(ACI/InfoCatólica) A diferencia de China o Japón, el catolicismo en Corea no fue introducido por extranjeros. A principios del siglo XVII, algunos académicos coreanos conocieron las enseñanzas del Evangelio que eran difundidas en China y realizaron viajes a las comunidades misioneras de los jesuitas para profundizar en su estudio.
Los académicos regresaron a su país con el fin de promover la fe y ésta se extendió tan rápido que pocas décadas después, un sacerdote chino logró entrar al país y encontró a miles de católicos bien establecidos aunque condenados al ostracismo. Siendo una sociedad estrictamente jerárquica, el cristianismo fue visto por las autoridades como una peligrosa religión heterodoxa para el confucianismo que buscaba una revolución social.
Los católicos se autodenominaban como «amigos del Señor de los Cielos», lo que implicaba una relación con Dios basada en la igualdad, algo inaceptable para los confucianos. Las autoridades trataron de impedir la propagación de la fe mediante la prohibición de libros católicos que luego estuvieron disponibles en coreano y chino.
La práctica generalizada y la violenta persecución ocurrieron en diferentes periodos durante el siglo XIX, dejando más de 10 mil mártires.La primera persecución fue en 1791. Fue en ese tiempo en que Paul Yun Ji-chung, junto con otro católico, James Kwong Sang-yon, quemó sus tabletas ancestrales actuando según su comprensión de la doctrina católica a la que se había adherido. Los dos miembros de la nobleza fueron acusados de heterodoxia y luego decapitados.
La segunda persecución violenta ocurrió en 1801, cuando se ejecutó a cientos de católicos y dejó otros cientos de exiliados. Lo mismo ocurrió en 1839, pocos años después de la llegada de misioneros desde París. En 1846, la persecución de Pyong cobró otra ronda de mártires coreanos, incluyendo a Andrew Kim Tae-gon, el primer sacerdote coreano. La persecución de 1866 causó el mayor número de mártires de Corea, siendo 8 mil los asesinados, entre ellos nueve sacerdotes extranjeros.
El 6 de mayo de 1984, San Juan Pablo II canonizó a 103 de los miles de mártires coreanos. Durante la Misa, el Santo Padre señaló que «de una marea maravillosa, la gracia divina llevó a sus antepasados a buscar la verdad de la Palabra de Dios desde el intelecto, para después llevaros a una fe viva en el Resucitado.»
«De esta buena semilla nació la primera comunidad cristiana en Corea», dijo el Papa. «Esta Iglesia naciente, tan joven y tan fuerte en la fe, soportó olas de feroces persecuciones... en 1791, 1801, 1827, 1839, 1846 y 1866, marcada para siempre con la santa sangre de sus mártires».
«El espléndido florecimiento de la Iglesia en Corea es sin duda el fruto del testimonio heroico de los mártires. Incluso hoy, su espíritu inmortal sostiene a los cristianos en la Iglesia del silencio, en el norte de esta tierra trágicamente dividido».