(EFE/InfoCatólica) Monseñor Fisichella no quiso entrar en polémicas sobre su autenticidad de las reliquias y salió del paso al aseverar que «han sido reconocidas por la tradición católica».
Y es que el descubrimiento y estudio de estos restos óseos han protagonizado uno de los debates arqueológicos más polémicos e interesantes de las últimas décadas. El 23 de diciembre de 1950, durante el Año Santo, el papa Pío XII anunció, a través de la radio, que había sido hallada la tumba del apóstol, después de que en 1939 el pontífice autorizara excavar bajo la basílica vaticana.
Pero mientras que parecía haber consenso sobre la tumba, la discrepancia brotaba en torno a los huesos hallados en esta enorme necrópolis y si de verdad pertenecían a aquel que Jesús indicó para «construir su Iglesia» y que murió crucificado cabeza abajo en el año 67. La tradición católica describe que el emperador Constantino, que se convirtió al cristianismo, ordenó la construcción de una basílica en el lugar en el que le habían indicado que había sido crucificado Pedro, es decir, en una gran necrópolis situada en una colina en las entonces afueras de la ciudad.
Tras años de excavaciones, se encontró una zona protegida por unos muros que la defendían de las filtraciones de agua -muy frecuentes en esa ladera del monte Vaticano-, lo que llevó a pensar que aquí se había enterrado un personaje muy importante. En 1952, la profesora Margarita Guarducci, que es la primera autoridad mundial en epigrafía griega, comenzó a descifrar los grafitos que hay en los muros adyacentes a esa tumba. En uno de ellos, en el llamado «muro rojo» o «muro G», halló una inscripción hecha con un punzón que decía «Petre eni» (Pedro está aquí).
Tras picar en ese muro, se encontró un nicho forrado de mármol blanco y en su interior restos óseos. Pasaron los años y los estudios antropológicos realizados por algunos estudiosos revelaron que se trataba de huesos que pertenecieron a un hombre robusto, que medía cerca de 165 centímetros y que murió entre los 60 y 70 años.
El hallazgo llevó al entonces papa Pablo VI a anunciar al mundo -durante la audiencia general del 26 de junio de 1968- que se habían encontrando los huesos de San Pedro, Tras años de investigaciones «podemos decir que las reliquias de San Pedro se han identificado de una manera que creemos que es convincente», fue la prudente formula que utilizó el Pontífice en su revelación.
Sin embargo, como desvelan algunos libros y artículos publicados por «L’Osservatore Romano», el rotativo del Vaticano, el arqueólogo jesuita Antonio Ferrúa, que formaba parte del equipo que descubrió la tumba, expresó siempre su escepticismo sobre la posibilidad de que esos huesos perteneciesen al llamado «Príncipe de los apóstoles». El jesuita, fallecido en 1999 y que aseguraba que en aquel nicho también se encontraron restos de una mujer y de una persona de complexión delgada, escribía en 1995 en la revista de la orden «Civiltà Cattolica»: «Hablando claro. Algunos lo creen. Yo no».
Aún así, el papa Pablo VI quiso conservar nueve pequeños fragmentos de los huesos en un relicario de madera con la también prudente inscripción: «Ex ossibus quae in Arcibasilicae Vaticanae hypogeo inventa Beati Petri Apostoli esse putantur». Es decir, «los huesos hallados en el hipogeo de la Basílica vaticana que se considera que son del beato Pedro Apostol». La tumba donde se dice que se enterró a Pedro se puede visitar siempre que se pida cita previa para recorrer la necrópolis que se encuentra bajo la basílica, como hizo el papa Francisco hace unos días siendo el primer pontífice que la realizaba.
Sin embargo, el relicario permanece desde 1971 en la capilla privada del papa, situada en el centro del apartamento pontificio, y por primera vez y sólo hoy, será expuesta en el Basílica de San Pedro para la veneración de los fieles.