(Diario Vasco/InfoCatólica) El general de la Compañía de Jesús aprobó el pasado 10 de septiembre la etapa transitoria para la integración de las cinco provincias jesuitas, entre ellas la de Loyola –País Vasco y Navarra– en una única Provincia de España, proceso que culminará en 2016. Los jesuitas vascos seguirán como plataforma territorial, en la que pretenden mantener las características culturales y lingüísticas de esta sociedad. Ese es el mandato que ha recibido Juan José Etxeberría, el provincial superior, de 44 años, experto en Derecho Canónico. El Prepósito General, Adolfo Nicolás, visitará dos veces Euskadi en 2011, para presidir una reunión internacional de jóvenes en Azpeitia y abrir el curso en Deusto en su 125 aniversario.
– Usted asumió la responsabilidad de guiar a los jesuitas de Loyola hace casi tres años. Un momento crucial. ¿Cuál es la situación actual de esta provincia?
– Los jesuitas que vivimos y trabajamos en la Provincia de Loyola continuamos sirviendo a esta sociedad plural con lo mejor que tenemos. Ofreciendo una educación de calidad y rica en valores de solidaridad y justicia. Contribuyendo desde la Universidad a la formación de profesionales comprometidos con el desarrollo social. Acompañando a los emigrantes y a sus asociaciones y conviviendo con ellos. Y apoyando el desarrollo de los pueblos en Latinoamérica, África y Asia. Por supuesto, acompañando a la comunidad cristiana en la fe, ofreciendo en particular los Ejercicios que nos legó San Ignacio.
– En 2005 articularon ya una hoja de ruta para Euskadi y Navarra.
– La Provincia de Loyola aprobó un proyecto en 2005 que se ha ido desplegando en los últimos años. Ha sido un camino gozoso de mucha actividad y un continuo aprender sobre cómo podemos responder a la llamada del Señor en nuestro entorno. Con la experiencia de los años y de la Congregación General 35 de la Compañía de Jesús, abordamos un plan de renovación, con un nuevo documento, fruto de un trabajo muy participativo que ha durado dos años. La provincia ha crecido en corresponsabilidad y en el discernimiento de nuestra misión compartida, y se han generado cauces de implicación de un mayor número de personas, incluyendo a los laicos. Esta fase coincide con el proceso de integración de las cinco provincias españolas, lo que nos ha permitido definir las líneas de trabajo comunes para los próximos años.
– ¿Con qué sentimientos viven ustedes el proceso de integración en una provincia única?
– Con un espíritu constructivo. En los más de 400 años de Compañía de Jesús en España ha habido 13 reestructuraciones en distintas provincias o regiones. Nos toca ahora ser protagonistas de una nueva forma de organizarnos territorialmente. Y lo estamos planteando no sólo como una mera reestructuración organizativa, sino como una oportunidad de reavivar nuestro carisma y evolucionar para prestar nuestro servicio con renovado impulso y fervor. Hemos aprovechado la ocasión para formular un nuevo proyecto apostólico. Esto implica unas opciones ya definidas y un adecuar a medio plazo instituciones y comunidades. No se trata sólo, por decirlo de manera simple, de cambiar de jefes, sino de adecuar nuestros apostolados en unas líneas estratégicas inspiradas más explícitamente en la última Congregación General de 2008.
Mantener la identidad y la autonomía
– ¿Tuvieron problemas para ponerse de acuerdo?
– La solicitud de los cinco provinciales al padre general llegó por unanimidad sólo después de un prolongado discernimiento. Italia y Francia ya pasaron hace unas décadas de ser varias provincias a ser una única provincia. Nos toca ahora a nosotros. Es algo asumido.
– Cuando se empezó a hablar de esta cuestión hubo alguna resistencia. ¿Han planteado ustedes alguna reticencia?
- No. No ha habido por parte de la Provincia de Loyola ninguna reticencia al proceso de integración. Estamos participando activamente en él con la «abundancia de generosidad y disponibilidad» que nos solicitó el padre general por carta a todas las provincias implicadas. Asunto diferente es que entre los casi 250 jesuitas que conforman la provincia pudieran existir diversas opiniones, pero eso es algo perfectamente comprensible y saludable.
