(InfoCatólica) Mons.Viganò explica en su nueva carta la razón por la que dio su testimonio por escrito hace un mes:
Mi decisión de revelar esos graves hechos fue para mí la más dolorosa y seria que haya tomado en mi vida. Lo hice después de largas reflexiones y oraciones, durante meses de profundo sufrimiento y angustia, mientras se producía un crescendo de continuas noticias sobre terribles acontecimientos, con miles de víctimas inocentes destruidas y vocaciones y vidas de jóvenes sacerdotes y religiosos perturbadas. El silencio de los pastores que podrían haber proporcionado un remedio y así evitar nuevas víctimas, se volvió cada vez más indefendible, un crimen devastador para la Iglesia.
Y añade:
Consciente de las enormes consecuencias que podría tener mi testimonio, porque lo que estaba a punto de revelar involucraba al mismísimo sucesor de Pedro, decidí hablar para proteger a la Iglesia, y declaro con la conciencia tranquila ante Dios que mi testimonio es verdad. Cristo murió por la Iglesia, y Pedro, Servus servorum Dei, es el primero llamado a servir a la esposa de Cristo.
El arzobispo constata que:
Ni el Papa ni ninguno de los cardenales en Roma han negado los hechos que afirmé en mi testimonio. Aquí se aplica seguramente "Qui tacet consentit" ("El que calla otorga"), ya que si quieren negar mi testimonio, solo tienen que decirlo y proporcionar documentación para respaldar esa negación. ¿Cómo se puede evitar llegar a la conclusión de que la razón por la que no proporcionan la documentación es porque saben que confirma mi testimonio?
Tras recordar que la parte principal de su testimonio fue que él mismo, en persona, reveló al Papa la inmoralidad de McCarrick, el Pontífice convirtió al ex-cardenal en uno de sus principales asesores para Estados Unidos e incluso para China, Mons. Viganò lamenta que Francisco afirmara en un primer momento que no pensaba decir una sola palabra sobre su testimonio pero luego usara las Misas de Santa Marta para comparar su silencio con el de Cristo ante Pilato y para, sin mencionar su nombre, acusarle de ser, como Satanás, el gran acusador:
De hecho, lo hizo repetidas veces, en el contexto de la celebración del Santísimo Sacramento, la Eucaristía, donde no corre el riesgo de ser desafiado por los periodistas. Cuando habló con periodistas, les pidió que ejercitaran su madurez profesional y sacaran sus propias conclusiones. Pero, ¿cómo pueden los periodistas descubrir y saber la verdad si los que están directamente involucrados en un asunto se niegan a responder a alguna pregunta o a publicar algún documento? La falta de voluntad del Papa para responder a mis acusaciones y su sordera a las peticiones de rendición de cuentas por parte de los fieles difícilmente concuerdan con sus llamados a la transparencia y la construcción de puentes.
Tras mencionar la reunión del Papa con la Ejecutiva de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, pregunta:
¿Se negó el Papa a llevar a cabo una investigación del Vaticano sobre los crímenes de McCarrick y sobre los responsables de encubrirlos? Los fieles merecen saberlo.
Tras ello, Mons. Viganò se dirige directamente al cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos.:
Me gustaría hacer un llamamiento especial al Cardenal Ouellet, porque como Nuncio siempre trabajé en gran armonía con él, y siempre le tuve en gran estima y afecto. Recordará cuándo, al final de mi misión en Washington, una noche me recibió en su apartamento en Roma para mantener una larga conversación. Al comienzo del pontificado del Papa Francisco, él había mantenido su dignidad, como la había demostrado con valentía cuando fue arzobispo de Québec. Más tarde, sin embargo, cuando su trabajo como prefecto de la Congregación para los Obispos estaba siendo socavado porque dos amigos homosexuales de su dicasterio pasaban directamente al Papa Francisco las recomendaciones para los nombramientos episcopales, eludiendo al cardenal, él se dio por vencido. Su largo artículo en L'Osservatore Romano, en el que se manifestó a favor de los aspectos más controvertidos de Amoris Laetitia, representa su rendición.
Eminencia, antes de irme a Washington, usted fue quien me contó las sanciones del Papa Benedicto sobre McCarrick. Tiene a su disposición documentos clave que incriminan a McCarrick y a muchos en la Curia por sus encubrimientos. Eminencia, le insto a que testifique la verdad.
Por último, el arzobispo se dirige a los fieles:
Finalmente, deseo alentaros, queridos fieles, mis hermanos y hermanas en Cristo: ¡nunca os desaniméis! Haced vuestro el acto de fe y completa confianza en Cristo Jesús, nuestro Salvador, que hace San Pablo en su segunda Carta a Timoteo, Scio cui credidi (Sé en quién he creído), que elegí como mi lema episcopal. Este es un tiempo de arrepentimiento, de conversión, de oraciones, de gracia, para preparar a la Iglesia, la novia del Cordero, para que esté lista para luchar y ganar con María la batalla contra el viejo dragón.
