(Actuall/InfoCatólica) Angie llevaba ocho abortos, este era el noveno. Acudió al abortorio como siempre, con una sonrisa en la boca y haciendo bromas. Cualquiera pensaría que esa actitud responde más a los nervios que otra cosa, pero los empleados, que ya la conocían, sabían que no era así.
«Esta vez no es muy grande, 13 semanas» relató la mujer antes de la intervención. Sin hacer mucho caso de lo que decía, los trabajadores se pusieron a su tarea con cierta incomodidad por la reiteración de la protagonista. Y eso que practican abortos a diario.
Todo fue como siempre salvo una diferencia, esta vez, en vez de irse sin más con un «hasta luego», preguntó si podía ver ese «conjunto de células» que acaba de expulsar de su cuerpo.
El médico no vio inconveniente, y colocó los restos del feto en una bandeja. Los junto todos, como hacen siempre, para comprobar que no faltaba nada que se hubiese quedado dentro de Angie.
Dio las gracias, con una de esas sonrisas a las que tenía acostumbrados al personal, pero sus ojos no reflejaban lo que su cuerpo.
Nada más ver a su hijo dio las gracias, con una de esas sonrisas a las que tenía acostumbrados al personal, pero sus ojos no reflejaban lo que su cuerpo. La propia Angie tardó unos segundos en comprender lo que pasaba.
El médico comenzó a llevarse la bandeja con los restos de su hijo, y entonces ella saltó como un resorte jadeando. Le agarró la muñeca para que no moviese la bandeja y ambos guardaron silencio.
Era como si el mundo se hubiese puesto boca abajo, siempre cuesta un poco darse cuenta. Pero tras la eternidad de ver los restos de su hijo y comprender que no eran simplemente un conjunto de células, Angie por fin reaccionó.
¡Eso es un bebé!
Cayó de rodillas sin soltarle la muñeca y empezó a musitar: «Eso es un bebé, es un bebé… pero ¿qué hice?».
Empezó a repetir esa pregunta y ponerse cada vez más nerviosa. Durante esos segundos el médico logró hacerse con la bandeja y se la llevó, y Angie perdió entonces la cabeza.
Se quedó en el suelo chillando, arrastrándose, impidiendo que nadie la tocase y gritando todo lo que le permitían sus pulmones. Se fue moviendo hasta que llegó al cuarto de baño donde se encerró.
Aunque el abortorio llamó al personal experto para estos casos, no consiguieron sacarla de allí, y tuvieron que recurrir al plan B: la llamada personal.
En este caso se trataba de su actual pareja, quien pudo entrar en el baño y permaneció con ella por lo menos 30 minutos, hasta que ambos salieron llorando y abandonaron el lugar, un lugar al que nunca han vuelto.
Las autoridades prohiben imágenes «crudas» de abortos mientras «recrudecen» las fotos de las cajetillas de tabaco
Esta historia la cuenta uno de los testigos, un trabajador del centro, y está recopilada en el libro de la activista provida -y extrabajadora de Planned Panrethood- Abby Johnson «Las paredes hablan: los trabajadores de los abortorios narran las historias».
Es un duro testimonio que ha recogido LiveActionNews para reflejar como el discurso de «tejido de células» funciona en muchos casos, que muchas de las mujeres que abortan no saben lo que hacen, y que las autoridades suelen ser cómplices con políticas como las de prohibir imágenes «crudas» de abortos mientras «recrudecen» las fotos de las cajetillas de tabaco.