(Zenit) El Santo Padre ha recordado que hace un año se reunieron para afirmar el compromiso de la Iglesia en esta crisis y para lanzar juntos un llamamiento por la paz en Siria. Y ahora se encuentran de nuevo para trazar un balance del trabajo desarrollado hasta el momento y para renovar la voluntad de proseguir sobre este camino, con una colaboración aún más estrecha.
«Tenemos que constatar –indicó el Santo Padre– con gran pesar, que la crisis siria no ha sido resuelta, sino que continúa, y existe el riesgo de acostumbrarse a esta. De olvidarnos de las víctimas diarias, de los sufrimientos indecibles, de los miles de refugiados, entre ellos ancianos y niños, que sufren y a veces mueren por el hambre y la enfermedad causada por la guerra».
«¡Esta indiferencia duele! Otra vez tenemos que repetir el nombre de la enfermedad que nos hace tanto mal en el mundo de hoy: la globalización de la indiferencia» dijo.
«La acción de la paz y el trabajo de asistencia humanitaria que las organizaciones caritativas católicas desempeñan en ese contexto son una fiel expresión del amor de Dios por sus hijos que están bajo la opresión y la angustia. Dios escucha su clamor, conoce sus sufrimientos y quiere liberarlos, y a él, le prestan sus manos y sus habilidades».
Y les recomendó: «Es importante que trabajen en comunión con los pastores y las comunidades locales, y esta reunión es una buena oportunidad para identificar las formas apropiadas de cooperación estable, en el diálogo entre los diferentes actores, con el objetivo de conseguir una mejor organización de sus esfuerzos para apoyar a las Iglesias locales y de todas las víctimas de la guerra, independientemente de las diferencias étnicas, religiosas o sociales».
Nuevo llamado a los responsables del conflicto
«Hoy estamos aquí para hacer nuevamente un llamado a la conciencia de los protagonistas del conflicto, de las instituciones mundiales y de la opinión pública. Todos somos conscientes de que el futuro de la humanidad se construye con la paz y no con la guerra: la guerra destruye, mata, empobrece pueblos y países».
«A todas las partes le pido que mirando al bien común, permitan inmediatamente el trabajo de asistencia humanitaria y que cuanto antes hagan callar las armas y se empeñen a negociar, poniendo en primer lugar el bien de Siria y de todos sus habitantes, también de aquellos que lamentablemente tuvieron que refugiarse en otros lugares y que tienen el derecho de volver lo antes posible a su patria».
Y concluyó sus palabras recordando «en particular a las queridas comunidades cristianas, rostro de una Iglesia que sufre y espera. Su sobrevivencia en todo el Medio Oriente es motivo de una profunda preocupación para la Iglesia universal: el cristianismo tiene que poder seguir viviendo donde están sus orígenes».
«Queridos hermanos y hermanas, vuestra acción caritativa y asistencial es un signo importante de la cercanía de toda la Iglesia y de la Santa Sede en particular, al pueblo sirio y a otros pueblos de Medio Oriente. Les renuevo mi gratitud por todo lo que han hecho e invoco para ustedes y vuestro trabajo la bendición del Señor. La Virgen les proteja. Yo rezo por ustedes y ustedes recen por mi».