(ACI) En su artículo, titulado «La fiesta y la cruzada» y recogido también en su edición de ayer por el diario vaticano L’Osservatore Romano, Vargas Llosa, nacido en el Perú pero también de nacionalidad española, afirma que la JMJ fue “una gigantesca fiesta de muchachas y muchachos adolescentes, estudiantes, jóvenes profesionales venidos de todos los rincones del mundo a cantar, bailar, rezar y proclamar su adhesión a la Iglesia Católica y su ‘adicción’ al Papa”.
“Las pequeñas manifestaciones de laicos, anarquistas, ateos y católicos insumisos contra el Papa provocaron incidentes menores, aunque algunos grotescos, como el grupo de energúmenos al que se vio arrojando condones a unas niñas que… rezaban el rosario con los ojos cerrados”.
Según Vargas Llosa existen “dos lecturas posibles de este acontecimiento”: una que ve en la JMJ “un festival más de superficie que de entraña religiosa”; y otra que la interpreta como “la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad”.
Después de mencionar las estadísticas que señalan que sólo el 51 por ciento de jóvenes españoles se confiesan católicos, pero sólo 12 por ciento practica su religión, Vargas Llosa dice que “desde mi punto de vista esta paulatina declinación del número de fieles de la Iglesia Católica, en vez de ser un síntoma de su inevitable ruina y extinción es, más bien, fermento de la vitalidad y energía que lo que queda de ella –decenas de millones de personas– ha venido mostrando, sobre todo bajo los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI”.
“En todo caso, prescindiendo del contexto teológico, atendiendo únicamente a su dimensión social y política, la verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas”.
Vargas Llosa se pregunta si esto es bueno o malo para el secularismo occidental; y responde que “mientras el Estado sea laico y mantenga su independencia frente a todas las iglesias”, “es bueno, porque una sociedad democrática no puede combatir eficazmente a sus enemigos –empezando por la corrupción– si sus instituciones no están firmemente respaldadas por valores éticos, si una rica vida espiritual no florece en su seno como un antídoto permanente a las fuerzas destructivas”.
“En nuestro tiempo”, sigue Vargas Llosa, la cultura “no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público”; porque “por más que tantos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar”.
“Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos”, concluye.