(La Nuova Bussola/InfoCatólica) Hay quienes consideran desobedientes a todos los que han expresado dudas, preguntas y críticas de la obra del Papa, pero «la corrección de confusión o del error no es un acto de desobediencia, sino un acto de obediencia a Cristo y de este modo, a su Vicario en la tierra». Así se expresa el cardenal Raymond Leo Burke en esta entrevista en visperas de un Congreso que tendrá lugar en Roma el sábado 7 de abril sobre el tema «Dónde está la Iglesia», en la cual el propio cardenal Burke será uno de los oradores. El Congreso de Roma se llevará a cabo en memoria del cardenal Carlo Caffarra, fallecido en septiembre pasado, y uno de los firmantes de las Dubia.
Como se recordará, se trata de cinco preguntas al Papa Francisco, en orden a obtener una declaración clara y en continuidad con el Magisterio precedente, motivada por la confusión creada por las diferentes y a veces incluso opuestas interpretaciones de la exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia. Estas Dubia, de las que el cardenal Burke es signatario, nunca han sido respondidas, como tampoco se ha respondido nunca a la reiterada petición de audiencia por los firmantes.
Eminencia, usted será uno de los principales oradores en la reunión del 7 de abril, que en nombre del cardenal Caffarra se interrogará sobre la dirección de la Iglesia. Ya desde el título del Congreso se percibe la preocupación por el rumbo tomado. ¿Cuáles son las razones para esta preocupación?
La confusión y división en la Iglesia sobre cuestiones fundamentales y más importantes –el matrimonio y la familia, los sacramentos y la debida disposición para acceder a ellos, los actos intrínsicamente malos, la vida eterna y los novísimos– se está convirtiendo en generalizada. Y el Papa no sólo se niega a aclarar las cosas con el anuncio de la doctrina constante y de la sana disciplina de la Iglesia, responsabilidad que es inherente a su ministerio como sucesor de San Pedro, sino que también aumenta la confusión.
¿Se refiere también a la proliferación de declaraciones privadas que publican aquellos que tienen un encuentro con él?
Es lo que ha pasado con la última entrevista concedida a Eugenio Scalfari durante la Semana Santa, hecha pública el Jueves Santo, que fue más allá de lo tolerable. Que un conocido ateo pretenda anunciar una revolución en la enseñanza de la Iglesia católica, que afirme hablar en nombre del Papa, negando la inmortalidad del alma humana y la existencia del infierno, ha sido fuente de profundo escándalo no sólo para muchos católicos sino también para muchos laicos que tienen respeto por la Iglesia católica y sus enseñanzas, aunque no las compartan. Además el Jueves Santo es uno de los días más sagrados del año, el día en que el Señor instituyó el Santísimo Sacramento de la Eucaristía y el sacerdocio, por el cual Él puede ofrecernos siempre el fruto de su Pasión y Muerte redentoras por nuestra salvación eterna.
Además la respuesta de la Santa Sede a las reacciones escandalizadas llegadas de todo el mundo, ha sido muy inadecuada. En lugar de volver a enseñar claramente la verdad sobre la inmortalidad del alma humana y sobre el infierno, en el desmentido se dice solamente que ciertas palabras citadas no son del Papa. No se dice que las ideas erróneas, incluso heréticas, expresadas por esas palabras no son compartidas por el Papa y que el Papa rechaza tales ideas contrarias a la fe católica. Este jugar con la fe y la doctrina, al nivel más alto de la Iglesia, deja justamente escandalizados a pastores y fieles.
Si estas cosas son muy serias, y fuente de confusión, es inconcebible el silencio de tantísimos pastores.
Por supuesto, la situación se agrava aún más por el silencio de muchos obispos y cardenales que comparten con el Romano Pontifice la preocupación por la Iglesia universal. Algunos simplemente callan. Otros dicen que no se trata de nada grave. Otros incluso difunden fantasías sobre una nueva Iglesia, una Iglesia que toma una dirección totalmente diversa a la del pasado, fantaseando por ejemplo sobre un «nuevo paradigma» para la Iglesia o sobre una conversión radical de la práctica pastoral de la Iglesia, que la haría completamente nueva. Luego hay quienes son entusiastas promotores de la llamada revolución en la Iglesia Católica.
Para los fieles que entienden la gravedad de la situación, esta falta de dirección doctrinal y disciplinar de sus pastores, les deja desanimados. Para los fieles que no entienden la gravedad de la situación, esta falta les deja confundidos y a veces víctimas de errores que dañan sus almas. Muchos de los que han entrado en plena comunión con la Iglesia Católica, habiendo sido bautizados en una comunión eclesial protestante, porque su comunidad eclesial había abandonado la fe apostólica, sufren intensamente la situación al ver que la Iglesia católica camina por la misma vía del abandono de la fe.
Lo que pinta es una situación apocalíptica...
Toda esta situación me lleva a reflexionar más y más sobre el mensaje de nuestra Señora de Fátima, que nos advierte del mal –incluso más grave que los gravísimos males sufridos a causa de la difusión del comunismo ateo– que es la apostasía de la fe dentro de la Iglesia. El nº 675 del Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de muchos creyentes» y que «La persecución que acompaña su [de la Iglesia] peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas, mediante el precio de la apostasía de la verdad».
En tal situación los obispos y los cardenales tienen el deber de proclamar la verdadera doctrina. Al mismo tiempo deben conducir a los fieles a reparar por las ofensas a Cristo y las heridas infligidas a su Cuerpo místico, la Iglesia, cuando la fe y la disciplina no son adecuadamente guardadas y promovidas por los pastores. El gran canonista del siglo XIII, Enrique de Susa o el Ostiense, al afrontar la difícil cuestión de cómo corregir a un Pontifice romano que actuara en modo contrario a su oficio, afirma que el Colegio de Cardenales constituye un control de facto contra el error papal.