Texto completo en inglés de la carta de Mons.Viganò en pdf
Carta completa traducida al español por Ana María Rodríguez
Carta de monseñor Viganò
Arzobispo titular de Ulpiana
Nuncio Apostólico
Antes de empezar este escrito, me gustaría, ante todo, dar gracias y glorificar a Dios Padre por cada situación y por cada prueba que Él me ha preparado y me preparará durante toda mi vida. Como sacerdote y obispo de la Santa Iglesia, esposa de Cristo, estoy llamado como cualquier bautizado a ser testigo de la verdad. Por el don del Espíritu, que me sostiene con alegría en este camino que debo recorrer, intento hacerlo así hasta el final de mis días. Nuestro único Señor me ha hecho también esta invitación, " Sígueme", y yo trato de seguirle con la ayuda de su gracia hasta el fin de mi vida.
"Cantaré al Señor,
Tocaré para mi Dios mientras exista:
Que le sea agradable mi poema,
Y yo me alegraré con el Señor."
( Sal 103, 33-34)
Hace ya un mes que ofrecí mi testimonio, sólo para el bien de la Iglesia, con respecto a lo que ocurrió en la audiencia con el Papa Francisco el 23 de junio de 2013, referente a ciertos asuntos que se me dieron a conocer en las tareas confiadas a mí en la Secretaría de Estado y en Washington, en relación a aquellos que tienen la responsabilidad de haber ocultado delitos cometidos por el anterior obispo de esa capital.
Mi decisión de revelar esos graves hechos fue para mí la más dolorosa y seria que haya tomado en mi vida. Lo hice después de largas reflexiones y oraciones, durante meses de profundo sufrimiento y angustia, mientras se producía un crescendo de continuas noticias sobre terribles acontecimientos, con miles de víctimas inocentes destruidas y vocaciones y vidas de jóvenes sacerdotes y religiosos perturbadas. El silencio de los pastores que podrían haber proporcionado un remedio y así evitar nuevas víctimas, se volvió cada vez más indefendible, un crimen devastador para la Iglesia. Consciente de las enormes consecuencias que podría tener mi testimonio, porque lo que estaba a punto de revelar involucraba al mismísimo sucesor de Pedro, decidí hablar para proteger a la Iglesia, y declaro con la conciencia tranquila ante Dios que mi testimonio es verdad. Cristo murió por la Iglesia, y Pedro, Servus servorum Dei, es el primero llamado a servir a la esposa de Cristo.
Ciertamente, alguno de los hechos que yo iba a revelar estaban bajo secreto pontificio, que yo había prometido observar y que lo hice fielmente desde el principio de mi servicio a la Santa Sede. Pero el propósito de cualquier secreto, incluido el pontificio, es proteger a la Iglesia de sus enemigos, no ocultar y convertirse en cómplice de delitos cometidos por sus propios miembros. Yo fui testigo, no por elección, de hechos escandalosos y, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica (num, 2491), el sigilo del secreto no es vinculante cuando un daño muy grave puede ser evitado con solo decir la verdad. Sólo el secreto de confesión podría haber justificado mi silencio.
Ni el Papa ni ninguno de los cardenales en Roma han negado los hechos que afirmé en mi testimonio. Aquí se aplica seguramente "Qui tacet consentit" ("El que calla otorga"), ya que si quieren negar mi testimonio, solo tienen que decirlo y proporcionar documentación para respaldar esa negación. ¿Cómo se puede evitar llegar a la conclusión de que la razón por la que no proporcionan la documentación es porque saben que confirma mi testimonio?
El centro de mi testimonio fue que desde al menos el 23 de junio de 2013 el Papa sabía por mí lo perverso y malvado que era el cardenal McCarrick en sus intenciones y acciones y en vez de tomar las medidas que cualquier buen pastor hubiese tomado el Papa hizo de McCarrick uno de sus principales agentes en el gobierno de la Iglesia con respecto a los Estados Unidos, a la Curia, e incluso a China, como estamos viendo estos días con gran preocupación y ansiedad para esa Iglesia mártir.
La respuesta del Papa a mi testimonio fue: "No diré una palabra". Pero después, contradiciéndose a sí mismo, ha comparado su silencio al de Jesús en Nazaret y ante Pilatos y me comparó a mí con el gran acusador, Satán, que siembra escándalo y división en la Iglesia, aunque ni siquiera pronunció mi nombre. Si él hubiera dicho: "Viganò mintió", hubiera puesto en duda mi credibilidad mientras que intentaba afirmar la suya propia. Haciéndolo así hubiera intensificado la demanda del pueblo de Dios y del mundo de conocer la documentación necesaria para determinar quién ha dicho la verdad. Al contrario, él me calumnió sutilmente, siendo la calumnia una ofensa que él, a menudo, ha comparado con la gravedad del asesinato. De hecho, lo hizo repetidas veces, en el contexto de la celebración del Santísimo Sacramento, la Eucaristía, donde no corre el riesgo de ser desafiado por los periodistas. Cuando habló con periodistas, les pidió que ejercitaran su madurez profesional y sacaran sus propias conclusiones. Pero, ¿cómo pueden los periodistas descubrir y saber la verdad si los que están directamente involucrados en un asunto se niegan a responder a alguna pregunta o a publicar algún documento? La falta de voluntad del Papa para responder a mis acusaciones y su sordera a las peticiones de rendición de cuentas por parte de los fieles difícilmente concuerdan con sus llamados a la transparencia y la construcción de puentes.
