(Obispado de alcalá de Henares/infoCatólica) Concelebraron superiores y representantes de las órdenes a las que pertenecen los religiosos y sacerdotes cuyos restos mortales descansan en este Camposanto. La iglesia del Camposanto quedó totalmente desbordada, por lo que gran número de fieles debieron seguir la celebración desde el exterior. Al final de la Santa Misa Mons. Reig impartió la Bendición Apostólica con indulgencia plenaria.
Tras la Santa Misa se procedió a la exposición mayor del Santísimo Sacramento. Monseñor Reig Pla portando en sus manos la custodia con el Cuerpo de Cristo, y custodiado por los sacerdotes asistentes y el pueblo fiel, recorrió las fosas donde yacen lo beatos mártires y demás víctimas. Al llegar a cada fosa, sonaban, en primer lugar, unos breves acordes del «toque de silencio», tras lo cual Mons. Reig Pla exclamaba: «No temáis, hermanos, Cristo murió por vosotros y en su resurrección fuisteis salvados» (Cf. Ritual de exequias); dicho esto, y mientras se entonaba por todos los asistentes el canto «Christus vincit, Christus regnat, Christus ímperat», el Obispo procedía a bendecir la fosa y a los presentes con el Santísimo Sacramento.
Homilía de Mons. Juan Antonio Reig Pla
Celebramos el día de la Iglesia Diocesana y nos hemos convocado en esta «Catedral de los Mártires» de Paracuellos. Es este un lugar sagrado y bendito que fue regado con la sangre de los testigos de la fe, nuestros hermanos, y que hoy brillan como lumbreras que iluminan los caminos de España y de nuestra diócesis de Alcalá de Henares.
Hoy, como entonces, la Iglesia está profetizada en esta mujer fuerte y hacendosa que canta el libro de los Proverbios. Como esta mujer, la Iglesia que camina en España está llamada a abrir sus manos a todos los necesitados y extender sus brazos a todos los empobrecidos de la tierra (Cf. Prov 30, 20). En ella confía el corazón de Cristo, su esposo, para que, con los torrentes de su gracia, pueda curar todas las heridas causadas por los pecados propios y ajenos, aliviar los corazones afligidos y confortar a todos los cansados y agobiados (Cf. Mt 11, 28).
Como a la mujer fuerte y hacendosa, a nuestra Diócesis Complutense no le faltan las riquezas de Cristo su esposo (Cf. Prov. 31, 11) quien nos ha embellecido con toda clase de dones. Entre estos dones hoy queremos destacar, con suma gratitud, a los 134 Beatos y a cuantos entregaron sus vidas y están sepultados en este cementerio que con tanto amor custodia la Hermandad de Nuestra Señora de los Mártires de Paracuellos.
En concreto, según consta en los archivos, son miles las víctimas inocentes, centenares de ellas menores de edad, cuyos restos descansan en este Camposanto. De entre dichas víctimas hay sacerdotes y seminaristas de, al menos, ocho arzobispados y diócesis: Archidiócesis de Madrid, Arzobispado Castrense, Archidiócesis de Toledo y las Diócesis de Getafe, Ciudad Rodrigo, Jaén, Lugo y naturalmente Alcalá de Henares.
Aquí también reposan los restos mortales de centenares de religiosos pertenecientes, al menos, a 20 órdenes religiosas: Agustinos, Capuchinos, Carmelitas, Carmelitas Descalzos, Claretianos, Dominicos, Escolapios, Franciscanos, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Hospitalarios de San Juan de Dios, Jerónimos, Jesuitas, Marianistas, Maristas, Misioneros Oblatos, Paules, Pasionistas, Redentoristas, Sagrados Corazones de Jesús y María y Salesianos.
De entre estos religiosos ya han sido beatificados por el papa San Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI y ahora el papa Francisco, 134 mártires: 63 religiosos Agustinos, 22 Hospitalarios de San Juan de Dios, 13 Dominicos, 6 Salesianos, 15 Misioneros Oblatos, 3 Hermanos Maristas, 1 sacerdote de la Orden de San Jerónimo, 1 Capuchino, 1 religioso de la Orden del Carmen y 9 Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle).
De entre los miles de seglares católicos, cuyos restos mortales descansan en este mismo lugar, muchos pertenecían a asociaciones y movimientos apostólicos como Acción Católica, la Adoración Nocturna Española o las Congregaciones Vicencianas.
Si el don más preciado que podemos recibir es el don de la fe, estos hermanos nuestros, con su testimonio, nos allanan el camino para abandonarnos en Dios y crecer en nuestra esperanza del cielo. Ninguno de ellos, a pesar de sus sufrimientos, renegó de su fe y murieron proclamando el reinado de Cristo y su amor a España. Con ellos, hoy queremos renovar nuestra adhesión a Cristo y, como ellos, queremos depositar en Él toda nuestra esperanza, sabiendo que no quedaremos defraudados (Cf. Rm 5, 5). Para expresar el triunfo de la resurrección, verdadera justicia de Dios, al finalizar la Santa Misa, bendeciremos con el Santísimo las fosas donde fueron sepultados. Será un modo de mostrar el verdadero rostro de Dios que ellos buscaron durante su vida y en su muerte.
