(AICA/InfoCatólica) «Pienso en la muerte con frecuencia. Cuando voy a mis parroquias en una embarcación por los ríos, con una lancha rápida nos pueden matar en menos de dos minutos con una ametralladora», confiesa, aludiendo a sus recorridos por su diócesis, un archipiélago de islas en la desembocadura del Amazonas.
El diálogo, breve pero entrañable y de tono confidencial, lo tenemos en un banquito de un patio del viejo y renovado colegio jesuita porteño del Salvador, poco antes de que el obispo hable sobre «Dios, dador de todos los talentos» en el salón de actos ante cientos de personas, en un encuentro organizado por la Renovación Carismática Católica de Buenos Aires.
Sacerdote agustino recoleto, nacido en España hace 74 años, monseñor Azcona llegó en 1985 como misionero a la isla de Marajó, donde dos años después fue nombrado obispo de la prelatura de ese nombre.
Le pedimos que nos cuente sobre las amenazas de muerte por su lucha contra el tráfico de personas, y contesta con serenidad. «Todo comenzó en 2007, cuando un amigo me abrió los ojos para la realidad del tráfico humano desde Marajó, donde está nuestra Prelatura. Y también de la explotación y abuso sexual de menores», dice.
«Me convencí de que tenía que enfrentar esa problemática, que es grave. No sólo en Marajó, nuestra región, que está en el delta del Amazonas. Es un problema nacional, ya que la CNBB (Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil) escogió esta temática –el enfrentamiento del tráfico humano- como campaña anual de la fraternidad 2014 (cada año se elige un tema). Este año eligió el enfrentamiento del tráfico humano y en parte debido a las exigencias y presiones que nosotros – desde Marajó- hemos hecho a nivel nacional».
Aclara que no es un problema exclusivo de Marajó, o de la Amazonia, es de todo el territorio brasileño: San Luis de Marañón, Fortaleza (bien conocida por el famoso turismo sexual de menores), Recife, Natal, Bahía, Salvador, Río de Janeiro, etc.
«Desde 2007 hemos tratado de enfrentar esto en nuestra prelatura –continúa-. Yo apoyé la investigación y la destrucción de una pequeña red de tráfico entre las múltiples redes de tráfico humano en el Brasil. Desde nuestra región conocemos rutas hacia Holanda, España, otras naciones de Europa. Estamos a 600 kilómetros de la Guayana francesa, que es una provincia de Francia, y cerca de Surinam.
«Esto me llevó a una lucha interna para definir el ser y el ministerio episcopal en una región con este problema. Me preguntaba si yo podía seguir permaneciendo y siendo un buen obispo sin enfrentarlo. Esta lucha interna tenía que ver con el peligro de muerte del que me avisaron.
«Fue la gracia de Cristo que me convenció de que si no era capaz de entrar en esas arenas movedizas dejaba de ser un buen pastor.» El obispo tuvo conocimiento de la acción de estos grupos internacionales por un amigo que le abrió los ojos. Ese amigo se introdujo en estas redes y consiguió que fuera preso un jefe. Fue dentro de un grupo que llevaba a seis mujeres hacia la frontera con Surinam y la Policía Federal del Brasil los detuvo a todos.
«Como la impunidad y la fuerza de organización de estos grupos –nacionales, pero sobre todo internacionales- es muy grande –dice monseñor Azcona-, este jefe estuvo sólo un mes y medio en la prisión. Lo soltaron. Y amenazó por teléfono a este amigo: «Te voy a matar». Apareció esta amenaza en la revista Época, por marzo o abril. En agosto o septiembre estaba yo en Belén, y recibí un llamado de este amigo. Gritando me dijo: «Monseñor, tenga mucho cuidado, tenga mucho cuidado. Nos están buscando tanto a usted como a mí. No tome autobús, sino taxi; no entre y salga de su casa a la misma hora». Y el 9 de diciembre lo mataron a este amigo. Ahí confirmé realmente que estaba amenazado».
El 21 de ese mes, en O’Globo –periódico importante del Brasil, de Río de Janeiro- en un título «Marcados para morir» aparecían 16 personas, entre ellas tres obispos (monseñor Azcona y otros dos obispos de la misma región, del Estado de Pará). El prelado aclara que Marajó es un archipiélago dentro del Estado de Pará, donde están también ubicadas otras diócesis además de la suya. «A partir de allí, vi que mi vida estaba en peligro pero la gracia de Dios me permitió llegar hasta aquí, para asumirlo a nivel nacional».
Además recibió amenazas y peligros por parte de algunos políticos, añade, porque se opuso a la pretensión mentirosa de utilizar el nombre de la Iglesia Católica, como si apoyara a un determinado político o partido, y ellos tienen grupos de «capangas», gente pagada para pegar.