(Aica) «La imagen de Dios es la pareja matrimonial, el hombre y la mujer, no solo el hombre, no solo la mujer, sino los dos. Esta es la imagen de Dios: el amor, la alianza de Dios con nosotros está representada en esa alianza entre el hombre y la mujer».
«El matrimonio», señaló el Santo Padre, «es icono del amor de Dios por nosotros. También Dios es, de hecho, comunión: las tres personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo viven desde siempre y por siempre en perfecta unidad. Y este es el misterio del Matrimonio: Dios hace de los esposos una existencia sola; la Biblia usa un término fuerte y dice una «carne» sola, tan íntima es la unión del hombre y la mujer en el matrimonio. Y este es el misterio del matrimonio: el amor de Dios que se refleja en la pareja que decide vivir junta».
El Pontífice señaló que« los esposos, gracias al sacramento, son revestidos de una misión para que hagan visible, partiendo de las cosas sencillas y cotidianas el amor con que Cristo ama a su Iglesia».
«¡Es un plan fantástico el que lleva aparejado el sacramento del Matrimonio! Lo importante es mantener vivo el lazo con Dios que está en la base de la unión conyugal. Cuando la familia reza, los lazos se mantienen. Cuando el marido reza por la mujer y la mujer por el marido el lazo sigue siendo fuerte, el uno reza por el otro. Es verdad que en la vida de un matrimonio hay tantas dificultades, el trabajo, el dinero que falta, hay problemas con los niños...Y, a veces el marido y la mujer se ponen nerviosos y se enfadan. No debemos ponernos tristes por esto: La condición humana es así; pero el secreto es que el amor es más fuerte que el momento en que se discute».
«Ya dije otras veces en esta Plaza -concluyó- que en la vida matrimonial hay tres palabras que hay que decir siempre en casa: Permiso, gracias, perdón. Con estas tres palabras, con la oración del marido por la mujer y de la mujer por el marido y haciendo las paces siempre antes de que acabe la jornada el matrimonio saldrá adelante».
Texto completo de la catequesis de Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre los Sacramentos hablando del Matrimonio. Este Sacramento nos conduce al corazón del diseño de Dios, que es un diseño de alianza con Su Pueblo, con todos nosotros, un diseño de comunión. Al principio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como culminación del relato de la creación se dice: «Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó... Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne». (Génesis 1, 27; 2, 24).
La imagen de Dios es la pareja matrimonial, es el hombre y la mujer. Los dos. No sólo el varón, el hombre, no sólo la mujer, sino los dos. Y esta es la imagen de Dios. Y el amor y la alianza de Dios en nosotros está allí. Está representada en aquella alianza entre el hombre y la mujer. Y esto es muy bello. ¡Es muy bello! Hemos sido creados para amar, como un reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva.
Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del Matrimonio, Dios, por así decir, se «refleja» en ellos, les imprime sus propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. Un matrimonio es el icono del amor de Dios con nosotros. ¡Es muy bello! También Dios, de hecho, es comunión: las tres personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es justamente este el misterio del Matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia -y la Biblia es fuerte, dice «una sola carne»-, así de íntima es la unión del hombre y de la mujer en el Matrimonio. Y es precisamente este el misterio del Matrimonio. El amor de Dios que se refleja en el Matrimonio, en la pareja, que deciden vivir juntos. Y por eso el hombre deja su casa, la casa de sus padres, y se va a vivir con su mujer y se une tan fuertemente a ella que se convierte -dice la Biblia- en una sola carne, no son dos, son uno.
2. San Pablo, en la Carta a los Efesios, destaca que en los esposos cristianos se refleja el misterio que el Apóstol define como «grande», es decir la relación instaurada por Cristo con la Iglesia, una relación exquisitamente nupcial (cfr Ef 5, 21-33). Esto significa que el Matrimonio responde a una vocación específica y debe ser considerado como una consagración (cfr Gaudium et spes, 48; Familiaris consortio, 56). Es una consagración. El hombre y la mujer son consagrados por su amor, por el amor. Y los esposos, de hecho, en virtud del Sacramento, están investidos de una verdadera y propia misión, para que puedan hacer visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, sin dejar de donar su vida por ella, en la fidelidad y el servicio.
3. ¡Realmente es un diseño estupendo el que subyace en el sacramento del Matrimonio! Y se realiza en la sencillez y también en la fragilidad de la condición humana. Sabemos bien cuantas dificultades y pruebas experimentan la vida de dos esposos… Lo importante es mantener vivo el vínculo con Dios, que está en la base del vínculo matrimonial. Y el verdadero vínculo es siempre con el Señor. Cuando la familia reza, el vínculo se mantiene. Cuando el esposo reza por la esposa y la esposa reza por el esposo, esta unión se fortalece. Uno reza por el otro. Es verdad que en la vida matrimonial hay muchas dificultades, muchas: el trabajo, el dinero que no basta, los niños que tienen problemas… Muchas dificultades. Y tantas veces el marido y la mujer se ponen un poco nerviosos y se pelean entre ellos, ¿o no? Se pelean, Siempre, siempre es así, siempre se pelea en el matrimonio. Pero, algunas veces, ¡vuelan los platos!
Ustedes se rien, pero es la verdad. Pero no debemos... no debemos entristecernos por esto, la condición humana es así. Pero el secreto es que el amor es más fuerte que el momento de la pelea. Y por esto siempre aconsejo a los esposos: 'No terminen el día en el que se han peleado peleado sin hacer las paces'. ¡Siempre! Y para hacer las paces no hace falta llamar a las Naciones Unidas, para que venga a casa y restablezcan la paz. Basta un sencillo gesto, una caricia: ‘Chau, hasta mañana’. Y al día siguiente se vuelve a comenzar. Esta es la vida, llevarla adelante así, llevarla adelante con la valentía de querer vivirla juntos. Y esto es grande, es bello. Es una cosa bellísima: es la vida matrimonial y debemos custodiarla siempre y custodiar a los hijos.
Algunas veces, les dije aquí que algo que ayuda mucho en la vida matrimonial son tres palabras. No sé si se acuerdan de las tres palabras. Tres palabras que se tienen que decir siempre. Tres palabras que tienen que estar presentes en la casa: permiso, gracias, perdón. ¡Las tres palabras mágicas! Permiso: para no ser intrusivos en la vida de los cónyuges. Permiso: 'Pero, ¿qué te parece? Permiso. Me permites... Gracias: agradecer al cónyuge. 'Gracias por lo que hiciste por mí. Gracias por esto'. La belleza de dar las gracias. Y como todos nosotros nos equivocamos, hay otra palabra -que es un poco difícil de decir, pero que hay que decirla-: 'Perdón, por favor. Perdona'. ¿Cómo era? Permiso, gracias y perdón. Repitámoslo todos: ‘Permiso, gracias y perdón. Con estas tres palabras, con la oración del esposo por la esposa y de la esposa por el esposo, y con hacer las paces siempre antes de que termine el día: el matrimonio saldrá adelante. Las tres palabras mágicas, la oración y hacer las paces siempre. Que el Señor los bendiga y recen por mí. ¡Gracias!+