A nuestros hermanos, testigos de la fe, no les sorprendió la muerte como un ladrón. Ellos, en efecto, «no amaron tanto su vida que temieran la muerte» (Ap, 12, 11). Al contrario, como «hijos de la luz e hijos del día» (1 Tes 5, 5) esperaban al esposo para consumar su amor con el sacrificio de su vida. Por eso, hoy damos gracia a Dios por su fortaleza y les suplicamos que nos ayuden a estar vigilantes y clarividentes para continuar sembrando la fe en nuestro pueblo. Como nos advierte el Apóstol, no podemos entregarnos al sueño como los demás (Cf. 1 Tes 5, 6). Los católicos en este momento complejo y difícil para España, debemos estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (Cf. 1 Pe 3, 15) y ofrecer a todos la luz del Evangelio. Llevados de la mano del Santo Padre, el Papa Francisco, y de los pastores que nos guían hemos de revindicar las raíces cristianas que han hecho posible crecer este árbol frondoso y lleno de frutos que ha sido España. De manos de la Iglesia Católica se ha construido la identidad de nuestro pueblo que ha sido generoso sembrando la fe por todas partes con una pléyade de confesores y mártires.
Cuando estamos finalizando el Año litúrgico y al concluir en nuestra Diócesis el Año de la Esperanza, escuchemos una vez más la voz del salmista que nos dice «dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos» (Sal 127). Como herederos de los testigos de la fe que reposan en este Camposanto queremos reafirmar el Señorío de Cristo y nuestra voluntad de contribuir, con la gracia de Dios, a promover una España digna y justa, una Nación cuyo Dios sea el Señor (Cf. Sal 33), un lugar donde se respete la vida, florezca el amor entre los esposos, abunden las familias con hijos, como renuevos de olivo alrededor de tu mesa (Cf. Sal 127, 3), donde reine la paz y la justicia, y se acoja con amor, misericordia y verdad, a los empobrecidos, a los que sufren y a todos los heridos, donde se acojan a los concebidos no nacidos y desaparezcan todas las leyes inicuas que socavan el Estado de derecho.
Ayer mismo, el Santo Padre el Papa Francisco enseñaba: «¿Por qué la Iglesia se opone al aborto? (…) porque allí hay una vida humana, y no es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema»; y continuó: «Lo mismo vale para la eutanasia», advirtiendo que «todos sabemos que con tantos ancianos en esta cultura del descarte se hace esta eutanasia escondida». Y añadió: «Estamos viviendo un tiempo en el que se experimenta mal con la vida, se hacen hijos en cambio de acogerlos como un don (…). Tengan cuidado que esto es un pecado contra el Creador, contra Dios creador que ha creado las cosas así» (Discurso a los participantes en el Congreso conmemorativo de la Asociación de Médicos Católicos Italianos con motivo del 70 aniversario de su fundación, 15-11-2014). Acogiendo las palabras del Santo Padre, quiero recordar que ninguna ley puede permitir quitar la vida a un solo inocente, sea no-nacido, anciano, enfermo, con alguna discapacidad, etc. No se trata de matar a pocos inocentes sino de no matar a ninguno. Si vivimos en sociedad es para ayudarnos y protegernos, no para destruirnos.
Con la asistencia de la Virgen María, Reina de los mártires, recibamos con gratitud los talentos que nos regala el Señor. Con la asistencia divina procuremos hacerlos crecer para que Dios sea glorificado y nuestros hermanos más pobres encuentren en la Iglesia la casa donde poder vivir. Como nos recordaba Benedicto XVI el «humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano» (Caritas in veritate, 78). España necesita católicos «con los brazos levantados hacia Dios en oración» (Ibid. 79) para que, a ejemplo de los mártires, estemos dispuestos a vivir el Evangelio con radicalidad, conscientes de que el amor lleno de verdad es la única respuesta para el progreso de nuestro pueblo. La «conciencia del amor indestructible de Dios» (Ibid. 78) ha de sostenernos en el duro y apasionante empeño por la justicia, la paz y la unidad de nuestro pueblo. Revestidos de la gracia de Cristo e instruidos con la Doctrina Social de la Iglesia intentaremos multiplicar nuestros talentos con la firme esperanza de escuchar un día las palabras consoladoras de Dios nuestro Padre: «muy bien, eres un empleado fiel y cumplidor (…), pasa a disfrutar del banquete de tu Señor» (Mt 25, 23). Que por intercesión de la Virgen María y de nuestros beatos mártires el Señor nos lo conceda. Amén.