Es más, el encubrimiento del Papa de McCarrick no ha sido un hecho aislado. Muchos más ejemplos han sido publicados y documentados en la prensa, en los que se muestra que el Papa Francisco ha defendido al clero homosexual que ha cometido graves abusos sexuales contra menores o adultos. Esto incluye su papel en el caso del padre Julio Grassi en Buenos Aires, la reincorporación del Padre Mauro Inzoli, después de que el Papa Benedicto lo destituyera de su ministerio (hasta que fue a prisión y en este punto el Papa Francisco lo expulsó del estado clerical) y su bloqueo de la investigación por alegaciones de abuso sexual contra el cardenal Cormac Murphy O'Connor.
Mientras tanto una delegación de la USCCB, encabezada por su presidente el cardenal Di Nardo fue a Roma a pedir una investigación vaticana sobre McCarrick. El cardenal Dinardo y los otros prelados deberían decirle a la Iglesia de América y del mundo: ¿Se negó el Papa a llevar a cabo una investigación del Vaticano sobre los crímenes de MacCarrick y sobre los responsables de encubrirlo? Los fieles se merecen saberlo.
Me gustaría hacer un llamamiento especial al Cardenal Ouellet, porque como Nuncio siempre trabajé en gran armonía con él, y siempre le tuve en gran estima y afecto. Recordará cuando, al final de mi misión en Washington, una noche me recibió en su apartamento en Roma para mantener una larga conversación. Al comienzo del pontificado del Papa Francisco, él había mantenido su dignidad, como la había demostrado con valentía cuando fue arzobispo de Québec. Más tarde, sin embargo, cuando su trabajo como prefecto de la Congregación para los Obispos estaba siendo socavado porque dos amigos homosexuales de su dicasterio pasaban directamente al Papa Francisco las recomendaciones para los nombramientos episcopales, eludiendo al cardenal, él se dio por vencido. Su largo artículo en L'Osservatore Romano, en el que se manifestó a favor de los aspectos más controvertidos de Amoris Laetitia, representa su rendición.
Su Eminencia, antes de irme a Washington, usted fue quien me contó las sanciones del Papa Benedicto sobre McCarrick. Tiene a su disposición documentos clave que incriminan a McCarrick y a muchos en la Curia por sus encubrimientos. Eminencia, le insto a que testifique la verdad.
Finalmente, deseo alentaros, queridos fieles, mis hermanos y hermanas en Cristo: ¡nunca os desaniméis! Haced vuestro el acto de fe y completa confianza en Cristo Jesús, nuestro Salvador, que hace San Pablo en su segunda Carta a Timoteo, Scio cui credidi (Sé en quién he creído), que elegí como mi lema episcopal. Este es un tiempo de arrepentimiento, de conversión, de oraciones, de gracia, para preparar a la Iglesia, la novia del Cordero, para que esté lista para luchar y ganar con María la batalla contra el viejo dragón
"Scio cui credidi" ( 2 Tim 1, 12)
En ti, Jesús, mi único Señor, pongo toda mi confianza.
"Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum" (Rom. 8, 28)
Para conmemorar mi ordenación episcopal, conferida por San Juan Pablo II el 26 de abril de 1992, elegí esta imagen tomada de un mosaico de la Basílica de San Marco en Venecia. Representa el milagro de la calma de la tempestad. Me sorprendió el hecho de que en la barca de Pedro, agitada por las aguas, la figura de Jesús aparece dos veces. Jesús está profundamente dormido en la proa mientras Pedro intenta despertarlo: "Maestro no te preocupa que vayamos a morir?" Mientras tanto los apóstoles, aterrorizados, miraban en todas direcciones y no se dan cuenta de que Jesús estaba de pie, detrás de ellos de ellos, bendiciéndoles y al mando de la barca: "Él se despertó y reprendió al viento y le dijo al mar: 'Silencio, enmudece'…, entonces les dijo a ellos ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?" (Mc 4,38-40)
Esta escena es muy apropiada porque retrata la terrible tormenta por la que la Iglesia está pasando en estos momentos, pero con una diferencia sustancial: el sucesor de Pedro no solo falla en ver al Señor al mando de la barca, parece que ni siquiera intenta despertar a Jesús dormido en la proa.
¿Es Cristo quizás invisible para su vicario? ¿Quizás está siendo tentado para actuar como sustituto de nuestro único Maestro y Señor?
¡El Señor está al control de la Barca!
¡Que Cristo, la Verdad, sea siempre la luz en nuestro camino.!
+Carlo María Viganò
Arzobispo titular de Ulpiana
Nuncio apostólico