(Avvenire/InfoCatólica) Les habían pedido que llenaran la casa de amigos para conectar en directo a las 16.30 durante 20 minutos. Pero la emisión del programa avanza y la conexión con la casa de Max llega hacia las 18.00, cuando ya casi no hay tiempo. Max está cansado pero sonríe, alza el pulgar para decir que todo está bien, su madre se esfuerza en resumir la historia. Dos minutos entre todos. La señal vuelve al estudio, y el comentario final de Alda D’Eusanio, periodista «experta» invitada: «Eso no es vida», dispara a Max, que no ha tenido tiempo de mostrar el poster en el que había escrito de su puño y letra: «soy muy feliz». «Volver a la vida sin poder ya nunca ser libre -continuaba impertérrita la D’Eusanio- y sufrir, y tener esa mirada vacía... lo siento, ¡no!».
Ni siquiera le ha rozado la duda de que esa «no vida» la estaba escuchando, no ha visto la indignación que afloraba en aquella «mirada vacía», y tampoco la agitación de Max en la silla de ruedas, enfadado por no poder gritar, igual que en los diez años de estado vegetativo. «Lanzo una llamada pública a mi madre -continuaba ya sin frenos Alda D’Eusanio-, si me sucede lo que ha sucedido a Max, ¡no hagas lo que ha hecho su madre!». O lo que es lo mismo: no me abraces, no me beses, no me laves, no me gires hacia el otro lado en la cama, no me des de comer ni de cenar... Porque esto es todo lo que ha hecho Lucrezia, junto a su marido Ernesto y a un montón de amigos de Max conocidos en el oratorio o en el campo de fútbol: no terapias invasivas, no respiradores o cánulas, no ensañamiento. Han cuidado y amado.
Momentos de apuro de los presentadores Paola Perego e Franco Di Mare, él visiblemente conmovido por Max y disgustado por la D’Eusanio, que sigue hablando: «¡Cuando Dios llama, el hombre debe ir!». En definitiva, Max debería morir. Palabras tremendas, el público gélido no aplaude. Mamá Lucrezia desde su casa logra apropiarse del micrófono para los últimos segundos de transmisión: «Quiero decir a esa señora que yo no he traído de nuevo a la vida a mi hijo, mi hijo siempre ha estado vivo. Y su vida era bella como lo es ahora».
Terminada la transmisión, desde la RAI llaman enseguida a casa de los Tresoldi. Se han dado cuenta de que salen malparados, piden perdón. Pero Lucrezia pide con firmeza y dignidad, acompañada por un número cada vez mayor de ciudadanos indignados: «Exijo que pida perdón el director de RaiUno, no por mi sino por mi hijo. ¿En qué se ha convertido la Rai? ¿A qué personas invita como expertos? ¿Con qué derecho esa mujer dice a mi hijo que su vida es indigna?».
La RAI pide perdón
Y el arrepentimiento llega a través del diario Avvenire, que había dado voz a la familia Tresoldi: «La Rai no comparte las declaraciones y comentarios que la periodista Alda D’Eusanio ha dirigido, durante la transmisión «La Vita in Diretta», a Max Tresoldi, cuya historia ha conmovido a millones de espectadores. La Rai manifiesta solidaridad y comprensión a la familia, aprecia los sacrificios realizados para permitir al joven Max que continúe viviendo con la convicción de que la vida es bella siempre y que merece ser vivida plenamente».
El incidente no ha sido inútil, porque la carta concluye así: «La presidente y el director general han renovado la invitación a los directores de canales y programas a prestar la máxima atención a los temas que implican a las conciencias y a usar siempre el lenguaje del servicio público». Finalmente «la Presidente ha llamado a la madre de Max Tresoldi para confirmar la solidaridad de toda la empresa y de su personal», como ha contado la misma señora Tresoldi, invitada posteriormente a «La Vida en Directo» para una nueva transmisión: «La presidente Anna Maria Tarantola ha sido amable -confirma-. Estaba muy disgustada, me ha dicho que también ella es madre y si hubieran dirigido palabras como esas a su hijo habría reaccionado como yo».
Después del incidente, numerosas personalidades y asociaciones –también el Ayuntamiento de Pavia, del cual Max es ciudadano honorario- han manifestado su indignación y solidaridad.
En el programa que la Rai ofrece como reparación hay ambiente de fiesta, emoción y aplausos. Lucrezia recuerda el inicio y el final de la historia: «Un medico en el hospital nos lo describió como un tronco muerto. Entonces decidí llevarlo a casa. Después me he convertido en enfermera y prácticamente he sustituido a los médicos». ¿El momento más difícil? «Cuando murió mi padre, estaba a punto de venirme abajo. Era el 28 de diciembre del 2000. Dije a Max: esta noche te haces tú solo el signo de la cruz, yo estoy cansada. Él levantó el brazo y se santiguó. Después me abrazó con fuerza». El primer gesto después de nueve años.
«Espero que hoy Max nos haya perdonado -concluye el presentador– y que venga pronto a vernos en el estudio». El público aplaude».
Publicado originalmente en Avvenire
Traducido por InfoCatólica