(VIS) El cardenal subrayó en primer lugar que la Santa Sede valora los esfuerzos de las Naciones Unidas para garantizar la paz mundial, el respeto de la dignidad humana, la protección de las personas, especialmente las más pobres y vulnerables así como un desarrollo económico y social armonioso. Pero, citando las palabras del papa Francisco, recordó que en nuestra época hay un peligro de indiferencia generalizada que no sólo atañe al campo de la política, sino que también afecta a los sectores económicos y sociales ya que una parte importante de la humanidad no participa de los beneficios del progreso y de hecho se ve relegada a la condición de ciudadanos de segunda clase.
«En algunos casos -observó- esa apatía es sinónimo de irresponsabilidad», como hoy en día cuando una unión de Estados, que «fue creada con el objetivo fundamental de preservar a las generaciones del horror de la guerra que acarrea indecibles sufrimientos a la humanidad permanece pasiva frente a las hostilidades sufridas por poblaciones indefensas». Y, en este contexto, el purpurado repitió el llamamiento del Papa a la comunidad internacional el pasado mes de agosto para que pusiera fin a la tragedia humanitaria en el norte de Irak.
Terroristas pseudo-religiosos
Sobre la dramática situación en Irak y Siria, el cardenal explicó que se da un fenómeno totalmente nuevo: la existencia de una organización terrorista que amenaza a todos los Estados y promete derribarlos para sustituirlos por un gobierno mundial pseudo-religioso.
«Todavía hoy - afirmó- hay quienes tienen la presunción de ejercer el poder coaccionando a las conciencias... persiguiendo y asesinando en nombre de Dios. Esos actos hieren a enteros grupos étnicos, a poblaciones y culturas antiguas. Hay que recordar que este tipo de violencia nace de un desprecio por Dios y falsea la religión misma... que establece que cada ser humano es una imagen del Creador. En un mundo donde la comunicación es global, este fenómeno ha encontrado seguidores en numerosos lugares, atrayendo además, a jóvenes de todo el mundo, a menudo desilusionados por la indiferencia generalizada y la falta de valores en las sociedades más ricas. Es un reto que, con todos sus aspectos trágicos, debe impulsar a la comunidad internacional a promover una respuesta unificada, basada en criterios jurídicos sólidos y en la voluntad colectiva de cooperar para el bien común».
Con este fin, la Santa Sede considera útil centrar la atención en dos áreas principales. La primera es hacer frente a los orígenes culturales y políticos de los desafíos contemporáneos, reconociendo la necesidad de estrategias innovadoras para abordar una serie de problemas internacionales en que los factores culturales juegan un papel fundamental. La segunda es analizar a fondo la eficacia del derecho internacional en la actual coyuntura y su provechosa implementación en los mecanismos propios de las Naciones Unidas para evitar la guerra, detener a los agresores, proteger a la población y ayudar a las víctimas.
Naciones Unidas renovadas
«La situación actual -reiteró el cardenal Parolin- requiere una comprensión más incisiva de este derecho prestando especial atención a la responsabilidad de proteger. De hecho, una de las características del reciente fenómeno terrorista es que no tiene en cuenta la existencia del Estado y, en consecuencia de todo el orden internacional.... También socava y rechaza todos los sistemas jurídicos existentes, tratando de imponer el dominio sobre las conciencias y un control completo sobre las personas.... La naturaleza global de este fenómeno, que no conoce fronteras, es precisamente la que hace que el marco del derecho internacional sea la única forma viable de hacerle frente... Esta realidad necesita unas Naciones Unidas renovadas para fomentar y preservar la paz. Por lo tanto, la situación actual, aunque de hecho sea bastante grave, es también una ocasión para que los Estados Miembros honren el verdadero espíritu de la Carta de las Naciones Unidas haciéndose eco de los trágicos conflictos que desgarran pueblos y naciones enteras».
«Es una pena -ha añadido- que hasta el momento, la comunidad internacional se haya caracterizado por voces contradictorias e incluso por el silencio con respecto a los conflictos en Siria, Oriente Medio y Ucrania. Es de suma importancia que haya una unidad de acción por el bien común, evitando el fuego cruzado de vetos. En resumen, la promoción de una cultura de paz exige renovados esfuerzos en favor del diálogo, el aprecio de las culturas y la cooperación, respetando la diversidad de sensibilidades. En última instancia, tiene que haber una verdadera voluntad de aplicar enteramente los mecanismos actuales de la ley, abriéndose, al mismo tiempo, a las características de este momento crucial. Esto asegurará un enfoque multilateral más al servicio de la dignidad humana y del progreso del desarrollo humano integral en todo el mundo».