(InfoBae) El papa Francisco aseguró a los miembros de la Pontificia Comisión para América Latina que ante la situación de «emergencia educativa en la transmisión de la fe», pensaba que «hay que ser repetitivo y volver a las grandes pautas de la educación».
«Para poder transmitir la fe hay que crear el hábito de una conducta, la recepción de valores que la preparen y la hagan crecer –se explayó el Papa, en esta charla más bien informal-. Los antiguos propósitos de nuestros confesores cuando éramos chicos, ¿no?: 'esta semana vos hacé esto, esto y esto', y nos iban creando un hábito de conducta».
Fue entonces cuando advirtió de la importancia que tenía para la juventud «el buen manejo de la utopía». Y ejemplificó: «Nosotros en América Latina hemos tenido experiencia de un manejo no del todo equilibrado de la utopía, y que en algunos lugares, no en todos, en algún momento nos desbordó, y al menos el caso de Argentina, podemos decir ¡cuántos muchachos de la Acción Católica, por una mala educación de la utopía terminaron en la guerrilla de los años 70!»
En consecuencia, siguió diciendo el Papa, hay que «saber manejar la utopía, o sea, saber conducir». «¡Saber conducir y ayudar a crecer la utopía de un joven es una riqueza! ¡Un joven sin utopías es un viejo adelantado, envejeció antes de tiempo!», insistió, siempre en tono muy coloquial.
«¿Cómo hago para que esta ilusión que tiene el chico, esta utopía, lo lleve al encuentro con Jesucristo? Me atrevo a sugerir lo siguiente: una utopía en un joven crece bien si está acompañada de memoria y de discernimiento. La utopía mira al futuro, la memoria mira al pasado y el presente se discierne. El joven tiene que recibir la memoria y plantar, arraigar su utopía en esa memoria. Discernir en el presente su utopía, los signos de los tiempos, y así la utopía va adelante pero muy arraigada en la memoria, en la historia que ha recibido, discernida en el presente», dijo. Volviendo sobre un tema en el que el Papa insiste, afirmó que
«El encuentro de los chicos con los abuelos es clave para recibir la memoria de un pueblo y el discernimiento en el presente. Maestros de discernimiento, consejeros espirituales –señaló-. Y aquí es importante para la transmisión de la fe de los jóvenes, el apostolado cuerpo a cuerpo. O sea, el discernimiento en el presente no se puede hacer sin un buen confesor, un buen director espiritual que se anime a aburrirse horas y horas escuchando a los jóvenes».
Jóvenes y viejos descartados
Bergoglio también se refirió al «problema de la cultura del descarte», otro concepto recurrente en sus mensajes. «Hoy día, por la economía que se ha implantado en el mundo, en el centro está el dios dinero y no la persona humana (y) lo que no cabe en ese orden, se descarta, se descartan los chicos que sobran, que molestan o que no conviene que vengan», agregó en referencia al aborto, del cual dio como ejemplo lo que sucede en España: «Los obispos españoles me decían recién la cantidad de abortos, ¡yo me quedé helado!...»
A continuación denunció también la «eutanasia encubierta» ya que la lógica del descarte no afecta sólo a los jóvenes: «Se descarta a los viejos. En algunos países de América Latina ¡hay eutanasia encubierta! Porque las obras sociales pagan hasta acá, no más, y los pobres viejitos, ¡como puedan!»
Y volviendo a los jóvenes, agregó: «Hoy día como molesta a este sistema económico mundial la cantidad de jóvenes a los que hay que dar trabajo (...). Estamos teniendo una generación de jóvenes que no tienen la experiencia de la dignidad. No que no comen, porque les dan de comer los abuelos, o la parroquia, o la sociedad de fomento, o el Ejército de la salvación, o el club del barrio... (pero no tienen) la dignidad de ganarse el pan y llevarlo a casa».
El Papa denunció también «el avance de la droga sobre la juventud, (que) es el instrumento de muerte de los jóvenes». «Hay todo un armamento mundial de droga que está destruyendo esta generación de jóvenes que están destinados al descarte», reiteró. Por eso cerró con un llamado a «darles fe y esperanza a los jóvenes desencantados».
Por Claudia Peiró