(InfoCatólica) Comunicado del cardenal Sean P. O´Malley:
«Hay momentos en que las palabras nos fallan, cuando no captan la profundidad de las situaciones abrumadoras que a veces enfrentamos en la vida. Para la Iglesia en los Estados Unidos, este es uno de esos momentos.
El informe del Gran Jurado de Pensilvania y los testimonios de primera mano del horror y el dolor devastador experimentado por los sobrevivientes, desgarran una vez más nuestros corazones con hechos inimaginables que, trágicamente, son demasiado reales para quienes sufren este dolor. Una vez más escuchamos cada palabra insoportable que comparten. Seguimos avergonzados por estos fallos atroces a la hora de proteger a los niños y las personas vulnerables y afirmamos nuestro compromiso de que estos fallos nunca se repitan.
Si bien muchos de los autores han sido responsabilizados de una forma u otra por sus crímenes, aún no hemos establecido sistemas claros y transparentes de rendición de cuentas ni de asunción de consecuencias para los líderes de la Iglesia cuyos fallos han permitido que ocurran estos crímenes. La Iglesia debe abrazar la conversión espiritual y exigir transparencia legal y responsabilidad pastoral para todos los que llevan a cabo su misión. Esta transformación no se logra fácilmente, pero en todos los aspectos es imprescindible. La forma en que preparamos a los sacerdotes, la forma en que ejercemos el liderazgo pastoral y la forma en que cooperamos con las autoridades civiles; todo esto tiene que ser consistentemente mejor de lo que ha sido el caso.
Como dije anteriormente, hay acciones inmediatas que podemos y debemos tomar. El tiempo corre para todos los que estamos al frente de la Iglesia, los católicos han perdido la paciencia con nosotros y la sociedad civil ha perdido la confianza en nosotros. Pero no carezco de esperanza y no puedo sucumbir a la desdichada idea de que nuestros fracasos no pueden corregirse. Como la Iglesia, tenemos la responsabilidad de ayudar a las personas a no perder la esperanza. Ese fue el mensaje de Jesús a todos aquellos a quienes ministraba, especialmente en tiempos de gran prueba. Hay mucho bien en la Iglesia y en nuestra fe como para perder la esperanza. A menudo son los sobrevivientes quienes con valentía, nos enseñan que no podemos perder la esperanza.
Aunque se ha declarado y puesto en marcha la «tolerancia cero» hacia el abuso sexual y se han adoptado programas de defensa y protección de los niños en las diócesis de todo el país, quedan en la Iglesia la memoria, el testimonio, la carga que soportan los sobrevivientes. Nunca podemos volvernos complacientes. Este es un trabajo continuo de por vida que exige los más altos niveles de nuestra conciencia y nuestra atención constantes.
La crisis que enfrentamos es producto de pecados y errores clericales. Como Iglesia, la conversión, transparencia y responsabilidad que necesitamos, solo es posible con la participación y el liderazgo significativo de los laicos. Personas que pueden aportar su competencia, experiencia y habilidades a la tarea que enfrentamos. Necesitamos la ayuda de los laicos para enfrentar este flagelo en nuestra gente y nuestra Iglesia. Si la Iglesia sigue adelante reconociendo en profundidad lo ocurrido, el futuro puede brindar la oportunidad de volver a ganarnos la confianza y el apoyo de la comunidad de católicos y de nuestra sociedad. Debemos proceder rápidamente y con un objetivo claro. No hay tiempo que perder».