En el post anterior tomaba como punto de partida una conversación que me encontré en un grupo de formación católica por Internet para abordar la doctrina del pecado original. Hoy quiero partir de la misma conversación para abordar otro punto no menos importante: la doctrina de la inmaculada concepción de la Virgen María.
En dicha conversación se analizaban las diferencias entre lo que profesamos los católicos respecto al dogma y lo que profesan los ortodoxos, de cómo los católicos reconocemos que la Santa Virgen es inmaculada desde el momento de su concepción, mientras los ortodoxos aunque la llaman inmaculada no la reconocen como tal, sino que opinan que fue inmaculada solo luego de que el Espíritu Santo descendió sobre Ella luego de la anunciación y la purificó.
Ante estas diferencias se da la siguiente conversación:
Fulano: La Iglesia Ortodoxa llama Inmaculada a María pues no conoció pecado, pero no en la inmaculada concepción, esa es una creencia solo Latina…
Mengana: Yo digo ¿por qué no nos quedamos en que todos aceptamos que la Santísima Madre de Dios es Inmaculada? ¿y ya? sin apellidos, todo honor y veneración le sea dada…
Fulano: Eso es lo más coherente…. ya que todos los Cristianos ortodoxos o católicos aceptamos que no conoció pecado.. pues como dice San Juan… “Quien permanece en DIOS no peca"…. y ella permaneció en DIOS.
Mengana: ¡Aleluya!
Y aunque podría parecer tentador unirse a la alegría, mi respuesta sería aquí un rotundo NO. NO es lo más coherente, por más que queramos ser muy ecuménicos y busquemos la unidad con los ortodoxos. La razón ya la había dado el Papa Juan Pablo II: “¿quién consideraría legítima una reconciliación lograda a costa de la verdad? ” Juan Pablo II, Ut Unum Sint, 18.
La inmaculada concepción de María es dogma de fe católica, y no podemos quitarle la palabra “concepción” solo porque los ortodoxos solo reconocen el inmaculada. Si los ortodoxos a raíz del cisma de Oriente se han quedado estancados en su desarrollo teológico, hasta el punto de oponerse actualmente de manera firme al dogma, eso no quiere decir que para buscar una pretendida unidad haya que sacrificar la verdad, y mucho menos si se trata de una verdad revelada dogmáticamente.
Utilizando esa misma manera de razonar, para buscar la unidad con los protestantes nos podríamos quedar solo con la virginidad antes del parto, que reconocemos todos los cristianos, ya seamos católicos, ortodoxos o protestantes. Sin embargo sabemos que no y proclamamos: ¡Virgen purísima y castísima: antes del parto, en el parto, y después del parto!
Esto, por supuesto que no quiere decir que no debamos estar abiertos al diálogo, pero un diálogo que no llegue a atenuar o silenciar las verdades de fe, porque de hacerlo lo desvirtuaríamos. En Reconciliatio et Paenitentia el Papa sostenía:
“Hay que reafirmar que, por parte de la Iglesia y sus miembros, el diálogo, de cualquier forma se desarrolle —y son y pueden ser muy diversas, dado que el mismo concepto de diálogo tiene un valor analógico— , no podrá jamás partir de una actitud de indiferencia hacia la verdad, sino que debe ser más bien una presentación de la misma realizada de modo sereno y respetando la inteligencia y conciencia ajena. El diálogo de la reconciliación jamás podrá sustituir o atenuar el anuncio de la verdad evangélica, que tiene como finalidad concreta la conversión ante el pecado y la comunión con Cristo y la Iglesia, sino que deberá servir para su transmisión y puesta en práctica a través de los medios dejados por Cristo a la Iglesia para la pastoral de la reconciliación: la catequesis y la penitencia.”
Es comprensible que todos anhelemos ver restaurada la unidad de los cristianos. Es la voluntad de nuestro Señor, sin embargo no se busca ese fin por cualquier medio, incluyendo uno que implique renunciar a algo de la verdad.
Para no hacer muy largas estas breves reflexiones quisiera compartir la enseñanza de la Iglesia respecto al dogma, resumida en el Manual de Teología Dogmática de Ludwig Ott.
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