(Agencias/InfoCatólica) ¡Viva España!", gritó un aficionado al concluir la ceremonia religiosa, tras la cual los directivos españoles regalaron una camiseta de la selección al vicario de la Basílica, Mons. Diego Monroy Ponce, quien fue el que ofició la misa. En rueda de prensa celebrada unas horas antes en Ciudad de México, Villar, nacido en 1950 en Bilbao, explicó que es católico y que siempre que ha viajado a México ha visitado la Basílica de la Virgen de Guadalupe.
"Cuando vine a firmar el convenio (para disputar el partido amistoso contra México) escuche misa allí y pedí ser campeón del mundo. La Madre de Dios me lo ha concedido y al venir a jugar planteé la posibilidad de presentar ante la imagen la copa ganada en Sudáfrica", dijo el directivo. Por último, Villar destacó el papel que desempeña la Virgen de Guadalupe como "unificadora de todos los mexicanos".
En su homilía, Mons. Monroy Ponce destacó los valores humanos que el deporte genera en la sociedad universal y consideró que es un vehículo de creación de fuerzas espirituales. "No se trata sólo del triunfo sino de la espiritualidad que implica un esfuerzo de esta dimensión", afirmó.
"Estamos muy felices de que la Real Federación Española de Fútbol haya cumplido su deseo ante la Morenita del Tepeyac, la madre de todos. No olviden que, cuando se reunió con el 'indiecito' Juan Diego le dijo con claridad 'soy madre tuya' lo que la convierte en madre de todos en esta mezcla de culturas, la indígena y la española", añadió.
Y empate en el Trofeo del Bicentenario
El empate entre las selecciones de España y México en el Trofeo del Bicentenario de la Independencia dejó contentos a ambos equipos. A los mexicanos por haberles plantado cara a la campeona del mundo y a los españoles por no haberse estrenado con derrota en su debút en el estadio Azteca y en su primer partido tras conseguir la ansiada estrella en Sudáfrica. En el mítico y abarrotado recinto -con capacidad para 104.500 espectadores- se vivió una fiesta, se admiró la Copa del Mundo y se aplaudió a ambos conjuntos al abandonar el campo con sones de mariachi. El trofeo, pese al empate a uno, se lo llevó la Roja, por ser la invitada.
Algún comentarista deportivo intentó calentar el ambiente clamando venganza por “300 años bajo el yugo español” y el partido se presentó en promocionales de radio como una reedición de la lucha por la independencia “pero esta vez con un balón”. Pero triunfó el ambiente festivo, la camaradería y la hermandad entre dos países en forma de aficionados que compartieron camisetas y símbolos de los dos combinados. México agradeció además a España el esfuerzo de traer al primer equipo recién aterrizado de sus vacaciones, los halagos dedicados al Tri -como se conoce al combinado mexicano por la bandera tricolor-, al Azteca, al país, el “orgullo” declarado por haber sido llamados a jugar el Trofeo del Bicentenario de la independencia y el haber ofrecido la copa a la Virgen de Guadalupe en su basílica.
Los mexicanos no sólo han agradecido que vengan “los verdaderos campeones” sino el respeto al rival y las corteses respuestas ante preguntas algo capciosas como el significado del hecho histórico de la independencia de la Nueva España. Tanto los jugadores como “Bigotón” Del Bosque –como se le conoce aquí- se mostraron orgullosos de jugar en un estadio “mítico” como el Azteca. El orgullo mexicano se infló y hasta los más reticentes se rindieron a los encantos de la Roja.
“Gracias por su visita ¡¡campeón!! México se enorgullece de tenerlo en el majestuoso estadio Azteca”, despidieron en las pantallas a los internacionales españoles. Además, se aceptó de buen grado que se le hiciera el pasillo al campeón del mundo, algo inusual en este país.