(Crux/infoCatólica) «No importa cuáles sean nuestras convicciones, el final de la vida es un tiempo que todos vamos a vivir y una preocupación que compartimos. Cada uno debe poder pensar con tanta calma como sea posible, evitando los obstáculos de las pasiones y presiones», dijeron los obispos en el documento.
«Queremos, sobre todo, mostrar nuestra absoluta compasión por todos nuestros hermanos y hermanas que están en el final de sus vidas, como la Iglesia siempre ha tratado de hacer. Ellos se muestran a sí mismos en su debilidad … su existencia es una llamada: ¿Qué humanidad, qué atención, qué clase de solicitud les mostraremos a aquellos que viven entre nosotros?», continúan diciendo los obispos.
La declaración llamada «El fin de la vida: Sí a la urgencia de la fraternidad» fue firmada por 118 obispos franceses el 22 de marzo. El documento se publicó con el fin de promover la compasión hacia aquellos cuya vida se está acabando y para oponerse a la legislación sobre el suicidio asistido por médicos.
En dicho documento los obispos galos aplauden a los profesionales médicos que proporcionan a las personas cuidados paliativos en esos momentos finales de la vida. Sin embargo, se lamentan del acceso restringido que hay a ese tipo de cuidados debido al número limitado de personal sanitario preparado para proporcionar este tipo de atenciones.
«Debido a estas carencias y a la excesiva cobertura que prestan los medios de comunicación a algunos casos, muchos están pidiendo un cambio en las leyes mediante la legalización del suicidio asistido por médicos y la eutanasia», continúan.
Pero cambiar la ley, dicen, debilitaría la legislación previa, que fue aprobada el 2 de febrero de 2016, y que «aseguraba un final de la vida en paz».
«Cambiar la ley sería faltar al respeto no sólo al trabajo legislativo ya realizado, sino también a los pacientes y a la progresiva implicación de los cuidadores», afirmaron los prelados.
Aceptar el suicidio asistido por médicos en Francia sería contradictorio, continúan, ya que en el país se está promoviendo la lucha contra el suicidio.
También señalaron que sería contrario al Código Ético Médico francés que dice que los médicos deben llevar a cabo su misión «con respeto por la vida humana, la persona y su dignidad».
Vocación médica
«Matar incluso pretendiendo invocar la compasión no es, bajo ningún concepto, cuidar. Es urgente salvaguardar la vocación médica», resaltaron los obispos.
Dejar la responsabilidad del suicidio asistido a los médicos y cuidadores tendrá como resultado inevitable el poner en duda la dignidad humana y hará que la relación entre el médico y el paciente sea tensa.
«Este asunto causará sin duda tensiones entre los pacientes, sus seres queridos y sus cuidadores. Pesará seriamente en sus relaciones».
Además, las personas cuyas vidas se están acercando a su final son, a menudo, vulnerables y deberían ser asistidas con solidaridad y apoyo, no con «un gesto de muerte», dijeron los obispos. Añadieron que los pacientes terminales que pueden experimentar soledad y desesperación no deben ser dejados con «prematuro abandono al silencio de la muerte», sino que deben ser «acompañados más atentamente».
La idea de que el suicidio asistido es una opción personal que no afecta a nadie más que a ellos mismos es una noción falsa, continúan los obispos explicando. «Las heridas del cuerpo individual son heridas del cuerpo social. Si alguien toma la opción desesperada de suicidarse, la sociedad tiene la obligación de prevenir este acto traumático».
Más adelante, los obispos franceses animan a sus compatriotas a recordar la parábola del buen samaritano, que pasó junto a un hombre herido en la calle. En vez de dejar que el hombre muriera, se encargó de él y se aseguró de que recibiese los cuidados y la atención necesaria para que pudiese recuperarse.
«A la luz de esta parábola, hacemos un llamamiento a nuestros compatriotas y a nuestros parlamentarios, para que se conciencien y podamos construir una sociedad fraterna en Francia, donde nos cuidemos unos a otros tanto personal como colectivamente».
Traducido por Ana María Rodríguez