Sin duda, la figura de Francisco es actualmente muy discutida. Se pasa fácilmente de la glorificación acrítica de cualquier cosa que haga a la crítica despiadada de cualquier gesto suyo ambiguo. Pero en todo caso el problema de cómo referirse al Papa vale para todos los Pontífices. Por lo cual algunas cosas necesitan ser aclaradas. Mientras tanto, ¿qué es el Papa para la Iglesia?
Según la enseñanza constante de la Iglesia, el Papa, por voluntad expresa de Cristo, es «el perpetuo y visible principio y fundamento de la unidad de los obispos y de la multitud de los fieles» (Constitución dogmática sobre la Iglesia del Vaticano II, nº 23). Es servicio esencial del Papa salvaguardar y promover el depósito de la fe, la verdadera doctrina y la sana disciplina coherente con la verdad creída.
En la entrevista citada con Eugenio Scalfari, se refiere al Papa como «revolucionario». Pero el Oficio Petrino no tiene nada, absolutamente nada que ver con la revolución. Por el contrario, existe exclusivamente para la conservación y propagación de la fe católica inmutable, que conduce a las almas a la conversión del corazón y lleva a toda la humanidad a la unidad fundamentada sobre el orden inscrito por Dios en su creación y sobre todo en el corazón del hombre, la única criatura terrena hecha a imagen de Dios. Es el orden que Cristo ha restaurado por el Misterio Pascual que celebramos estos días. La gracia de la redención que emana de su corazón traspasado y glorioso en la Iglesia, en los corazones de sus miembros, da la fuerza para vivir según este orden, que está en comunión con Dios y con el prójimo.
Seguramente el Papa no es un soberano absoluto, pero hoy en día frecuentemente es entendido de este modo. «Si lo dice el Papa...» es la forma común de cortar cualquier pregunta o duda sobre algunas afirmaciones. Esta es una especie de papolatria. ¿Qué responder a esto?
La noción de la plenitud del poder del Romano pontífice fue claramente establecida ya por el Papa San León Magno. Los canonistas medievales contribuyeron grandemente al desarrollo del poder inherente al Oficio Petrino. Su contribución sigue siendo válida e importante. La noción es muy simple. El Papa, por voluntad divina, goza de todo el poder necesario para salvaguardar y promover la fe verdadera, el verdadero culto divino y la sana disciplina. Este poder pertenece no a su persona sino a su oficio como sucesor de San Pedro.
En el pasado, la mayor parte del tiempo, los papas no han hecho públicos sus actos personales o sus opiniones, para evitar el riesgo de que los fieles sean confundidos sobre lo que hace y piensa el sucesor de San Pedro. Actualmente, existe una confusión arriesgada e incluso perjudicial entre la persona del Papa y su oficio, dando como resultado el oscurecimiento del Oficio Petrino y un concepto mundano y político del servicio del Romano Pontífice a la Iglesia. La Iglesia existe para la salvación de las almas. Cualquier acto de un Papa que socave la misión de Cristo en la Iglesia, sea un acto herético o un acto pecaminoso en sí mismo, desde el punto de vista del Oficio Petrino, simplemente está vacío. Por tanto, a pesar de que claramente causa daños gravísimos a las almas, no exige la obediencia de pastores y fieles. Siempre debemos distinguir el cuerpo del hombre que es el Romano Pontífice, del cuerpo del Romano Pontífice, es decir del hombre que ejerce el oficio de San Pedro en la Iglesia. No hacer esta distinción significa papolatria y conduce a la pérdida de fe en el Oficio Petrino, divinamente fundado y sostenido.
¿En relación con el Papa qué debe tener en cuenta un católico principalmente?
El católico debe siempre respetar, absolutamente, el Oficio Petrino como parte esencial de la institución de la Iglesia de Cristo. En el momento en que el católico no respeta el Oficio del Papa se coloca a sí mismo en cisma o apostasía de la fe. Al mismo tiempo, los católicos deben respetar al hombre encargado del oficio, lo que significa atención a su enseñanza y dirección pastoral. Esto incluye también el deber de expresar al Papa el juicio de una conciencia rectamente formada, cuando se desvía o parece que se desvía de la verdadera doctrina y disciplina saludable o abandona la responsabilidad inherente a su oficio. De acuerdo con el derecho natural, los Evangelios y la tradición constante de la Iglesia, los fieles están obligados a manifestar a sus pastores su preocupación por el estado de la Iglesia. Tienen este deber al cual corresponde el derecho a recibir una respuesta de sus pastores.
¿Entonces se puede criticar al Papa? ¿Y en qué condiciones?
Si el Papa no cumple con su oficio en bien de todas las almas, es no sólo posible sino también necesario criticar al Papa. Esta crítica debe seguir la enseñanza de Cristo sobre la corrección fraterna en el Evangelio (Mt 18, 15-18). En primer lugar, los fieles o pastores deben expresar su crítica de forma privada, lo que permitirá al Papa corregirse él mismo. Pero si el Papa se niega a corregir su modo de enseñar o de obrar gravemente desviado, la crítica debe hacerse pública, ya que afecta al el bien común de la Iglesia y del mundo. Algunos han criticado a quienes han expresado públicamente alguna crítica al Papa como un signo de rebelión o desobediencia. Pero solicitar –con el respeto debido a su oficio– la corrección de la confusión o del error no es un acto de desobediencia, sino un acto de obediencia a Cristo y, consiguientemente, a su Vicario en la tierra.
Ricardo Cascioli, para La Nuova Bussola Quotidiana
Trad. de M. Virginia O. de Gristelli para InfoCatólica