(InfoCatólica) Don Francisco José Pérez y Fernández-Golfín nació en Madrid el 12 de febrero de 1931. Fue el cuarto de cinco hermanos, hijo de Julio y Maria Luisa. Acabada la guerra, se instalaron en Madrid en el barrio de Chamartín. Durante su juventud perteneció a la Acción Católica donde ocupó distintos cargos. Sus amigos de la infancia le recuerdan como un estudiante brillante y un chico muy piadoso.
Ingresó en el Seminario de Madrid en 1947. Don Francisco es recordado por sus condiscípulos como un seminarista simpatiquísimo. Fue ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1956, a los veinticinco años, en la entonces catedral de San Isidro. Su primera misión pastoral fue la de párroco de Alpedrete (Madrid), y encargado de Los Negrales, de 1956 a 1962. Destacaba por su hospitalidad con los pobres, por su alegría constante, por su celo pastoral y por su sencillez de vida.
Don Leopoldo Eijo y Garay, Obispo de Madrid, el "Patriarca", le nombró director espiritual del Seminario de Madrid en 1962, cargo que desempeñó hasta 1973. Don Francisco se distinguió por su sabiduría y sensibilidad para guiar a las jóvenes vocaciones sacerdotales, siendo recordado por todos como un director espiritual comprensivo y exigente a la vez. Junto a él crecieron generaciones de sacerdotes ejemplares del Seminario de Madrid, que permanecen agradecidos vivamente por su consejo y testimonio. Muchos de ellos buscaron su criterio evangélico y discernimiento hasta el final de su vida.
En 1973 solicitó un traslado para atender mejor a sus padres, ya ancianos, y el Cardenal Arzobispo don Vicente Enrique y Tarancón le nombró párroco de san Jorge, parroquia de nueva creación pero aún sin templo ni funcionamiento. Durante estos años, don Francisco desarrolló una fecunda labor apostólica con matrimonios, niños y jóvenes, promocionando las vocaciones consagradas y la caridad con los pobres. Bajo su guía, la parroquia de san Jorge fue todo un semillero de vocaciones sacerdotales, religiosas y matrimoniales. Sus feligreses le recuerdan como un párroco cariñoso, un padre sabio preocupado por todos y cada uno, capaz de ayudar, promover y orientar; un gran pastor.
En el año 1985 fue designado por Juan Pablo II Obispo auxiliar de Madrid. Su lema sacerdotal fue también el episcopal: "Muy gustosamente me gastaré y me dejaré desgastar por vuestras almas" (2Cor 12,15). Junto a otras muchas responsabilidades, se ocupó especialmente del cuidado de los sacerdotes.
En el verano de 1991, don Francisco fue convocado por el entonces Nuncio en España, Monseñor Tagliaferri, que le transmitió una petición del Papa Juan Pablo II: ser obispo de la recién creada Diócesis de Getafe, que nacería con él. La Diócesis de Madrid-Alcalá había recibido en esos años a muchos inmigrantes y la población se había multiplicado. Para una mejor atención de los fieles, se iban a crear don nuevas diócesis: Alcalá y Getafe. Ésta última abarcaba todo el Sur de Madrid, con una cifra de habitantes cercana al millón y medio, y un número de parroquias y de clero muy escaso. La misión era muy difícil y supondría muy probablemente un abnegado esfuerzo. Don Francisco aceptó, lleno de confianza en Dios. El Papa Juan Pablo II le designó como Primer Obispo de Getafe, el 23 de julio de 1991, cargo que desempeñó hasta su fallecimiento.
Don Francisco puso en marcha la nueva Diócesis y sus instituciones. Entre sus muchísimas obras, creó nuevas parroquias, consolidó asociaciones de fieles, creó el Seminario con abundantes vocaciones, instituyó diversos cauces de formación para los laicos como el Centro Diocesano de Teología y un sin fin de obras buenas que sólo en el Cielo conoceremos. Tomó decisiones no siempre comprendidas pero que, pasados unos años, han dado unos frutos inesperados. En las parroquias de la Diócesis getafense, Don Francisco es recordado como un obispo cercano, sencillo y siempre alegre. Muchos guardan alguno de los Rosarios o de las estampas que repartía en las visitas pastorales. Todos le guardan una gran estima, como un Pastor atento a las necesidades de todos y como un hombre de Dios.
El 24 de febrero de 2004, víspera del Miércoles de Ceniza, Don Francisco volvió a casa después de un intenso día de trabajo. Pasó a asearse y se escuchó un gran ruido en la casa. Don Francisco yacía en el suelo, desfallecido. La autopsia confirmó que había sufrido un aneurisma que acabó con su vida en un instante. Al día siguiente, la capilla ardiente en la Basílica del Sagrado Corazón, en el Cerro de los Ángeles, estaba abarrotada. Allí se pudo constatar lo querido que fue don Francisco por su querida Diócesis, con fuerte sentimiento de orfandad. Todos reconocieron su magnífica labor: sacerdotes, religiosos, políticos, personas sencillas, niños y mayores. El día de su funeral acudieron veintitrés obispos, más de cuatrocientos sacerdotes y varios miles de fieles.