(El Diario/InfoCatólica) La Consejería de Educación del gobierno valenciano (España) ha retirado el material didáctico que venía impartiendo la profesora de religión en el IES Marcos Zaragoza de La Vila Joiosa (Villajoyosa), Alicante. La denuncia partió del alumnado de este centro educativo hace tres semanas cuando hicieron público en redes sociales el contenido de las fichas que la docente ha venido utilizando en primero de Bachillerato.
La respuesta de Educación no tardó en llegar. A los pocos días se presentaron en este instituto público del municipio alicantino el inspector educativo y personal del PREVI –el órgano de mediación que regula la prevención de la violencia escolar–. Una vez comprobados los hechos que publicó eldiario.es, se emitió un informe con la finalidad de requerir por escrito al centro la retirada de las fichas didácticas, como finalmente ha ocurrido.
Posible expediente a la profesora
Fuentes de la dirección del instituto se han negado a realizar declaraciones mientras desde la Consejería apuntan a la posibilidad de sancionar a la profesora. «Se está estudiando si se abre un expediente a la docente», aseguran.
El texto objeto de la denuncia expone la visión católica sobre la homosexualidad y los actos homosexuales. «La homosexualidad contradice el plan para el que Dios creó al hombre y a la mujer... en ella no hay posibilidad de expresarse el amor fecundamente». «La condición puede ser en algunos casos inculpable pero, los actos homosexuales habrán de ser evitados siempre, ya que suponen un grave desorden moral. Ante una desviación de este estilo, la solución está en intentar sanarla y no en justificarla», expone la "ficha" difundida en redes y por la que la profesora está siendo objeto de expediente..
El material didáctico utilizado en esta clase también cuestionaba que las personas homosexuales pudieran adoptar. En este sentido, se proponía a los alumnos que comentaran la frase de la psicóloga Alejandra Vallejo-Nágera: «la adopción por parte de parejas homosexuales no responde a lo que es mejor para el hijo, sino al deseo de dar patente de normalidad a unos adultos».
Doctrina sobre castidad y homosexualidad. Catecismo de la Iglesia Católica
Castidad y homosexualidad
2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que «los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados» (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
Del Discurso inaugural del Cardenal Ricardo Presidente 110ª Asamblea Plenaria (20-24 noviembre 2017)
«Ideología de género
El segundo desafío, del que también hemos tratado los obispos españoles en el documento «La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar» (2012), se refiere a una cuestión que nos ocupará también en la presente Asamblea Plenaria. Desde hace años es discutido en la antropología, forma parte de la opinión pública y hasta ha entrado en la legislación. Ha sido abordado en nuestro ministerio pastoral; y es motivo de preocupación como ciudadanos, como cristianos y como obispos. Cito a continuación algunas las palabras de la exhortación postsinodal del papa Francisco Amoris laetitia.
Otro reto surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencia de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo» (n. 56). Con estas palabras, tomadas de la Relación final de la segunda Asamblea del Sínodo de los Obispos celebrada en octubre del 2015, describe el papa el núcleo de esa ideología, que a veces pretende imponerse como pensamiento único, hasta en la educación de los niños.
Con palabras de la misma Relación final expone el papa lo siguiente: «No hay que ignorar que el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar». Reconocer el influjo que la cultura y las costumbres han tenido y tienen sobre la familia, el matrimonio y la relación entre varón y mujer, es muy distinto de pretender separar el sexo como hecho biológico del género como hecho cultural.
A la vista de tal atrevimiento, concluye el papa: «No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos criaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada» (n. 57). La capacidad de intervención del hombre se ha ampliado inmensamente; pero exige sabiduría para no conculcar los límites de la dignidad del hombre, que no se expresa suficientemente en términos técnicos.
Para orientarnos en este campo tan delicado, y teniendo en cuenta las posibilidades actuales del hombre, debemos volver a los relatos bíblicos sobre los orígenes, que con su específico lenguaje nos hablan también de lo fundamental y lo permanente de la condición humana. Con el reconocimiento de Dios creador y fiel podemos relacionar la estabilidad de la naturaleza. Dios creador es el Señor de nuestra grandeza y nuestros límites; nos alerta ante el caos y nos orienta en el camino humanizador.