– Hay quienes piensan que van a perder identidad.
– Entiendo ese temor en la medida en que hablamos de una provincia con peculiaridades importantes. Es un lugar fundacional para la Compañía y abarca un territorio con fuerte identidad propia. Pero son temores injustificados cuando se conoce de cerca el espíritu con el que se está llevando a cabo el proceso de integración y los documentos sobre los que se asienta. La Compañía de Jesús desea seguir dando una respuesta apropiada a las peculiaridades lingüísticas y culturales de nuestra sociedad. De hecho, la futura provincia unificada mantendrá lo que hemos llamado dos plataformas territoriales. Una abarcará la actual Provincia de Loyola (Euskadi y Navarra), y la otra, la actual Provincia Tarraconense (Cataluña), pues ambas se sitúan en ámbitos geográfico-culturales.
– Pero ustedes van a perder autonomía.
– Al contrario. Los provinciales vamos a tener mucha fuerza y autoridad. El padre superior no puede llegar a todos los rincones y, desde la cercanía, podemos responder mejor a la misión. Son competencias diferentes.
– Pero sí puede afectar a su inculturización.
– No lo creo. La plataforma futura estará preparada para dar una respuesta inculturada, encarnada en las características eclesiales, culturales, históricas y lingüísticas de Euskadi y Navarra que constituyen un contexto propio de misión. La Compañía de Jesús sabe que para llevar a cabo una labor apostólica eficaz en estos territorios hay que tener en cuenta sus particularidades. Ese es el motivo de que se creen esas estructuras, por lo que la integración no afectará de ninguna manera al arraigo de la Compañía en nuestra sociedad. Estas decisiones responden solo a criterios apostólicos. Se han tomado con total indiferencia hacia aspectos que en nada incumben a una institución como la nuestra.
– ¿Qué aportan los jesuitas al día de hoy al País Vasco y Navarra?
– Nuestra misión está claramente definida: queremos, como provincia –instituciones, jesuitas y laicos–, anunciar y ser testigos de Jesucristo y del Reino de Dios. En ese marco, la llamada particular que sentimos es a promover la justicia, acompañar a personas y grupos en la búsqueda de sentido, anunciar la fe mediante los ministerios pastorales y estar en las fronteras tendiendo puentes de diálogo y reconciliación.
– La Iglesia vasca siempre se ha involucrado en la pacificación de Euskadi. ¿Tras la última tregua de ETA y los movimientos en la izquierda abertzale creen ustedes que hay motivos para la esperanza en un final de la violencia?
– La misión de la Iglesia ha buscado siempre, incluso en los momentos más difíciles, mantener la esperanza de nuestro pueblo. Ahora que se han producido los relevantes acontecimientos que usted menciona, tenemos aún más motivos para ello. Confiamos en que ETA anuncie definitivamente el final de la violencia y se produzcan los signos de distensión y buena voluntad que una verdadera opción por la paz exige de todos.
No prejuzgar a los nuevos, no desacreditar a los anteriores
– La Iglesia de Euskadi vive tiempos turbulentos por la contestación a los últimos nombramientos de obispos. ¿Cuál es su posición en este asunto?
– Creo que hemos de evitar los términos grandilocuentes al referirnos a algunos sucesos. Todo nombramiento en cualquier institución de cualquier tipo genera diversidad de opiniones, e incluso tensiones. Pero esto no ha de ser visto como algo negativo, sino como reflejo de pluralidad y riqueza internas. La Iglesia, con su diversidad de carismas, ministerios y sensibilidades, no es una excepción. Y cada una de las sensibilidades diferentes que se manifiestan con lealtad hacia la construcción de una Iglesia en comunión, es un don para el trabajo de la Iglesia por el Reino de Dios.
– ¿Considera que hay un riesgo de que la Iglesia en el País Vasco se rompa en dos?
