nos ayuda dándonos su ley y su enseñanza, para que sepamos qué debemos hacer y esperar. Pero no necesitamos el don de su Espíritu para realizar lo que sabemos que debemos hacer. Así mismo, los pelagianos desvirtúan las oraciones[de súplica] de la Iglesia [¿Para qué pedir a Dios lo que la voluntad del hombre puede conseguir por sí misma?]. Y pretenden que los niños nacen sin el vínculo del pecado original» (De hæresibus, lib. I, 47-48. 42,47-48).

La Iglesia procedió a condenar la doctrina pelagiana en varios sínodos locales y finalmente, llegó la sentencia del papa Inocencio I. Pero tras la muerte de ese papa, se sentó en la Cátedra de Pedro un pontífice de nombre Zósimo. Para contarles lo que ocurrió, mejor les cito la Enciclopedia Católica:

No mucho después de la elección de Zósimo el pelagiano Celestio , quien había sido condenado por el papa precedente , Inocencio I, vino a Roma para justificarse ante el nuevo papa, habiendo sido expulsado de Constantinopla. En el verano de 417, Zósimo realizó una reunión con la clerecía romana en la basílica de San Clemente, ante la cual compareció Celestio. Las proposiciones redactadas por el diácono Paulino de Milán, por causa de las cuales Celestio había sido condenado en Cartago en 411, fueron dispuestas ante él. Celestio se rehusó a condenar tales proposiciones, declarando al mismo tiempo en general que él aceptaba la doctrina expuesta en las cartas del papa Inocencio y haciendo una confesión de fe que fue aprobada. El papa fue ganado por la conducta astutamente calculada de Celestio, y dijo que no estaba seguro de si el hereje había realmente mantenido la doctrina falsa rechazada por Inocente, y por tanto consideraba demasiado apresurada la acción de los obispos africanos contra Celestio. Escribió de inmediato en este sentido a los obispos de la provincia africana, y convocó a quienes tuviesen algo que decir contra Celestio para que compareciesen en Roma dentro de los dos meses. Poco después de esto, Zósimo recibió de Pelagio también una confesión de fe artificiosamente expresada, junto con un tratado del heresiarca sobre el libre albedrío. El papa reunió un nuevo sínodo de la clerecía romana, ante la cual ambos escritos fueron leídos. Las expresiones hábilmente escogidas de Pelagio ocultaban el contenido herético; la asamblea sostuvo que las afirmaciones eran ortodoxas, y Zósimo les escribió de nuevo a los obispos africanos defendiendo a Pelagio y reprobando a sus acusadores, entre los cuales se hallaban los obispos galos Hero y lázaro. El arzobispo Aurelio de Cartago rápidamente convocó un sínodo, el cual le envió a Zósimo una carta en la que se probaba que el papa había sido engañado por los herejes. En su respuesta, Zósimo declaró que no había determinado nada en forma definitiva, y que no deseaba establecer nada sin consultar a los obispos africanos. Luego de la nueva carta sinodal del concilio africano, del 1 de mayo de 418, al papa, y luego de las medidas tomadas en contra de los pelagianos por el emperador Honorio, Zósimo reconoció el verdadero carácter de los herejes. Ahora publicó su “Tractoria”, en el cual eran condenados el pelagianismo y sus autores. Así, finalmente, el ocupante de la Sede Apostólica en el momento exacto mantuvo con toda autoridad el dogma tradicional de la Iglesia, y protegió la verdad de la Iglesia contra el error. 

Como ven ustedes, la Iglesia en África fue usada por la Providencia divina para salvar a toda la Iglesia Católica de caer en el error de aceptar los engaños de los herejes de su tiempo.

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15.10.14

María, destructora de todas las herejías, auxilia a tus hijos

María aplasta la serpienteAños atrás hemos asistido a la proliferación de multitud de escándalos sexuales por parte del clero de la Iglesia. La política de encubrimiento fue sencilla y llanamente espantosa. La táctica consistía en no atajar el mal de raíz, sino trasladar al corrupto de un lugar a otro. La credibilidad moral de la Iglesia sufrió un duro golpe. No vale la excusa de que esas cosas pasan también, incluso más, fuera de ella. Aparte de las propias víctimas, quien más ha sufrido las consecuencias de esa desastrosa política “pastoral” han sido esa gran mayoría de sacerdotes que jamás han incurrido en semejante delito.

Ahora también sabemos que había mucha herejía igualmente oculta. Y está saliendo a la luz de golpe. No se puede tapar el sol con un dedo. Ni más ni menos que el presidente de una conferencia episcopal importante ha asegurado que la Relatio que ha partido de un sínodo extraordinario es contraria al magisterio papal. Y no es el único que se ha pronunciado en ese sentido. 