En la cumbre de lo creado destaca el hombre. La Iglesia ha considerado siempre que la dignidad del hombre y de la mujer se expresan de modo singular en aquella inefable deliberación de Dios consigo mismo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza… A imagen de Dios lo creo; varón y mujer los creó» (cf. Gén. 1, 26-27). El fundamento de la dignidad y de la vocación propia del hombre reside en el hecho de haber sido creado a imagen de Dios (cf. Gaudium et spes, 12).
La Biblia no posee el término persona. Con esta palabra, tomada del mundo greco-romano y cuyo contenido se precisó en los debates trinitarios y cristológicos de los primeros siglos, se describe al hombre en una triple relación: De dependencia respecto a Dios, de superioridad frente al mundo y de igualdad hacia el tú humano. La peculiar dignidad del hombre se expresa en la Sagrada Escritura como imagen de Dios, y podemos traducirla adecuadamente con la categoría de persona. El hombre es un ser relacional; el hombre es persona. La relación con Dios es la fuente de su dignidad que lo capacita para las demás relaciones.
El ser humano, varón y mujer, comparten la imagen de Dios; son iguales en dignidad. La igualdad como imagen de Dios, como personas, incluye inseparablemente la diferencia de varón y mujer. Por ser iguales en dignidad nadie debe ser ni privilegiado ni postergado. La diferencia está ordenada a la complementariedad y no a la discriminación. La sexualidad humana, que comprende las dimensiones corporal, espiritual y corporal, tiende a la mutua plenitud y a la transmisión de la vida.
El sexo es constitutivo de la persona; no es una característica secundaria que podría modificar sin afectarle personalmente. La identidad genética no cambia a lo largo de la vida de una persona. El ser humano no tiene un sexo, es «sexuado»; como no tiene un cuerpo, es corporal. El hombre que existe en la unidad de cuerpo y alma, por su misma condición es corporal (cf. Gaudium et spes, 14). La sexualidad binaria, masculina y femenina, tiene como fin la donación íntima y la transmisión de la vida. Aunque el género tenga un fuerte componente cultural, no es independiente del sexo. No es acertado, consiguientemente, afirmar que exprese subordinación de la mujer el que conciba, geste y alumbre a los hijos; como no indica privación el que el varón no realice esas actividades vitales.
«La educación sexual debería incluir también el respeto y la valoración de la diferencia, que muestra a cada uno la posibilidad de superar el encierro en los propios límites para abrirse a la aceptación del otro», «No podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible olvidar» (Amoris laetitia n. 285,286).
Pretender cancelar la diferencia sexual comportaría no saber afrontarla y ser víctima de innumerables sufrimientos. La igualdad personal no excluye las legítimas y vitales diferencias; la paternidad y la maternidad no son realidades que el hombre pueda componer o descomponer a su arbitrio. La creación de Dios, la naturaleza nos precede. El hombre no es un permanente crearse a sí mismo, como si nada le precediera y por ello pudiera determinarse a sí mismo en todo.
El ser humano, varón y mujer, recibieron una bendición de Dios: ser fecundos, y transmitir a sus hijos la dignidad de imagen de Dios (cf. Gén. 5,3). «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gén. 2, 18). «Creados a la vez el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro». (Catecismo de la Iglesia Católica n. 371). En su «ser-hombre» y en su «ser-mujer» reflejan la sabiduría y la bondad del Creador. Hombre y mujer son «una unidad de dos» pues son creados para una comunión de personas. Iguales en dignidad y complementarios en cuanto masculino y femenino para ser fecundos.
Con gratitud debemos reconocernos en la dignidad de criaturas y llamados a ser hijos de Dios; e igualmente con respeto sabio y confiado respetar los límites que no debemos traspasar, sin pretender grandezas que superan nuestra capacidad. Estas cuestiones nos ocuparán también en la presente Asamblea Plenaria, respondiendo a nuestra misión pastoral»