(InfoCatólica) Entrevista al P. Roberto Esteban Duque:
Después de investigar sobre la concupiscencia en el Magisterio de Juan Pablo II, y escribir sobre temas como la fe y la conciencia, la moral o la felicidad y la muerte, aborda el de la santidad. ¿Qué le ha movido a escribir esta obra?
Quizá mi propio deseo como cristiano, y todavía más como sacerdote, de estar unido a Dios. En alguna ocasión escuché a Mons. Guerra Campos decir que el sacerdote es tanto mejor sacerdote cuanto menos aparece él en su vida y en su acción, y cuanto más es Jesucristo el que se manifiesta a través de él. Ignoro si la comunidad cristiana lo percibe, pero el sacerdote también se aleja con frecuencia de Dios cuando vive con tibieza su consagración a Él. Lo diagnosticaba con gravedad el filósofo García Morente al manifestar que las realidades más inmediatas en nosotros son las que menos solicitan nuestra atención: ¿en qué me diferencio del mundo o qué puedo ofrecerle si mi ministerio no está impregnado de la experiencia de un fortalecimiento del amor y de la unión con Dios que me lleve a manifestar ese amor a los demás? Me ha movido, en fin, a escribir sobre la santidad mi deseo de estar más unido a Dios para reflejar un poco más y mejor su Amor.
El Concilio Vaticano II reafirma el concepto de santidad y recuerda que el deber de ser santos es para todos. ¿Se puede esperar de cualquier mortal la santidad?
No es una imposición, sino una necesidad y un don. Pero sobre todo, es una exigencia de nuestra condición de bautizados. Israel debía responder a Dios santificándose porque su Dios es santo. Jesús, que es el único Santo, nos dijo que fuésemos santos como nuestro Padre del cielo. Se puede hablar a la luz de la revelación cristiana de una esencial obligatoriedad, de una llamada universal a la santidad como único modo posible de vida para un cristiano. Tras el Concilio Vaticano II se hizo más evidente que la llamada a la santidad no es privilegio de unos pocos, sino exigencia implícita de nuestro bautismo. El bautismo significa que pertenecemos a Cristo más que a nosotros mismos.
¿Qué conlleva la santidad?
Esta pregunta es muy importante. Si todos estamos llamados a ser santos, esto significa que no soy ciudadano, por un lado, y la santidad me sobreviene desde fuera. No es la santidad algo que se añade desde fuera al ciudadano, sino que la ciudadanía está impregnada de santidad.
El teólogo jesuita Henri de Lubac sostenía que la paradoja fundamental de la condición humana es que el hombre, criatura espiritual pero finita, tiene como única finalidad una finalidad sobrenatural, la vida eterna. Si tenemos un único fin, que es un fin sobrenatural, se deduce de ahí que el fin último de la vida social no es una felicidad terrestre, sino, a través de este fin, la beatitud del cielo y en última instancia el mismo Dios. No se pueden separar la santidad y la vida, como si fueran realidades yuxtapuestas. Esto es lo que enfatizó el Concilio Vaticano II, al mostrar que la santidad favorece, también en la sociedad terrena, un estilo de vida más humano.
Respondiendo a su pregunta: o evangelizamos o contribuimos con nuestro silencio y nuestra indiferencia a secularizar la vida social, cultural y política. El pasado día 15 de enero me entristeció enterarme de la presentación del cartel de la Semana Santa de Cuenca. Este cartel, bajo el título de "Transparente rosa" de Fernando Zóbel, no refleja la verdad de lo que se celebra, sino que la oculta, es la expresión de una forma bastarda de secularismo que revela peligrosa la presencia cristiana. Esto es el liberalismo, la creación de un mundo meramente humano, un mundo que después de domesticar y más tarde rechazar el mundo cristiano, lo desintegra y sustituye. Me parece una impostura atreverse a decir, como se ha dicho, que eso podría ser una representación de Cristo.
Por tanto, para ser santo no hay que llevar necesariamente una vida religiosa consagrada a Dios.
Comprende bien. Desde dentro, a modo de fermento, cada uno en su trabajo, en su matrimonio y familia, haciendo bien lo que en cada momento se hace, es posible santificarse. Pero haciendo lo que exige cada situación, lo que requiera realmente, no lo que querría algún motivo egoísta, predilección personal, gusto o comodidad. Una tarea, la de cada uno, que en sí misma, como bien mantenía Romano Guardini, no es meramente "mundana", no se despliega, como antes hemos señalado, al lado de otras tareas "religiosas", sino que es religiosa en sí y sólo puede cumplirse en obediencia ante el encargo recibido.
Si la santidad se popularizara, ¿qué marcaría la diferencia entre un cristiano común y las figuras que cuentan con el título oficial de santo por parte de la Iglesia católica después de un largo proceso de santificación?
El reconocimiento oficial de la santidad por parte de la Iglesia no está en contradicción con el hecho de que Dios haya puesto a nuestro alrededor a personas anónimas santas, gentes sencillas que dan testimonio cada día del amor de Dios y que no serán beatificadas o canonizadas por la Iglesia. En todo caso, la santidad no se "popularizará", no sólo porque nuestra condición humana tiene que combatir de modo permanente con el pecado, sino porque el cristiano "común" no acaba de entrar en la responsabilidad de la fe, rechaza la santificación de nuestra condición pecadora. Es decir, una mirada realista impone el reconocimiento de que mi relación constitutiva con Dios y con el prójimo se encuentra en ocasiones muy debilitada por el pecado (somos libres, y en lugar de acoger el amor de Dios muchos se afirman en su rechazo y obstinación), pero también la constatación de que, a pesar de creer, el cristiano no vive desde su fe en Dios, no realiza sus acciones a partir de la fe.
¿Hay muchos ejemplos de santidad vivos que los cristianos puedan tener de referencia?
Claro que sí, cuando el hombre nada puede interviene Dios para que comprendamos que la fortaleza es un atributo suyo. Pensemos, por ejemplo, en el testimonio de tantos cristianos perseguidos en Siria y en Irak que entregan su vida por amor a Jesucristo y son ejemplos de santidad. El año 2015 ha sido el peor año de la historia moderna para los cristianos perseguidos. Hay muchos enfermos, asimismo, que arrostran con enorme dignidad su propio desvalimiento, aceptando la cruz y llevándola junto al Crucificado. Pero también tu vecino, o tu compañero de trabajo, o tu propia madre, pueden convertirse en modelos y referentes vivos de santidad mediante su unión con Dios en la oración, la práctica sacramental, la obra buena en el fiel cumplimiento de las obligaciones... ¿Acaso piensas que ellos están lejos de Dios, lejos de cumplir su voluntad y de su amor cuando hacen todo eso?