(Dominus est/InfoCatólica) El cardenal aseguró que el sacerdote es «el regalo más generoso que Dios haya hecho a la humanidad» por con la posibilidad que tiene de celebrar el Santo Sacrificio de la Misa.
El purpurado cree en la fuerza y en el privilegio de ser sacerdote, lo mismo que veía San Juan María Vianney, que señalaba cómo «su lengua, de un pedazo de pan, hace un Dios».
Pero esto, advirtió, sucede «sólo si los sacerdotes aceptamos ser crucificados con Cristo», porque «Cristo, Hijo de Dios, sólo a través de la cruz y al final de un descenso extraordinario hacia un abismo de humillación llega a conferir a los sacerdotes el poder divino de celebrar la Eucaristía y a arrancar hombres, sus hermanos terrenales, de la esclavitud del pecado y de la muerte, para hacerlos partícipes de su divinidad».
En resumen, la Eucaristía, «tiene lugar sólo si nuestra vida está marcada por la cruz». Y el sacerdote «vive la alegría en su plenitud en la Santa Misa, que es la razón de ser de su existencia», porque «durante la Misa de cada día el sacerdote se encuentra cara a cara con Jesucristo y en ese preciso instante, se identifica, se hace uno mismo con Cristo, convirtiéndose no solo un Alter Christus, otro Cristo, sino que es verdaderamente Ipse Christus, el mismo Cristo».
El cardenal subrayó que sobre el altar él no preside nada, porque «aunque indignamente, Jesús está verdaderamente en mí, yo soy Cristo». Y esta es una «afirmación aterradora», una «responsabilidad espeluznante» que hace temblar de terror, pero es «verdadera», porque es «in persona Christi que consagro el pan y el vino, después de haberle entregado mi cuerpo, mi voz, mi pobre corazón, profanado tantas veces por mis muchos pecados y que le pido purificarlo».
Por lo tanto, explicó el cardenal, la Virgen María prepara a los sacerdotes antes de la Eucaristía, y que todos los cristianos, pero sobre todo los sacerdotes, deben «construir la vida interior» sobre tres polos, la Cruz, la Eucaristía y la Virgen María.
«La Cruz nos hace nacer a la vida divina, sin la Eucaristía no podemos vivir, y la Virgen vigila como madre sobre nuestro desarrollo espiritual y nos educa a crecer en la fe».
El cardenal subrayó que Jesús, revelándonos el secreto del alimento celestial, nos trata como amigos, porque es cierto que tenemos «a menudo la sensación de ser servidores inútiles, verdad absoluta e incontestable», sin embargo el Señor «hace de nosotros sus amigos, nos ofrece generosamente su amistad».
Y la amistad tiene dos tratos esenciales, para el Señor: que no hay secretos entre amigos, y que los amigos confían ciegamente el uno en el otro, develando así que «Jesús tiene por lo tanto una completa confianza en nosotros y por esto nos ofrece un perfecto conocimiento de sí y de su Padre, nos revela su rostro y su corazón, nos muestra su ternura y su amor apasionado que alcanzará la locura de la cruz».
Jesús confía hasta el punto de conferirnos «el poder de hablar en su nombre y en su lugar», y «confía a nuestras manos su cuerpo, su Iglesia, el misterio insondable de Dios Uno y Trino».
Pero entonces, preguntó el cardenal Sarah, «si Dios nos ha amado y elegido, ¿estamos en grado de comprender todas las consecuencias que derivan de ser sus amigos y por lo tanto ser introducidos en su intimidad? ¿Entendemos que, si nos ha amado y elegido como sacerdotes es para ir a llevar mucho fruto?»
Por esto, añadió, «el Amor, la Amistad y la Fe recibidas de Dios vienen reveladas a los demás: hemos recibido la fe para transmitirla a los demás. Somos sacerdotes para estar humildemente al servicio de Dios y de nuestro hermanos y hermanas hasta la oblación de nuestra vida».
Es la necesidad de evangelizar, lo que también llevó al cardenal a pedir oraciones por los sacerdotes, «porque hoy el sacerdocio atraviesa una profunda crisis».
Traducción de Dominus Est e InfoCatólica