Sandro Magister afirmaba ayer en su blog personal que hubo una batalla campal en el Sínodo tras la lectura de la Relatio. Y como fuente cita L´Osservatore Romano, periódico oficial de la Santa Sede. Tomaron la palabra para defender la fe de la Iglesia los cardenales  Pell, Ouellet, Filoni, Dolan, Vingt-Trois, Burke, Rylko, Müller, Scola, Caffarra, entre otros. Hoy leemos en Secretum meum mihi que el cardenal Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, calificó la Relatio de “indigna, vergonzosa, completamente equivocada“ 

Den ustedes por hecho que esos cardenales están dispuestos a ser fieles hasta el final en la defensa de la fe que fue entregada una vez para siempre a los santos. Pero puede que, para escándalo de millones de fieles y recocijo del mundo, no sean mayoría en un sínodo que parece haber sido teledirigido de forma bastante burda. Desde luego mediáticamente ha sido un desastre, pues se nos ha querido ocultar la reacción de los prelados fieles a Cristo a la actuación de los que quieren pisotear la gracia de Dios bajo el manto de una falsa misericordia

No es casual que, tras los escándalos sexuales, lo que esté en juego precisamente a nivel doctrinal tenga que ver precisamente con la moral sexual. Nada casual. Y la raíz del problema es exactamente la misma. No son pocos los que la han denunciado -este portal es testigo de ello-. Es triste comprobar como el tiempo da la razón a a los que, como San Josemaría Escrivá, advirtieron que la autoridad eclesial estaba permitiendo la proliferación de todo tipo de herejías y falsas doctrinas:

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11.10.14

El ejemplo de Santa Mónica debería aparecer en el Sínodo

Hemos sabido que en el Sínodo han participado varios matrimonios. El testimonio de algunos ha sido impresionante. No hablaré de todos. Pero sí quiero señalar el caso de una pareja australiana. Leemos lo siguiente:

«Unos amigos nuestros estaban planeando su reunión familiar para Navidad, cuando su hijo gay les dijo que quería invitar a su compañero. Ellos creían profundamente en las enseñanzas de la Iglesia y sabían que a sus nietos les habría gustado ver que acogían a su hijo y a su compañero en la familia. Su respuesta podría ser resumida en tres palabras: “Es nuestro hijo”»

¡Qué bonito!, ¿verdad?

Bien, hace diecisiete siglos nació en Tagaste (en la actual Argelia) una niña a la que sus padres pusieron por nombre Mónica. Aunque siendo joven tenía intención de retirarse a una vida de oración, la esposaron con un señor que se llamaba Patricio, que no fue precisamente un dechado de sensibilidad y espiritualidad cristiano. Del matrimonio nacieron tres retoños. El mayor se llamaba Agustín. 

Cito de AciPrensa:

Cuando murió su padre, Agustín tenía 17 años y empezaron a llegarle a Mónica noticias cada vez peores, de que el joven llevaba una vida poco santa. En una enfermedad, ante el temor a la muerte, se hizo instruir acerca de la religión y propuso hacerse católico, pero al ser sanado de la enfermedad abandonó el propósito de hacerlo. Finalmente, se hizo socio de una secta llamada de los Maniqueos, que afirmaban que el mundo no lo había hecho Dios, sino el Diablo. Mónica que era bondadosa pero no cobarde, ni floja, al volver su hijo de vacaciones y empezar a oírle mil barbaridades contra la verdadera religión, lo echó sin más de la casa y le cerró las puertas, porque bajo su techo no quería albergar a enemigos de Dios.

La cosa no quedó así:

Pero sucedió que en esos días Mónica tuvo un sueño en el que vio que ella estaba en un bosque llorando por la pérdida espiritual de su hijo y que en ese momento se le acercaba un personaje muy resplandeciente y le decía :"tu hijo volverá contigo ” y enseguida vio a Agustín junto a ella. Le narró al muchacho el sueño tenido y él dijo, lleno de orgullo, que eso significaba que ella se iba a volver maniqueísta como él. Pero ella le respondió: “En el sueño no me dijeron, mamá ira a donde su hijo, sino tu hijo volverá contigo". Esta hábil respuesta impresionó mucho a su hijo, quien más tarde la consideraba como una inspiración del cielo. Esto sucedió en el año 437.

Eso ocurrió 9 años antes de la conversión del joven:

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10.10.14

El derecho de los fieles a saber lo que dicen sus pastores

Con la tranquilidad de saber que el Cardenal Prefecto de la Congegación para la Doctrina de la Fe, S.E.R.  Gerhard Müller, ha dicho lo que muchos pensamos, a saber, que los fieles tienen derecho a saber lo que cada obispo dice en el sínodo que se está celebrando en Roma, se pueden analizar los argumentos dados por quienes quieren nos están robando ese derecho:

1- El Papa pidió a todos los participantes que hablaran libremente, para así poder debatir sobre cualquier tema. 

2- La confidencialidad de las intervenciones sirve para que los obispos hablen más libremente.

Bien, con eso lo que se consigue es trasladar a los fieles -no digamos nada al resto del mundo- la idea de que hay obispos que tienen miedo a decir algo ante toda la Iglesia. Y que quitándoles ese miedo, pueden decir lo que les venga en gana.

Cabe preguntarse si el miedo no está tanto en los obispos que quieren hablar libremente, como en aquellos que no quieren que todo el mundo sepa lo que todos los prelados, y no solo unos cuantos elegidos ad hoc para algún propósito, dicen. Y ya de paso, cabe preguntarse dónde queda el concepto cristiano de la libertad, que emana necesariamente de la verdad.

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