(Portaluz/InfoCatólica) Cuando era niño, según contó a la Fundación de Investigación Laogai Onlus en Italia, a pesar de que «todas las iglesias y templos» fueron «cerrados» para hacer espacio al comunismo ateo defendido por Mao, Pedro recibió una educación católica: «Mi abuela en secreto empezó a enseñarme las oraciones básicas, tales como el Padre Nuestro y el Ave María. Mi padre me hacía recitar de memoria las preguntas y respuestas del catecismo».
Para educarlo de esta manera la familia hubo de arriesgarse mucho: «Yo veía a mi abuela cada noche salir de la casa con una lámpara de queroseno -dice Pedro-. Pero yo no entendía el por qué lo hacía e incluso bromeando con ella le decía: Abuela, la próxima vez que vaya a divertirse por la noche, también me lleva. Sólo después me enteré de que con el fin de doblegar a mis padres y a mi abuela para que renunciaran a la fe, el gobierno los obligaba a presentarse en las sesiones de corrección del pensamiento, que era un lavado de cerebro; y como no renunciaron a profesarse católicos también fueron objeto de castigos corporales».
Sacerdotes paleando estiércol
Pedro conoció a un sacerdote por primera vez en la escuela: «El gobierno había ordenado al párroco venir a nuestra escuela todos los días para limpiar los cuartos de baño (…), y eran letrinas donde había que sacar el estiércol con pala, un trabajo que nadie quería realizar porque era sucio, agotador y humillante». Pedro, se toma un respiro y continúa…: «¡Una noche mi abuela antes de irse a dormir, me dijo que esperaba que cuando yo creciera fuera sacerdote, y de inmediato reaccioné diciéndole que no tenía intención alguna de sólo palear estiércol toda mi vida!».
Para asistir a una Misa Pedro tuvo que esperar hasta 1980: «Una gran multitud asistió a la misa en latín. Nos reunimos en la plaza y estaba tan lleno que no podíamos ni siquiera hacer la señal de la cruz: si usted levantaba el brazo para trazar la señal de la cruz, se quedaba sin espacio para traerlo de vuelta».
La ordenación y el arresto
Sólo después de una larga lucha interior decidió convertirse en sacerdote, aunque «debo decir que en aquella época ser sacerdote acarreaba un montón de problemas, como ser arrestado y puesto en la cárcel, y tenía claro que en la cárcel sufriría: honestamente, yo estaba con mucho miedo». Habiéndose negado a pertenecer a la Iglesia oficial defendida por la Asociación Patriótica del Partido Comunista Chino, Padre Pedro fue encarcelado en varias ocasiones, por un total de ocho años.
La prisión era terrible: los nuevos prisioneros eran «golpeados y ultrajados por los más antiguos; cada día veía a los prisioneros con su cuerpo maltratado por los golpes de la policía; todos los días teníamos que escuchar las canciones patrióticas que eran emitidas por los altavoces (...), con un ruido ensordecedor como de trompetas estridentes que no era posible apagar o huir».
La vida en la prisión
La comida era horrible, «insuficiente» y llena de «tierra, larvas e insectos. La sensación más fuerte que tenías cada día era la del hambre».
«Aunque también era insoportable el olor debido a la multitud de personas aglomeradas en una celda de pocos metros cuadrados donde todo el mundo fumaba». Por eso el sacerdote dice que «en este tipo de ambiente casi me vuelvo loco: Pensaba en la muerte, y al mismo tiempo oraba agradeciendo por tener la gracia de vivir. Suicidarme era contrario al mandamiento de Dios, aunque el gobierno me ofreció la oportunidad de morir. Realmente se cumplió el dicho chino que señala: «Implora por la vida y no podrás vivir, suplica la muerte y no la conseguirás».
Pero Pedro, el sacerdote fiel al Papa, no se volvió loco, y después de orar sin descanso por largo tiempo («si muero que sea para dar testimonio del Evangelio, si vivo es para exaltar la gloria de Dios») empezó a encontrar la fuerza para «predicar el evangelio», a pesar de que «estaba prohibido» y arriesgaba el «castigo corporal». Los prisioneros comenzaron a escucharlo y «después de unos meses nuestro ambiente de vida fue cambiando; los prisioneros antiguos ya no aplastaban a los recién llegados y todos comenzaron a cuidar el uno del otro y a mantener limpia la celda».
Prisioneros convertidos
Para evitar que el Padre Pedro fuese descubierto mientras predicaba a los internos, «siempre uno de los presos tomaba el deber de observar y escuchar los movimientos… si había policías que vinieran a realizar un control y apenas sentían un ruido, me daban una señal para que me detuviera (en la catequesis). Después de unos meses, muchos de ellos pidieron ser bautizados en la Iglesia».
Fue así que finalmente Padre Pedro comprendió «la misión que Dios me había encomendado: yo había sido enviado a la cárcel para servir a estos hombres que nunca habían escuchado el Evangelio de Jesucristo y que tenían gran necesidad. ( ... ) También puedo decir que si no hubiera estado sostenido por la fe, jamás habría salido con vida de la cárcel. Así fue como en lugar de pasarme sólo 8 años de prisión terrorífica, puedo testimoniar que con el apoyo de la fe, felizmente también pasé 8 años de retiro espiritual».
Mártires de la Iglesia en China
La historia de Padre Pedro, personifica lo que significa ser un sacerdote católico en China, y da vida a las palabras de Tertuliano: «La sangre de los mártires es semilla de cristianos»… y estas palabras se han hecho realidad en China. «En la Iglesia en China hoy tenemos a muchos que con el sacrificio de sus vidas viven como santos; pues el sufrimiento que soportan es mucho más fuerte que el mío; pero eso es lo que celebramos… en su muerte han obtenido una corona de gloria».