(NCR/Bruno Moreno/InfoCatólica) Edward Pentin entrevista al cardenal Müller
¿Cómo ha transcurrido el colloquium? ¿Ha estado a la altura de sus expectativas?
Todo ha ido muy bien hasta ahora. ¡Ha estado a la altura de nuestras expectativas e incluso las ha superado! Es algo extraordinario que tantas comunidades cristianas y catorce religiones hayan podido reunirse para proclamar convicciones básicas sobre el matrimonio. A pesar de que esas convicciones provenían de tradiciones, comprensiones, categorías y conceptos diferentes, ha habido una unidad notable sobre la naturaleza del matrimonio.
Ciertamente, muchas de las tradiciones cristianas están aquí, todas con la Biblia como punto de referencia básico, una gran parte de la cual se tiene en común con los representantes judíos. Lo que todos tenemos en común es un punto de referencia en la naturaleza humana, las líneas esenciales de la existencia humana y la relación entre el hombre y la mujer como célula y origen del bien de la pareja y de los hijos.
La familia no es algo aislado. Pertenece a la familia más amplia, a su propio pueblo, su historia, su región y su cultura. Esto resalta que no somos individuos aislados, sino que hemos sido creados por Dios como seres que viven juntos y somos responsables unos de otros y de las futuras generaciones. No podemos afirmar que tengamos una personalidad autónoma, sino que debemos dar gracias por tantas personas que se han entregado por nosotros: nuestros padres, hermanos, familiares, maestros y pastores. Un tema que fue muy mencionado en el colloquium fue un claro énfasis en que hemos recibido mucho y, por lo tanto, debemos dar también a los demás y a las otras generaciones.
Es curioso que esta conferencia no se haya celebrado antes, que no haya habido antes este énfasis en el matrimonio, teniendo en cuenta que el mismo ha estado sometido a ataques desde hace cincuenta años. ¿Le habría gustado que un acontecimiento como éste se hubiera producido antes?
¡Sin duda! Llevamos preparando el colloquium más de un año y, durante ese tiempo en la CDF, hemos oído muchas veces decir «esto es nuevo» o «¡nunca habíamos hecho algo así!» Quizás deberíamos haberlo hecho antes, pero ahora la crisis a la que se enfrenta la familia ha agudizado nuestra conciencia de lo necesario que resulta este tipo de testimonio internacional e interreligioso.
La forma en que la familia se infravalora o ve amenazada en muchos lugares se parece a estar junto a un precipicio: debemos detenernos y no dar ese último paso sin retorno. En los ataques contra el matrimonio como unión complementaria de un hombre y una mujer, estamos asistiendo a una especie de suicidio de la humanidad, en particular en el Occidente secularizado, en Europa y Norteamérica. La diferencia entre el hombre y la mujer es una realidad positiva, porque refleja la voluntad de Dios en la creación y la voluntad de Dios es buena y hace que el ser humano viva en plenitud.
Aparte de una conferencia como ésta, ¿qué puede hacerse para conseguir que la mayoría silenciosa sea escuchada? ¿Qué se puede hacer para contrarrestar a la ruidosa minoría que intenta redefinir el matrimonio?
Esto es clave. Hay mucha gente que se centra en las luchas para redefinir el matrimonio o en los problemas de la familia. Muchos piensan que la relación entre el hombre y la mujer siempre está discutiéndose, pero no es así. La discusión es sobre la sexualidad o las relaciones fracasadas, pero no sobre por qué el hombre y la mujer se ven atraídos el uno por el otro y cómo se complementan y completan el uno al otro. Esto es lo que le interesa a la inmensa mayoría de la gente: cómo hacer que el matrimonio sea mejor, más fuerte, más enriquecedor y vivificante.
Hasta ahora, la mayoría silenciosa no entendía lo que estaba sucediendo en la sociedad o era silenciada por el uso de la palabra «discriminación» aplicada a los que quieren defender la familia tradicional. Sin embargo, no se puede decir que la relación básica entre un hombre y una mujer sólo sea un producto cultural o social, una «concesión» del gobierno o una construcción del hombre, sino que es, más bien, un fundamento. De forma similar, la dignidad personal y la libertad no son productos culturales y sociales, sino que están inscritas en nuestra propia naturaleza como seres humanos creados a imagen de Dios, como se manifiesta en el matrimonio.
Los hijos tampoco son un producto de la sociedad o un mero objeto de la acción del Estado o del gobierno. Los gobiernos no pueden suplantar la responsabilidad primordial de los padres con respecto a sus hijos, ni privar a los niños de su derecho a crecer con un padre y una madre.
En su discurso, habló sobre el hecho de que el hombre y la mujer manifiestan un itinerario hacia lo divino con el matrimonio. ¿Puede hablarnos más de eso?
En la tradición católica, el matrimonio está basado en la creación y esa creación expresa la voluntad de Dios. En la historia de la salvación, Dios envió a su Hijo Jesucristo, que es la voluntad de Dios encarnada para nuestra salvación. En Cristo, el estado natural del matrimonio, el vínculo matrimonial natural entre el hombre y la mujer, quedó elevado a sacramento, a un signo e instrumento de su gracia y de su relación con la Iglesia.
El vínculo de unidad de un hombre y una mujer en el amor, en el matrimonio, se entiende por el amor de Jesucristo a su Iglesia. Se trata de un amor que se dona, un amor crucificado. En el sacramento del matrimonio, los esposos pueden darse cuenta de que están disfrutando de un medio, un instrumento, que no existe sólo para su propia santificación, sino para la divinización de todas las personas que entran en contacto con el amor divino de la Trinidad a través de su vida esponsal.
Los representantes de otras religiones se han mostrado muy contentos de reunirse para este colloquium. ¿Qué opinión tiene sobre esto?
Si el matrimonio es un bien común de la humanidad (nosotros tenemos nuestra teoría de la ley natural, que es obra de Dios), resulta útil entrar en contacto con otras confesiones cristianas, otras denominaciones y otras religiones. Juntos, podemos demostrar que el matrimonio no es únicamente una preocupación de la Iglesia Católica, sino un proyecto profundamente humano, un gran don para toda la humanidad.
El amor nupcial también es un signo de esperanza para la humanidad, en un mundo muy necesitado de esos signos. Al dar testimonio juntos de esto, podemos mostrar que somos hermanos y hermanas y no enemigos.
¿Cómo puede este colloquium complementar el sínodo? ¿Tendrá alguna influencia en él?
Llevamos más de un año trabajando en el colloquium, así que, formalmente, es independiente del sínodo. Sin embargo, el nivel del diálogo en el colloquium ha sido muy alto y hemos visto a personas de tradiciones diferentes que han participado con un gran compromiso personal.
En ese sentido, será necesariamente una contribución a las conversaciones que se están produciendo en la Iglesia Católica y en otros ámbitos, como testimonio de la sublime belleza del matrimonio como una unión complementaria, que debe ser nutrida y protegida, de manera que pueda prosperar.