Dos caras de una misma moneda

Papa Francisco: «no se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios»

Al presidir ayer el rezo del Ángelus ante decenas de mi les de fieles y peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco señaló que el amor por Dios y por el prójimo son «inseparables y complementarios, dos caras de una misma moneda». El Santo Padre explicó que la señal visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar al mundo el amor de Dios es el amor por los hermanos y aseguró que «no se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios».

(RV/InfoCatólica) Palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas buenos días!

El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor por Dios y por el prójimo. El Evangelista Mateo cuenta que algunos fariseos se pusieron de acuerdo para probar a Jesús (cfr 22,34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le dirige esta pregunta : «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»(v. 36). Jesús, citando el Libro del Deuteronomio, responde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento» (vv. 37-38). Habría podido detenerse aquí. En cambio Jesús agrega algo que no había sido preguntado por el doctor de la ley. De hecho dice: «El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39). Este segundo mandamiento tampoco lo inventa Jesús, sino que lo retoma del Libro del Levítico. Su novedad consiste justamente en el juntar estos dos mandamientos – el amor por Dios y el amor por el prójimo – revelando que son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. El Papa Benedicto nos ha dejado un bellísimo comentario sobre este tema en su primera Encíclica Deus caritas est (nn. 16-18).

En efecto, la señal visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar el amor de Dios al mundo y a los demás, a su familia, es el amor por los hermanos. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está encima del elenco de los mandamientos. Jesús no lo coloca en el vértice, sino al centro, porque es el corazón desde el cual debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y servir de referencia.

Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo, comprendía también el deber de ocuparse de las personas más débiles como el forastero, el huérfano, la viuda (cfr Es 22,20-26). Jesús lleva a cumplimento esta ley de alianza, Él que une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio de amor.

A este punto, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida religiosa, de piedad, del servicio a los hermanos, de aquellos hermanos concretos que encontramos. No podemos dividir más la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la escucha del otro, de la cercanía a su vida, especialmente a sus heridas. Acuérdense de esto: el amor es la medida de la fe. Tú ¿cuánto amas? Cada uno se responda ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor.

En medio de la densa selva de preceptos y prescripciones – de los legalismos de ayer y de hoy – Jesús abre un claro que permite ver dos rostros: el rostro del Padre y aquel del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos: no son preceptos y fórmulas; nos entrega dos rostros, es más un solo rostro, aquel de Dios que se refleja en tantos rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado está presente la imagen misma de Dios. Y deberiamos preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos, si somos capaces de reconocer en él el rostro de Cristo: ¿somos capaces de esto?

De esta forma Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero sobre todo Él nos dona el Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón libre y generoso. Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para acoger este don de amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros, que son un solo rostro: la ley del amor.

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2 comentarios

Pacote
¡Cuánta razón tiene el santo Padre! Dice san Juan que el amor no consiste en que nosotros hemos amado a Dios, sino en que Él nos ha amado primero (1Jn 4, 10). Así se puede entender que cuando yo me siento amado por Dios sin merecerlo, y con lágrimas de agradecimiento alzo hacia Él mis ojos, surge en mí un deseo inmenso de devolverle el amor que a mí me tiene. Es entonces cuando aparece en mí la capacidad y el sentimiento de amar al hermano incluso al que no me quiere bien. Es entonces cuando soy capaz de perdonar, de olvidar, de ser amable, de agradecer, de no irritarme, de gozar con la verdad, de excusarlo todo, de esperarlo todo, de creerlo todo, de soportarlo todo, etc. Sólo el amor de Dios aceptado y agradecido me mueve a comportarme con el prójimo como Dios se comporta conmigo. Por eso, si rechazamos el amor de Dios o no reconocemos que Él nos ha amado primero no podremos amar al prójimo como Dios nos ama. Como mucho podré ejercer con el prójimo actos de pura justicia distributiva procurándole lo necesario para una vida mejor, como hacen muchas ONGs o las autoridades políticas con sus ciudadanos. Amar a Dios y amar al prójimo no es un ejercicio de pura voluntad, es sobre todo gracia de Dios.
27/10/14 1:38 PM
antonio
Encíclica Deus Caritas est, hermosa, encíclica del Señor, es así sin el amor a la Verdad, que es Nuestro Señor en Persona, es todo ilusorio, sin la unión con el Señor, que suple nuestra condición de criaturas, que nada podemos hacer, ni escribir esté comentario. La consigna del Católico, perdonar,como dios nuestro Señor nos Perdona, en el Sacramento de la Reconciliación,clave la Sangre de Cristo nos perdona, y no sólo nos perdona sino que nos levanta.
Perdonar, pedir perdón por todas la ofensas que he hecho en mi vida, y ADELANTE, Siempre adelante, no mirar para atrás,mirar hacia el Cielo.Estó lo aprendí de unos queridos Betarrammitas que siguen a su fundador.
27/10/14 2:18 PM

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