(Mónica Setién/ABC) Este catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla y titular de la cátedra Balbuena de la Rosa de la universidad San Pablo CEU, es un ferviente defensor de la Familia, así con mayúsculas. Desde su catedra, y a través de su libros, alerta sobre la degradación a la que está siendo sometida. El último trabajo que ha coordinado y escrito se titula «La batalla por la familia en Europa» y en él exponen sus ideas distintos pensadores y expertos en la institución familiar.
¿Cuál fue el criterio de selección de colaboradores de este libro?
Buscamos a personas que hubiesen destacado en los movimientos pro-familia de los diversos países, con una atención especial a Francia, por la relevancia del gran movimiento «La Manif Pour Tous». También conseguimos la colaboración de observatorios como European Dignity Watch y ADF International, que vigilan las políticas familiares de organizaciones supranacionales como la ONU y la Unión Europea.
Vista la realidad actual, ¿Está la institución familiar en peligro? ¿Es dramática su situación en Europa?
La familia está en claro retroceso en toda Europa. Cada vez se casa menos gente. De entre los que se casan, cada vez más se divorcian. Los nacimientos fuera del matrimonio superan ya el 50% en varios países. Los «nuevos modelos de familia» –pareja de hecho, «familia reconstituida» (separados vueltos a casar o emparejar), familia monoparental, familia homoparental– son más inestables y conflictivos. Puede demostrarse, estadística en mano, que el modelo de familia clásico (padre y madre casados entre sí educando a sus hijos hasta la mayoría de edad) es el más beneficioso para los niños: los hijos criados en ese entorno «clásico» obtienen en promedio mejores resultados escolares, tienen mejor salud y equilibrio emocional, son menos propicios a incurrir en drogadicción, alcoholismo, delincuencia juvenil, embarazos adolescentes… La separación de sus padres daña seriamente a los niños.
La buena noticia es que se aprecia un comienzo de reacción en algunos países. El matrimonio gay ha sido rechazado en referéndum en varios países de Europa oriental (Eslovenia, Croacia, etc.). Polonia, Hungría, etc. defienden la familia natural con sus leyes. Y en Francia tuvo lugar en 2013 el asombroso movimiento de La Manif Pour Tous, con cientos de miles de personas protestando en las calles contra la redefinición del matrimonio (matrimonio gay), la gestación subrogada y la inseminación artificial. La mitad de nuestro libro está dedicada a ese movimiento.
¿Y concretamente en España?
En España la tendencia a la desestructuración familiar llegó algo más tarde que en otros países europeos. Pero hemos recuperado posiciones a gran velocidad. La nupcialidad se desplomó un 40% entre 2000 y 2015. Ocupamos el puesto 23 –entre los 28 países de la UE– en nupcialidad. Nuestra natalidad es una de las más bajas de Europa. Y el 42% de los nacimientos se producen ya fuera del matrimonio, con una clara tendencia al alza. Esto es malo para los hijos, pues la pareja de hecho es más frágil y se disuelve más fácilmente que el matrimonio, como muestran las estadísticas. La probabilidad de que el niño quede privado de la presencia de uno de los progenitores (casi siempre el padre) antes de alcanzar la mayoría de edad es mucho más alta si ha nacido fuera del matrimonio.
¿Supone la familia una garantía y un soporte del Estado en caso de crisis económica?
Por supuesto. Las familias estables descargan al Estado de una inmensa labor asistencial (cuidado de niños, ancianos, inválidos, etc.), ahorrándole inversiones y gastos. Viceversa, al desestructurarse la familia, el Estado tiene que intervenir para suplirla y ayudar a las personas que quedan en situación de vulnerabilidad. Esto genera un aumento del gasto estatal, contribuyendo a la situación de déficit público crónico y crecimiento incontrolado de la deuda pública en el que se ha hundido España desde hace nueve años.
¿Se revuelve la sociedad española ante los ataques que le hacen a la familia, tipo equiparación de matrimonio homosexual al matrimonio heterosexual, o se muestra tibia?
En España hubo una movilización pro-familia importante en la época de Zapatero; desgraciadamente, esa movilización se desarticuló cuando llegó Rajoy al poder, pues se pensaba que el PP cuidaría a la familia y derogaría las más perniciosas leyes de Zapatero. Desgraciadamente no ha sido así. Rajoy no ha derogado la ley de divorcio exprés, ni la de matrimonio homosexual, ni la de reproducción asistida (que convierte a España en el país europeo más permisivo en esa materia, permitiendo por ejemplo que cualquier mujer pueda ser inseminada con esperma de un varón al que no conoce).
¿La incorporación de la mujer al mundo laboral ha hecho daño al concepto tradicional de familia?
Es, sin duda, uno de los factores que ha contribuido al drástico descenso de la natalidad. Pero la inestabilidad familiar no se debe tanto a que las mujeres trabajen como a una atmósfera cultural hedonista e individualista que incita a la persona a «apurar la vida al máximo», a no comprometerse con vínculos definitivos, a cambiar de pareja siguiendo los vaivenes e impulsos del corazón («se enamoró de otra, así que no tuvo más remedio que dejar a su mujer»).
Se prescinde de la familia extensa y estas cada vez están más desmembradas ¿Cómo afecta esto a los hijos que se tienen que criar con un solo progenitor y sin ejemplos del cariño de abuelos, tíos, primos…?
Con una fertilidad media de 1’3 hijos por mujer desde hace décadas, las nuevas generaciones de españoles, en efecto, se van a criar prácticamente sin hermanos, primos, tíos, etc. El empobrecimiento afectivo que esto supone es considerable. Nuestra racanería reproductiva está condenando a nuestros hijos a una vida muy triste. Sobre todo, cuando a la desaparición de la familia extensa se añade la de la propia familia nuclear (separaciones, divorcios, hogares monoparentales, etc.).
¿La teoría de género es una ataque a la familia tradicional?
Por supuesto. La ideología de género minimiza la relevancia antropológica e identitaria del sexo (ser hombre, ser mujer), pretendiendo sustituirlo por el «género», entendido como construcción cultural no atada a la naturaleza. En lugar de la clasificación entre hombres y mujeres, nos encontramos con una larga lista de «géneros» en constante fluctuación y redefinición (de ahí el crecimiento del acrónimo LGTBI, etc.). La ideología de género rechaza la maternidad natural, entendida como «esclavitud biológica», y celebra en cambio las nuevas técnicas de reproducción artificial, que abren la paternidad a las parejas de lesbianas (inseminación artificial) o de gays (vientres de alquiler), al precio de privar al hijo del amor de uno de sus progenitores naturales (el donante anónimo de semen en el caso de la inseminación; la donante de óvulos y gestante en el caso de la gestación subrogada).
Gestación subrogada, ¿cosifica a la mujer y mercantiliza un acto de amor que es tener hijos?
Por supuesto. La gestación subrogada degrada a la gestante, convertida en «vasija» por un puñado de euros, obligada a vivir su embarazo en disociación psicológica y afectiva, intentando no encariñarse con la criatura que crece en su interior, como si la cosa no fuera con ella. Y el niño sabrá que ha sido «fabricado» (¡por dinero!) y no engendrado en la forma sabiamente prevista por la naturaleza: a través del amor de sus padres.