(RV/InfoCatólica) El Papa ha destacado que la promesa de Cristo abarca la protección divina ante las experiencias históricas de persecuciones, así como ante las amenazas de orden espiritual, tal y como escribió san Pablo a los Efesios:
“Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas” (6,12): “En efecto, si pensamos en los dos milenios de historia de la Iglesia, podemos observar que –como había preanunciado el Señor Jesús (cfr Mt 10, 16-33)– no faltaron nunca para los cristianos pruebas, que en algunos periodos y lugares asumieron características de verdaderas persecuciones. Éstas, sin embargo, a pesar de los sufrimientos que causaron, no constituyen el peligro más grave para la Iglesia. El daño mayor, en efecto, la Iglesia lo recibe de lo que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades, mellando la integridad del Cuerpo místico, debilitando su capacidad de profecía y de testimonio, ofuscando la belleza de su rostro”.
Con el epistolario paulino, Benedicto XVI ha recordado los peligros ‘de los últimos días’, identificándolos con conductas negativas que pertenecen al mundo y que pueden contagiar a la comunidad cristiana: egoísmo, vanidad, orgullo, apego al dinero (cfr 3, 1-5). La conclusión del Apóstol, en su Segunda Carta a Timoteo, es tranquilizadora: los hombres que obran el mal “no progresarán más, porque su insensatez quedará patente a todos” (3,9)
Garantía de libertad
Benedicto XVI habló de la libertad que Dios ha asegurado para su Iglesia, siempre que permanezca unida al Papa y sus sucesores:
“Hay pues una garantía de libertad asegurada por Dios a la Iglesia, libertad sea de los lazos materiales que intentan impedir o coartar su misión, que de los lazos espirituales y morales, que pueden mellar su autenticidad y su credibilidad. El tema de la libertad de la Iglesia, garantizada por Cristo a Pedro, tiene también una atingencia específica con el rito de la imposición del Palio, que hoy renovamos para treinta y ocho arzobispos metropolitanos, a quienes dirijo mi más cordial saludo, extendiéndolo con cariño a cuantos han querido acompañarlos en esta peregrinación. La comunión con Pedro y sus sucesores, en efecto, es garantía de libertad para los pastores de la Iglesia y para las mismas comunidades que les han sido confiadas”.
Garantía de libertad en el plano histórico –ha enfatizado el Santo Padre–, pues la unión con la Sede Apostólica asegura, a las Iglesias particulares y a las Conferencias Episcopales la libertad con respecto a los poderes locales, nacionales o supranacionales, que en algunos casos pueden obstaculizar la misión eclesial. Y, además y más esencialmente, el ministerio petrino es garantía de libertad, en el sentido de la plena adhesión a la verdad, a la auténtica tradición, de forma que el Pueblo de Dios quede preservado de errores concernientes a la fe y a la moral.
El palio, signo de comunión y de libertad
Benedicto XVI ha hecho hincapié en que el hecho que los nuevos metropolitanos vengan a Roma para recibir el Palio de las manos del Papa se debe comprender en su significado propio, como gesto de comunión y el tema de la libertad de la Iglesia, nos ofrece una clave de lectura particularmente importante.
“Esto es evidente en el caso de las Iglesias marcadas por persecuciones, sometidas a ingerencias políticas o otras duras pruebas. Pero no es menos relevante en el caso de comunidades que sufren la influencia de doctrinas desviadoas o de tendencias ideológicas y prácticas contrarias al Evangelio”.
El Palio se vuelve, en este sentido, una prenda de libertad, como el yugo de Jesús, que Él mismo invita llevar sobre las espaldas. Como el mandamiento de Cristo, que aun siendo exigente ‘es dulce y ligero’ y en lugar de pesar sobre quien lo lleva, lo alivia, de forma que el vínculo con la Sede Apostólica, aun siendo comprometedor, sostiene al Pastor y a la porción de Iglesia que se le confía a sus cuidados, haciéndolos más libres y más fuertes, ha señalado el Papa, destacando luego, asimismo, el valor ecuménico.
Confianza y valentía frente a las divisiones dentro de la Iglesia: “No prevalecerán”
“Quisiera tomar de la Palabra de Dios, una última indicación, en particular de la promesa de Cristo de que las potencias de los infiernos no prevalecerán sobre su Iglesia. Estas palabras pueden tener una significativa valencia ecuménica, desde el momento en que, como aludía hace poco, uno de los efectos típicos de la acción del Maligno es precisamente la división en el interior de la Comunidad eclesial. Las divisiones, en efecto, son síntomas de la fuerza del pecado, que sigue actuando en los miembros de la Iglesia, también después de la redención. Pero la palabra de Cristo es clara: ‘Non praevalebunt –no prevalecerán’ (Mt 16,18)”. En este contexto, el Santo Padre ha reiterado que
“la unidad de la Iglesia se arraiga en su unión con Cristo y la causa de la unidad plena de los cristianos, que se debe buscar y renovar siempre, de generación en generación, está sostenida también por el ruego y la promesa de Cristo. Pues en la lucha contra el espíritu del mal, Dios nos ha donado en Jesús al ‘Abogado’ defensor. Y, después de su Pascua, ‘otro Paráclito’ (cfr Jn 14,16), el Espíritu Santo, que permanece con nosotros para siempre y conduce a la Iglesia hacia la plenitud de la verdad (cfr Jn 14,16; 16,13), que es también la plenitud de la caridad y de la unidad”.
Con estos sentimientos de confiada esperanza, Benedicto XVI ha saludado con alegría a la delegación del Patriarcado de Constantinopla, que, siguiendo la bella tradición de las visitas recíprocas, ha participado en las celebraciones de los Santos Patronos de Roma. Benedicto XVI ha animado a dar gracias a Dios por los progresos en las relaciones ecuménicas entre católicos y ortodoxos y a renovar el compromiso de corresponder generosamente a la gracia divina, que nos conduce a la comunión plena.