(ECCLESIA) El pasado 11 de febrero, coincidiendo con la Jornada Mundial del Enfermo, el Congreso de los Diputados aprobó la tramitación de la Proposición de Ley sobre la Eutanasia.
Era uno de los acuerdos de gobierno entre PSOE y Unidas Podemos, reconociendo así el derecho a poner fin a la propia vida a las personas que padezcan un sufrimiento físico o psíquico insoportable, sin esperanzas de curación y sin que se enfrenten a una muerte inminente.
Para quienes apostamos por la vida esta ley es fruto de la confusión actual que vive nuestra sociedad sobre la vida y sobre el ser humano.
La Iglesia sigue pidiendo una Ley de Cuidados Paliativos que regule la defensa de la vida digna, poniendo por delante valores como la ternura y la compasión para abordar enfermedades incurables.
Si la solución al sufrimiento, físico o psíquico, es la muerte, tenemos un problema grave en nuestra sociedad, una falta de valores sobre la vida, una puerta que nos conduce al fracaso social.
La Iglesia quiere invertir todos sus esfuerzos, también económicos, para acompañar y ayudar a quienes han perdido el sentido de la vida, a quienes padecen ese sufrimiento insoportable.
Pero a la vez y junto a esto, la Iglesia rechaza el ensañamiento terapéutico porque no cree que las personas sean «tan dueñas de la vida como para mantenerla a ultranza con modos mecánicos».