– No lo creo. Se está prejuzgando hacia dónde van a ir los obispos. Y me parece que lo que los obispos se plantean es cómo responder a su tarea y que lo que pretenden es ayudar a que la Iglesia cumpla su misión. En el caso de monseñor Iceta parece que los críticos le han concedido un voto de confianza.
– ¿Cree que existe un proyecto eclesial y político para reconducir a la Iglesia vasca?
– Creo que interpretar los últimos nombramientos de obispos en el País Vasco en clave de desacreditación a la labor de anteriores prelados es una injusticia a esos obispos que durante los últimos años no han escatimado esfuerzos en la labor pastoral que se les encomendó. Y que dejan en su feligresía y en la Iglesia un sentimiento de gratitud imborrable. Es cierto que cada obispo tiene una impronta personal y que en la Iglesia se viven épocas diferentes marcadas por unos matices u otros, a fin de que pueda ofrecer su palabra y acción de la manera más efectiva. Pero no es el proceder de la Iglesia, no lo ha sido en este caso ni lo puede ser, el de reconducir o desacreditar la labor pastoral de un conjunto de diócesis a lo largo de los años.
Los casos de Arregi y Pagola. ¿Involución? ¿Secularización?
–Teólogos y profesores de acreditada trayectoria eclesial, como el franciscano Joxe Arregi o el ex vicario de San Sebastián José Antonio Pagola, han sido neutralizados por la jerarquía. ¿La libertad de pensamiento está en peligro en la Iglesia?
– Los nombres que ha mencionado conllevan resonancias positivas para muchísimos cristianos que han recibido luz y ayuda para seguir a Jesucristo a través de ellos, de sus escritos y su testimonio. Tampoco creo que se puedan interpretar estos episodios como si fueran uno solo. Pero con respecto a su pregunta, planteada en esos términos, la respuesta es negativa. Creo que los cristianos podemos vivir las tensiones en el ámbito teológico como un don que posibilita a la Iglesia el dinamismo necesario para ofrecer su palabra de salvación en odres siempre nuevos. Y todos, en el ámbito que nos corresponde, hemos de aprender a resolver positivamente los conflictos, impidiendo que se debilite la autoridad de la Iglesia católica como depositaria y garante de la fe.
– En la Iglesia del País Vasco conviven en la actualidad muchas sensibilidades religiosas y de distinto signo.
– La Iglesia ha de efectuar una imprescindible labor en este terreno, con transparencia, responsabilidad y fraternidad. Lo que sí es claro es que cada día es más importante el servicio a la comunión, un servicio que corresponde particularmente a los obispos, para que la sana pluralidad de la comunidad cristiana encuentre un espacio cómodo en su interior. A este servicio se refirió monseñor Iceta en su primera homilía.
– En determinados sectores se alerta de una involución, de un proyecto para restaurar la Iglesia preconcilar. ¿Cuál es su opinión?
– La Iglesia está llamada a trabajar por el Reino de Dios acorde con los tiempos que vive y eso inevitablemente propicia un debate enriquecedor sobre cómo ha de desempeñarse esa labor. Puede haber diferencias en los matices, en las formas y subrayados, y por tanto cabe hablar de etapas en la Iglesia. Pero referirnos al proceder de la Iglesia en términos más propios de otros ámbitos -como cuando se insiste en aspectos ideológicos, o de luchas internas de poder- resulta artificial y no refleja la realidad.
– En este tiempo de secularización galopante, resulta evidente el alejamiento de la Iglesia de muchos ciudadanos ¿Cómo conectan ustedes con la sociedad actual?
– Como lo hacen tantas otras realidades eclesiales. Conectamos ofreciendo un servicio de calidad a esta sociedad en los campos de la educación, la investigación y la atención a los desfavorecidos, sin ocultar nunca nuestra condición creyente. Creemos que es lo mejor que podemos ofrecer y además es lo que llena nuestra vocación de sentido. Este servicio sigue encontrando acogida y demanda en muchos ámbitos sociales. Debemos buscar el contacto con la vida real de la gente y con las encrucijadas personales, familiares, sociales y políticas a las que nos lleva el mundo de hoy.