(ACI Prensa/InfoCatólica) El prelado presidió este jueves 4 de enero la Misa por los 197 años del Grito Libertario de Piura. En su homilía, lamentó que «al comenzar el año, constatamos con dolor y estupor que la corrupción es el principal enemigo y mal que aflige al Perú. Los escándalos vividos en el año 2017, y que prometen seguir destapándose en el presente año, así lo manifiestan».
«La corrupción es la peor plaga social que puede haber; ella contamina todos los sectores de la vida social y es un mal tan corrosivo y dañino como el peor de los crímenes».
«Más aún la corrupción es un pecado gravísimo que acecha sobre todo a la persona que posee autoridad sobre los demás, porque cuando uno tiene autoridad se siente poderoso, se siente casi Dios».
Ante esta realidad, el arzobispo sugirió una serie de pautas para hacer frente a esta realidad:
1.- Formación moral
Además de la fiscalización de las obras públicas, Mons. Eguren dijo que «urge una formación moral de la persona fundada en principios firmes y sólidos como la dignidad del ser humano, el bien común, la solidaridad, la subsidiariedad, la opción preferencial por los pobres, y el destino universal de los bienes».
En años anteriores, recordó el arzobispo, también se refirió al tema y dijo, entre otras cosas, que «la corrupción es de las cosas que más daño hace a nuestro sistema democrático de vida, Traiciona los principios de la moral y las normas de la justicia social, compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes».
2.- Conversión
«Más aún, sin una verdadera conversión a Dios nuestro Señor, fundamento de toda moral y de todo bien, será imposible alcanzar un verdadero cambio que cure este cáncer personal y social de la corrupción».
Esto, dijo, permitirá hacer frente al sufrimiento que conlleva la corrupción, «especialmente para los miembros más pobres e indefensos de la sociedad y ella produce una quiebra moral que es mucho peor que cualquier quiebra económica».
«El corrupto no conoce lo que es la fraternidad, la justicia o la amistad, sino sólo la complicidad, ya que busca siempre implicar a otros en su propia corrupción», afirmó.
3.- Una nueva generación de políticos
Ante el desprestigio de la clase política, el arzobispo resaltó que es necesaria «una nueva generación de políticos inspirados por altos y nobles ideales de amor» que «antepongan los sagrados intereses de la Patria a los suyos, que comprendan y vivan el poder como servicio».
En esta nueva generación de políticos, dijo Mons. Eguren, debe resplandecer «una conducta de vida sobria y austera; políticos que manejen los recursos públicos con absoluta transparencia, y que comprendan que no representan un poder impersonal centralizado sino al pueblo, es decir al conjunto vivo de mujeres y hombres, de niños y ancianos, de sanos y de enfermos, de ricos y pobres que se articula en el cuerpo social».
Estos nuevos políticos, continuó, deben tener «una decidida opción por la verdad y la justicia, que tutelen los derechos humanos, incluso en situaciones de extrema conflictividad, huyendo de la frecuente tentación de responder a la violencia con violencia».
«Políticos que respeten todos los derechos de la persona, comenzando por el más elemental de todos, el derecho a la vida desde la concepción hasta su fin natural», aseguró Mons. Eguren.
La Iglesia tiene el deber de hacer este tipo de propuestas
A quienes, desde una «visión laicista radical» consideren que «no le corresponde a la Iglesia hacer estas sugerencias», el Arzobispo de Piura respondió: «la política tiene una dimensión ética esencial, porque es ante todo servicio al hombre».
«La Iglesia como depositaria del mensaje de salvación, puede y debe recordar a los hombres, y en particular a los gobernantes, cuáles son sus deberes éticos fundamentales en esa búsqueda del bien de todos», resaltó.
A los candidatos para las elecciones, el Prelado exhortó: «¡No jueguen con las ilusiones del pueblo! (…). No vendan ilusiones sobre juramentos y después pretendan jugar al olvido colectivo sin el menor pudor».