(RV/InfoCatólica) El episodio, recogido en el capítulo 18 del Génesis, relata “que la maldad de los habitantes de Sodoma y Gomorra habían llegado a su punto más alto, por lo que requería la intervención de Dios para hacer un acto la justicia y deteniendo el mal y destruyendo esas ciudades”. Aquí es donde Abraham se ajusta a su oración de intercesión.
Abraham pide perdón para toda la ciudad y lo hace apelándose a la justicia de Dios”. Con su oración, Abraham no aboga por una justicia meramente retributiva, sino por una intervención de la salvación que, teniendo en cuenta a los inocentes, libere de la culpa, también a los impíos, perdonándoles. El pensamiento de Abraham, que parece casi paradójico, -ha dicho el Pontífice- podría resumirse de la siguiente manera: “no se puede tratar a los inocentes como a los culpables, esto sería injusto; pero es necesario tratar a los culpable como a los inocentes, manifestando un sistema de justicia “superior”, ofreciéndoles la oportunidad de la salvación, porque si los malhechores aceptan el perdón de Dios y confiesan la culpa dejándose salvar, no seguirán haciendo el mal, también ellos van a ser justos, sin necesidad de ser castigados.”
“Esta es la búsqueda de la justicia que Abraham expresa en su intercesión – ha manifestado el Papa. Una afirmación que se basa en la certeza de que el Señor es misericordioso”. Es el perdón que rompe el ciclo del pecado, y Abraham, en su diálogo con Dios, hace un llamamiento exactamente a esto”. “Y cuando el Señor está de acuerdo en perdonar a la ciudad si se quiere encontrar cincuenta justos, su oración de intercesión comienza a descender hacia las profundidades de la misericordia divina”.
Pero ni siquiera diez personas justas se encuentran en Sodoma y Gomorra y las ciudades son destruidas. “El Señor estaba dispuesto a perdonar pero las ciudades estaban encerradas en un mal paralizante”. “No es el castigo lo que debe ser eliminado, -ha subrayado Benedicto XVI- sino el pecado, aquel rechazo de Dios y del amor que lleva en sí mismo el castigo”. El Santo Padre ha terminado con una exhortación: “que la súplica de Abraham nos enseñe a abrir siempre el corazón a la misericordia sobreabundante de Dios.